Generación porno
«Debe haber un cambio legislativo porque la Ley del Menor no se ajusta a la situación actual y los colegios han de replantearse la digitalización de las aulas»
En los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a noticias realmente espeluznantes que se ven agravadas por la corta edad tanto de las víctimas como de los agresores. En Badalona, por ejemplo, se está investigando a 21 menores por al menos ocho violaciones. No estamos hablando de uno o dos perturbados, sino de más de dos decenas que, además, grababan las agresiones y las compartían. Otro de los casos recientes que ponen los pelos de punta por su crueldad es la condena a cuatro jóvenes que violaron anal y bucalmente a un compañero de 13 años con Asperger cuando cursaban 3º de la ESO. ¿Cómo hemos podido llegar a esto? ¿Qué es lo que está fallando para que haya semejante falta de empatía en tantos niños y adolescentes?
El tema es muy complejo y no creo que se deba a un solo motivo, pero ya quedan pocas dudas de que uno de los principales es el acceso de los niños al porno que les responde, de la manera más salvaje posible, preguntas que todavía no se habían ni planteado. Críos que sin haber llegado a sentir el deseo de besar a nadie ya han visto bukakes. En la televisión pública catalana han abordado el tema con una serie documental coproducida con ETB llamada precisamente Generación porno. Allí se explica, por ejemplo, que no es que ellos busquen estos contenidos: es que les salen cuando están jugando con los videojuegos y eso nos lleva a una cuestión fundamental: ¿es adecuado que los niños accedan a las pantallas? Según la psicóloga Júlia Pascual es como darle de fumar a un bebé.
Los peligros que suponen las redes sociales para niños y adolescentes son inagotables: desde adultos que se hacen pasar por jóvenes para pedirles fotos de desnudos que después utilizan para extorsionarlos a que los acaben metiendo en un multitudinario chat, como les ha sucedido a centenares de niños de 12 años en Barcelona, en el que se compartían vídeos de porno brutal, de violación de un cadáver o de estrangulamiento de animales. Criaturas de tan solo 12 años expuestos a semejantes barbaridades. Pero el tema va más allá de esto.
En Cataluña, por ejemplo, dos de cada tres escuelas infantiles han detectado casos de niños con un retraso global en su desarrollo causado por la sobreexposición a las pantallas: un 75% perciben un incremento de problemas en el lenguaje en forma de retrasos y alteraciones; un 46% detectan dificultades para comer y un 42%, problemas de aislamiento social. En algunos países de nuestro entorno como Francia, Países Bajos, Finlandia, Italia o Suecia ya se han prohibido los teléfonos móviles y en este último se ha paralizado las digitalización de los centros escolares ante el aumento de problemas de comprensión lectora entre el alumnado. Y es que según el neurocientífico Michel Desmurget, los dispositivos digitales están repercutiendo negativamente en el desarrollo neuronal de los niños y estamos ya ante la primera generación con un cociente intelectual inferior a sus padres.
«Deberíamos cuestionarnos qué beneficios obtenemos con el uso de las pantallas y cuál es el precio que estamos pagando»
Pese a las decisiones que están tomando al respecto los países de nuestro entorno, aquí se sigue apostando por la digitalización de una manera bastante acrítica. Sin embargo, hay excepciones como Catherine L’Ecuyer (autora del muy recomendable libro Educar en el asombro) o Rafa Rodríguez, director del Colegio San Pedro (centro Montessori de Gavá), que llevan tiempo alertando del problema y proponiendo alternativas de educación y de crianza. Rodríguez comenta con respecto a las pantallas que la información procesada es lo que realmente hace daño a los niños porque primero tendrían que construir el mundo con esas historias en las que tienen cabidas las cosas.
Hay que tener en cuenta que sus cerebros están en desarrollo y tienen que pasar por diferentes fases de abstracción que con los avances tecnológicos se están saltado y por eso no es de extrañar los problemas de comprensión lectora, de lenguaje o de socialización. Añade, además, que deberíamos cuestionarnos qué beneficios obtenemos con el uso de las pantallas y cuál es el precio que estamos pagando a cambio de eso y preguntarnos, sobre todo, qué tipo de humanidad queremos construir. Aunque una vez que has acostumbrado al cerebro al nivel de estímulo de las pantallas, que va directo a generar altos niveles de dopamina, es muy difícil dar marcha atrás, se puede y se deben plantear otras alternativas a los niños con los juegos, los cuentos, la lectura, la reflexión después de la lectura, la escritura creativa… Sin duda supone un esfuerzo, pero merece la pena porque es mucho lo que nos estamos jugando.
Sin querer caer en el pesimismo, la realidad es que ahora mismo estamos ante una generación muy frágil emocionalmente, que presenta problema de comprensión lectora y socialización y que, en algunos casos, realiza acciones deplorables como violaciones en manada que son grabadas y distribuidas en sus redes sociales con una ausencia total de culpabilidad y de empatía hacia las víctimas. Julia Pascual, que lleva años trabajando temas de violencia, acoso escolar y agresiones sexuales, explica que antes los victimarios solían haber sufrido abusos previos, normalmente en el seno de la familia, pero que esto ahora se está ampliando porque se está permitiendo que la violencia entre en las casas a través de la pantallas y eso podría explicar el alarmante aumento de casos.
Resulta evidente que debe haber un cambio legislativo porque la Ley del Menor no se ajusta a la situación actual y también que los centros escolares han de replantearse el tema de la digitalización de las aulas, pero es fundamental que los padres tenga claro lo que significa que sus hijos sostengan una pantalla con conexión a internet en las manos y mantener con ellos conversaciones, por muy incómodas que resulten —y más con críos de ocho o nueve años—, sobre el porno y otros contenidos que se pueden encontrar. De lo contrario, es como mandar a Caperucita a atravesar el bosque con un pastel en su cestita y sin ningún cazador que la salve del lobo.