A quién llamas antes de morir
«En los momentos difíciles se dicen las cosas más simples. Pero quizá lo importante no es qué decimos, sino a quién buscamos cuando asoma la oscuridad»
De entre todos los instantes que componen el recuerdo del 11-S, uno me vuelve recurrentemente a la memoria. No es una imagen, sino una voz. La de un pasajero del vuelo United 175 que quedó grabada en el contestador de su mujer: «Jules, soy Brian. Escucha, estoy en un avión que ha sido secuestrado. Si las cosas no van bien, y no pinta bien, sólo quiero que sepas que te quiero». Estas palabras, pronunciadas ante el abismo, todavía golpean con una dureza existencial difícil de describir. Tan es así, que nunca he podido ver United 93, la película de 2006 que dirigió Paul Greengrass sobre el avión secuestrado que se estrelló cerca de Shanksville, Pensilvania, tras la intervención de los pasajeros que frustraron una tragedia mayor. Tolero el terror y la violencia, pero no la angustia que provoca la cruda certidumbre de la muerte. ¿Qué pensamos cuando sabemos que el final es inminente? ¿Qué sentimos ante el precipicio de la nada? ¿Y qué decimos en el instante antes de caer?
He sentido la misma angustia al escuchar el mensaje que una joven enviaba a su madre desde una discoteca en llamas. He intentado no oírlo, incluso he cambiado tres veces el dial para evitarlo, pero ha sido imposible. No quería saber pero he sabido que el mensaje llegó y la joven ha muerto. En televisión, el faldón de la noticia lo transcribía en su poderosa sencillez: «Mami, la amo, vamos a morir». En los momentos difíciles se dicen las cosas más simples. Pero quizá lo importante no es qué decimos, sino a quién buscamos cuando asoma la oscuridad. Cuando la muerte no llega de repente, pero casi de repente, concediéndonos el tiempo justo para sacar el móvil y buscar un contacto mientras baja el telón.
Apagada la radio, empezada la mañana, me preguntaba qué será de estos mensajes. Me preguntaba si conservarlos sería un consuelo o un tormento. Si quienes los recibieron los escucharían a diario o los borrarían de inmediato. Curioseando en la red, descubro que existen muchos mensajes grabados de las víctimas del 11-S; personal de a bordo, trabajadores que quedaron atrapados en las torres, bomberos que intuían que el edificio caería… muchos llamaron a sus madres, padres, hijos, hijas, maridos y mujeres. Y me reconfortó leer que muchos siguen encontrando alivio en esas voces conservadas en el tiempo como un último testimonio de amor. Me voy, sólo tengo tiempo de despedirme de una persona, y he querido despedirme de ti.