Los otros primos catalanes
«La esperanza está en los otros catalanes, en quien no esté dispuesto a rendirse, en estas entidades audaces que pisan calle»
Madrid y Barcelona son dos ciudades muy distintas, que durante años han mantenido una dualidad complementaria. Esa complementariedad se intentó quebrar con el disparate del procés y la proclamación de independencia. La realidad es que cada día hay más intercambios de personas, negocios con el otro catalán y ambas siguen despuntando. Y una cosa es leer los periódicos, ver las fotos audaces de las famosas realizaciones del independentismo, y otra cosa, entrar en contacto con la opinión pública. En el «cogollo del meollo del bollo» de la opinión se respira cierta pasividad, pero cada vez más los otros primos catalanes no tienen reparo en salir a la calle a blasfemar contra el Gobierno.
En realidad, ya decía Camba que un español blasfema contra todo lo existente, porque cada español está en lucha contra todo lo existente. Si de lo que se trata es de mover un poco Madrid y movilizar Barcelona para que suene, esto suena a sociedad cívica. Leo esta semana en La Vanguardia que estamos en un «momento delicado», Juliana dice que ha visto muchas cosas en Madrid, cosas que no creería el lector catalán catalanísimo. Después de tantos años escribiendo en contra de Madrid, a lo mejor hasta se merece una medalla o una pensión. Madrid ha hecho la fortuna (y la panza) de algunos escritores y periodistas indepes. Las comidas de la burguesía catalana en la capital son el inicio de las clínicas de adelgazamiento en la ciudad condal. No rompen España, su propósito, pero sí sus esófagos.
«Madrid no entendía el poder de las plataformas ciudadanas, porque el músculo social está flojo y solo salimos a protestar cuando prende la mecha del cabreo»
Yo sin embargo insisto en la pasividad y el carácter civilizado de los madrileños. Aquí no nos emocionamos con la identidad, tampoco con los políticos, tenemos mucha prisa y sobre todo, tenemos una vida. Nuestra pasividad con respecto a la deriva independentista también ha sido criticada, y es que desde Madrid no se entendió como prevenir la ruptura constitucional, porque la situación se abordó desde una perspectiva madrileña (política y jurídica). En Barcelona la sociedad civil actúa como contraequilibrio del poder, esto los indepes lo entendieron perfectamente bien. Madrid no entendía el poder de las plataformas ciudadanas, porque el músculo social está flojo y solo salimos a protestar cuando prende la mecha del cabreo. Los catalanes van todos de picnic en los autobuses a manifestarse por cualquier cosa, y hay organizaciones independentistas, como Omnium Cultural o la ANC que han entendido la importancia de organizar a la gente y repartir bocatas.
Y luego frente a estos catalanes con tanto tiempo libre y dedicación a la causa social se contraponen asociaciones y entidades llenas de buena voluntad pero con apenas recursos. Los otros catalanes, los catalanes españoles, se debaten entre el exilio silencioso hacia el Madrid de Ayuso o pasar a la acción. En cuanto al plan de acción, solo les queda sentarse a tomar un café con los socialistas antisistema y poco a poco convencerles de su «error».
En realidad, la esperanza ya no está en los partidos, porque los partidos políticos coquetean y tontean unos con otros pero ahí no va a pasar nada, todo va a quedar igual. Es decir, que la esperanza está en los otros catalanes, en quien no esté dispuesto a rendirse, en estas entidades audaces que pisan calle. Solo se ha entendido la importancia del músculo social cuando ya quizás es demasiado tarde, después de tan brillante lección de democracia. Hoy la gente sale a la calle con aires de subversión nostálgica a enfrentar el triste destino de los pactos con los nacionalistas, el destino de aquellas gentes enterradas en el castillo hermético de sus viejas lenguas y tradiciones, como las momias de las remotas dinastías egipcias. Contra esto existe la España de las luces, que conecta al primo catalán con Madrid.