Un camino azaroso al futuro
«El progreso tecnológico que supondrá la inteligencia artificial es la mejor herramienta para llevar a cabo la descarbonización de nuestras sociedades»
Pido disculpas al lector que, intuyendo en el título de este artículo una promesa de análisis político pesimista sobre el futuro de España, o por qué no, de Europa entera, se decepcione al asomarse al segundo párrafo. No van por ahí mis tiros, aunque sí ofreceremos una cierta dosis de distopía en el contenido de lo que sigue. Luego no protestes, lector, si continúas tu lectura más allá de este punto.
Este largo y cálido verano, que astronómicamente acaba de terminar pero que en la meseta nos dejó meteorológicamente a primeros de septiembre, en este verano digo, tuve la suerte de leer el penúltimo libro del famoso científico e inventor británico James Lovelock (1919-2022), titulado A Rough Ride To The Future. Escrito en 2014 a la avanzada edad de 95 años, Lovelock trata de dos temas que a día de hoy acaparan numerosos titulares: el cambio climático y la inteligencia artificial. Hace además un repaso de su propia carrera, en el que ensalza las virtudes de los inventores por encima de las de los científicos. Y con esos tres elementos –el cambio climático, la capacidad de invención humana y la inteligencia artificial– construye una visión del futuro de la humanidad sobre la Tierra, futuro que mira con preocupación, pero no con alarma, y de ahí el título del libro.
Lovelock se había hecho ya famoso en 1969 al proponer su llamada hipótesis de Gaia, según la cual la atmósfera, los océanos, la biosfera y las rocas de la Tierra conforman un sistema que se autorregula para asegurar un solo objetivo: mantener un entorno habitable para cualesquiera que sean las formas de vida del planeta. Según su hipótesis, controvertida cuando menos y desdeñada durante años en los ámbitos académicos, la vida sobre la Tierra no es un actor pasivo dentro de su entorno en el que sólo sobreviven los que con más éxito se adaptan a él siguiendo las leyes de Darwin. La (más adelante denominada) teoría de Gaia propone que la biosfera influye sobre dicho entorno y sobre sus flujos de energía para mantener el equilibrio de esas condiciones que le convienen. Esta retroalimentación casi consciente y determinista entre vida y entorno es el mecanismo que ponen en tela de juicio muchos biólogos que solo aceptan el azar como motor de la selección natural. Resultado de esa influencia, en este caso de la industrialización global, resulta el calentamiento global, que llevará ese equilibrio a un punto distinto, y la humanidad tendrá que ver si es capaz de recuperar el punto de equilibrio anterior y en todo caso adaptarse por el camino a la nueva situación.
«La abundancia de energía, defiende Lovelock, es la que ha hecho posible el crecimiento exponencial de la inventiva humana»
Tras el vistazo que Lovelock echa al estado del planeta hace una afirmación categórica: el crecimiento económico, la superpoblación, el cambio climático, el desarrollo sin fin de la raza humana, todo tiene un origen común -la abundancia de energía barata. Esta abundancia de energía, defiende Lovelock, es la que ha hecho posible el crecimiento exponencial de la capacidad de inventiva de la especie humana, y con ella su desarrollo ilimitado. Lovelock va más allá y propone una idea fascinante: que nuestra evolución como especie a futuro no estará ya sometida a los procesos de selección natural, que tardan millones de años en actuar, sino a la evolución de los artefactos que seamos capaces de inventar, evolución que avanza a una velocidad un millón de veces superior. Y así vislumbra la aparición en la Tierra de una «forma de vida cooperativa en la que lo orgánico y lo electrónico evolucionan en sincronía».
Ya en el siglo XVII, con la invención del telescopio y del microscopio, el científico inglés Robert Hooke, contemporáneo de Newton, describió la aparición de estos instrumentos como «la incorporación de órganos artificiales a los naturales del hombre». Últimamente no se habla de otra cosa que de la inteligencia artificial y de cómo la investigación científica podría multiplicar su producción de descubrimientos con la ayuda de robots científicos; o del desarrollo de los procesos del lenguaje natural que abrirá las puertas a nuevos descubrimientos a partir de la relectura por estas máquinas de la literatura científica ya existente (literature-based discovery). Este nuevo Renacimiento científico sería varios órdenes de magnitud superior al que puso las bases de la revolución industrial del siglo XVIII o a la tecnológica de los últimos 50 años. Lovelock establece una analogía muy eficaz al comparar esta explosión de conocimiento con el fenómeno de cómo un líquido en régimen laminar (léase que no cambia) pasa en un instante a otro turbulento (léase en cambio constante) simplemente aumentando su flujo. Del mismo modo viviremos la ebullición que ocasionará el advenimiento de la inteligencia artificial en la capacidad de invención del ser humano, y la aceleración consiguiente de nuestra evolución como especie a futuro.
Otra evolución, la de su pensamiento sobre el cambio climático, ocupa una parte importante del libro. Lovelock había publicado en 2006 y 2009 sendos libros sobre el asunto para poco después acusarse de haber sido excesivamente alarmista. En éste de 2014 sigue pensando que el cambio climático es el reto por excelencia al que se enfrenta la humanidad, pero piensa que en el pasado exageró al decir que el peligro era inminente. Aparte de su original manera de protestar por la excesiva confianza que la ciencia climática otorga a los modelos climáticos -«la creencia en la sabiduría y veracidad de las matemáticas ha llegado a límites peligrosos»-, es muy interesante verle contar por qué ha llegado al convencimiento de la inevitabilidad del cambio climático: él lo entiende como una consecuencia indisociable de la civilización que hemos construido a lo largo de los últimos 300 años, identificando su momento fundacional con la invención en 1712 de la primera máquina de vapor por el herrero de Devon Thomas Newcomen.
«Lovelock es poco optimista sobre la capacidad actual de la humanidad para frenar el calentamiento global»
En este sentido afirma, con mucha razón, que no tiene sentido ponerse a estas alturas a buscar los culpables de esta sociedad fundada sobre la quema de combustibles fósiles que ha traído al mundo unos niveles de bienestar y prosperidad nunca vistos antes. Es muy crítico, sin embargo, con la apuesta a una sola carta de las energías renovables como solución, y con el rechazo a la energía nuclear de los movimientos ecologistas, a los que acusa de haber sido comparsas de las petroleras, gasistas y mineras del carbón que, al calor del parón nuclear, han continuado creciendo hasta bien entrado el siglo XXI.
Lovelock es poco optimista sobre la capacidad actual de la humanidad para frenar el calentamiento global, y haciendo uso una vez más de su talento futurista, ve las ciudades como las Arcas de Noé que nos ayudarán a sobrevivir en un clima más adverso. Pero serán ciudades muy distintas de las actuales, tendrán una planta más pequeña y más vertical, mucho más fáciles de aclimatar y más eficaces en el movimiento de las personas que las urbes extensas de gran parte del mundo occidental. Serán en palabras suyas nuestra retirada sostenible. Lovelock tiene todavía agallas para echar un órdago distópico y afirmar a mayores que las ciudades podrían evolucionar hasta convertirse en super-organismos al estilo de las colmenas o los termiteros, super-organismos que el famoso entomólogo norteamericano E.O. Watson identificó como los verdaderos entes sobre los que actúa la ley de selección natural. Dios no lo quiera.
Sería fatuo proponer al lector una mirada alternativa a la que nos ofrece el autor en su libro, pero sí podríamos mostrar nuestra preferencia por alguna de sus propuestas. Hemos apuntado antes cómo describe Lovelock el paso de un líquido de su régimen laminar en el que nada cambia a un régimen turbulento en el que todo es cambio, aunque cambio azaroso; y cómo establece la analogía entre este cambio de régimen y el cambio que la irrupción de la inteligencia artificial podría ocasionar en la capacidad de inventiva de la humanidad, que si ya es grande se multiplicará, y con ella nuestra capacidad para ralentizar cuando menos el calentamiento de la Tierra de origen antropogénico. Con esa propuesta nos quedamos, en la convicción de que el progreso tecnológico es la mejor herramienta para llevar a cabo la descarbonización de nuestras sociedades, si bien reconocemos que el camino al futuro será azaroso.