El independentismo y la insoportable pesadez del ser
«No es solo la fealdad de la que han ido impregnando Barcelona: es la pesadez de politizarlo todo y no desde una reflexión razonada, sino con eslóganes absurdos»
Un amigo me dijo una vez que defendía al Rey, pese a sus escasas convicciones monárquicas, porque le parecía mil veces mejor esta opción que un mundo a imagen y semejanza de ERC. Aunque él focalizara su atención en el partido que lleva la palabra republicana en su nombre, creo que su opinión es extensible al resto de posiciones políticas que se manifiestan como tales.
Recordé esa conversación el pasado sábado cuando mis acompañantes y yo abandonamos la visita guiada de un conocido museo de Barcelona ante la turra de la guía que tras tres cuarto de hora de monólogo no había comentado ni una sola obra, pero sí que nos había hecho partícipes de su enorme preocupación antes del 23 de julio y como intentó influir en el voto de los pobres incautos que tuvieron la mala pata de topar con ella los días previos a las elecciones. Una de sus estrategias, además de alabar la acción de gobierno de Colau, consistía plantarlos, como hizo con nosotros, ante un poema que, entre otras cosas, decía que quería tener un presidente que hubiera estudiado en la escuela pública. Recordé entonces que en la época en la que yo era diputada en el Parlamento de Cataluña, los únicos que habíamos cursado toda nuestra educación en la pública éramos Alejandro Fernández, del PP, y yo. No digo que no hubiera alguno más, pero no me consta, así que según su criterio, éramos los dos únicos merecedores de ser presidentes. Pero vamos, lo más grave de todo esto es ir a un museo a disfrutar del goce estético y tener que salir de allí harta de la homilía política que una guía tiene a bien endilgarte.
Por lo que sea, parece que no era nuestro día, ya que de allí nos fuimos a un espectáculo que se vendía como cabaret y burlesque y con lo que nos encontramos fue con una tremenda chapa sobre la condición de no binaries de los artistas (en puridad eran un hombre transvestido de mujer y una mujer vestida de payaso) y sobre el consentimiento. Como lo leen: en lugar de un espectáculo satírico y mordaz contra el poder, nos encontramos con unos discípulos de Irene Montero de escaso talento artístico repitiendo los mantras que surgen del Ministerio de Igualdad. La antaño transgresora y libérrima Barcelona convertida en el remedo de un episodio de ese compendio de tontunas woke que es And Just Like That.
Que en un mismo día tengas que salir escopeteada de un museo y de un bar para escapar de sendas turras da una buena medida de en qué se ha convertido mi ciudad bajo los mandatos nacionalistas y populistas que la han sometido a una degradación ética y, sobre todo, estética. No es solo la fealdad de la que han ido impregnando la ciudad: es la pesadez de politizarlo todo y no precisamente desde una reflexión razonada, sino con eslóganes absurdos. Como a la Sabina de La insoportable levedad del ser que prefería la dureza de la vida bajo la dictadura comunista a la versión kitsch que de esta se daba en las películas, cualquier opción me parece mejor que la pesadez de toda esta tropa que llevamos años aguantando en Cataluña y que ahora, por culpa de las ansias de poder de Pedro Sánchez, se está extendiendo por toda España.
«No hay que quitarle gravedad al innegable desprecio a los ciudadanos que tienen esos pinganillos en manos de los separatistas»
Les pongo uno de los ejemplos más claros: el de las lenguas en el Congreso. La función principal de las lenguas es comunicarse y, desde ese punto de vista, no hay ninguna duda de que lo más lógico es que si hay una lengua que todos comparten, sea esa la que se utilice, pero tampoco podemos obviar que las lenguas también tienen una función de representatividad y, desde ese punto de vista, es defendible que puedan tener mayor visibilidad en el hemiciclo, pero a partir de una decisión consensuada y que no atente contra el sentido común. Es decir, todo lo contrario de lo que ha sucedido por sucumbir ante la matraca nacionalista. Si tenemos en cuenta que en todas las comunidades bilingües la lengua mayoritaria es el español —es decir, la lengua de la mayoría de los votantes y de la mayoría de los diputados es esa— no tiene demasiado sentido hablar en otra, así que después de años de aguantar la cancamusa de querer usar las lenguas regionales y tras montar un espectáculo a cargo del erario público, en el primer pleno tras la aprobación de su uso hasta el portavoz de ERC acabó hablando en español.
No cabe ninguna duda de que es mucho mejor escuchar una elocución directamente que a partir de una traducción, pero como ya les digo que no hay nada peor que un mundo como el que nos pretenden imponer los separatistas, los miembros de Junts acabaron escuchando los discursos en español a través de un pinganillo que les traducía ese discurso… ¡al español! La semana pasada, desde estas mismas páginas, Marta Martín escribía que La cantante calva, una de las obras más conocidas del teatro del absurdo, era una excelente metáfora de lo que estaba sucediendo en el Congreso con las lenguas, lo cual es, sin duda, un gran hallazgo, pero por mucho teatro que hagan y por muy absurdo que nos resulte, no hay que quitarle gravedad al innegable desprecio a los ciudadanos que tienen esos pinganillos en manos de los separatistas y, por si quedaba alguna duda, su portavoz, Míriam Nogueras, lo dejó muy claro: Cataluña no es España. Quizá estaría bien recordarle que el separatismo no es Cataluña, porque ERC y su partido quedaron por detrás del PP y la CUP ni tan siquiera consiguió representación.
Esperemos que esta minoría no acabe imponiendo su insoportable pesadez al resto del país y que su amargura no nos quite a los demás nuestra alegría de vivir. Por eso, el próximo domingo hay que salir a las calles de Barcelona a gritar que amnistía y autodeterminación, no en mi nombre.