THE OBJECTIVE
Anna Grau

Ciudadana Najat

«Esta mujer mora, catalana y escritora reclamó para sí el derecho a la ciudadanía, a la nacionalidad española (que ya tiene) como pasaporte a la libertad individual»

Opinión
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Ciudadana Najat

Ilustración de Alejandra Svriz.

El pasado 22 de septiembre se inauguraron en Barcelona los festejos de la Mercè, patrona de la ciudad, con la solemne lectura del pregón en el Saló de Cent del Ayuntamiento, orgullosamente encabezado por el socialista Jaume Collboni. Firmaba y leía el pregón la escritora catalana de origen marroquí Najat el Hachmi.

No he leído nada (todavía) de Najat el Hachmi y bien que lo lamento después de escuchar su pregón. Sabía de ella que llegó hace mucho tiempo a Vic, donde trabajó un poco de todo, también de mediadora cultural -en Cataluña necesitamos muchísimos-, que ahora es vecina del Eixample de Barcelona -nunca ha vivido en el Raval, como dijo con retintín haciéndome sonreír a mí, que sí he vivido…- y que alcanzó notoriedad mediática y literaria con libros en catalán donde se proclamaba catalana. Y donde con casco de exploradora se metía en el frondoso jardín de los mil y un choques culturales e identitarios.

No hay manera más rápida de triunfar en Cataluña que venir de fuera, proclamarse catalán, aprender la lengua catalana y asumirla como propia, no digamos como lengua de creación. Eso es exactamente lo que hizo Najat el Hachmi, quien por supuesto leyó el pregón de la Mercè 23 en un catalán impecable (bastante mejor y más elaborado que el de Gabriel Rufián…), y que yo me temía que en catalán durmiera hasta a las ovejas con una chapa de síndrome de Estocolmo indepe (¿podemos llamarlo ya síndrome de Waterloo?), multiculturalidad en chanclas y feminismo autocastrante como el que ha sido el pan y agua de cada día en los años de plomo de Irene Montero y Ada Colau.

«En lugar de dormirse en sus laureles, Najat el Hachmi ha seguido explorando contradicciones identitarias»

En lugar de eso me encontré una mujer beligerantemente inteligente, que no ha dejado ni por un minuto de evolucionar ni de crecer. En lugar de dormirse en sus laureles de catalana honoraria, Najat el Hachmi ha seguido escribiendo, también en español (es ganadora del Premio Ramon Llull y del Premio Nadal), y arriesgando, exprimiendo y explorando contradicciones identitarias, culturales y hasta sexuales de una individua como ella (dicho sea lo de individua con complicidad y admiración…) en una comunidad como la suya y nuestra.

Había que ver la cara de algunos y algunas la tarde del 22 de septiembre en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, cuando Najat el Hachmi empezó a repartir estopa entre los partidarios de folclorizar la convivencia y el debate social y político y reducir a mujeres, a personas como ella, a representantes más o menos mimadas de «comunidades» tratadas a veces como mascotas colectivas. Esta mujer mora, catalana, escritora, divertida, carismática y elegante reclamó para sí el derecho a la ciudadanía, a la nacionalidad española (que ya tiene) como supremo salvoconducto y pasaporte a la libertad que de verdad importa, que es la individual. Con todos los vínculos sociales, culturales y de todo tipo que se quieran. Pero partiendo del km 0 de una ciudadanía que precisamente garantiza a ella y a todos los demás el derecho de graduar y regular esos vínculos como le dé, nos dé, la gana.

Había que ver, insisto, la cara de asco y el pánico a aplaudir de algunos y de algunas cuando Najat el Hachmi, campeona identitaria, advertía de que ningún comunitarismo romántico vale lo que vale su derecho a ser ELLA, en pie de igualdad radical con todos los demás. Libertad, igualdad, FRATERNIDAD. Pongo esto último en mayúsculas porque ella así lo reivindicó. Reivindicó la fraternidad como un feliz término medio entre el hiperindividualismo árido y el comunitarismo bovino.

«El socialismo español (y el catalán más) es muy proteico y tragasables»

No se ve cada día, últimamente, a una mujer de verdaderas armas de tomar, que no necesita demostrar nada ni cancelar a nadie para existir, prevalecer y respirar. Salí de ahí yo discretamente animada, incluso optimista. Me di de bruces con el líder del PSC en el Parlamento catalán, con Salvador Illa y, contra mi costumbre de reprocharle muchas cosas, esta vez le animé: «¡Por fin un poco de feminismo normal, no excluyente, en las instituciones, Salvador! ¡Seguid así!». Él sonrió como sonríe siempre, le digas lo que le digas. A mi lado, un par de sufridas diputadas socialistas catalanas sonreían con un ahínco mucho más marcado. Algo así como un alivio inmenso. A saber el tiempo que llevaban castigadas sin postre, sin poder hablar y de cara a la pared.

El socialismo español (y el catalán más) es muy proteico y tragasables. Se traga (y hace tragar a los suyos) sapos del calibre de Irene Montero o de Carles Puigdemont o de lo que sea que se les ponga enfrente si así a) gobiernan b) dinamitan la posibilidad de que gobierne nadie más. Porque, ya me perdonarán, después de todas las idas y venidas de Alberto Núñez Feijóo antes de su investidura fallida, la impresión que queda es, qué verdes están las uvas… Yo me pregunto si Feijóo no envidia apasionadamente a Sánchez porque él sí puede pactar con bolivarianos e indepes, y él no, porque le tienen manía, pero, sobre todo, porque no le salen las cuentas…

Quizá no todo está perdido si cuando menos y donde menos te lo esperas, puede saltar la liebre. Si los mismos que imponen con mano de hierro una falsa normalidad, un falso consenso universal, una falsa España, una falsa Cataluña, un falso feminismo, con otra mano permiten o se les escapa que el pregón de la fiesta mayor de Barcelona lo lea la Ciudadana Najat.

Creo que era La Rochefoucauld primero, y Oscar Wilde después, quienes dijeron que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. A saber. Pero por algo se empieza.

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