No es una princesa Disney
«Lo mínimo que se debía pedir al presidente de Gobierno es que respetara la Constitución, en vez de aliarse con quienes la desprecian a diario»
Algunos miembros del sanchismo, y algunos socios del sanchismo, creen, o creían, que la Princesa de Asturias era una princesa Disney, que aparecería en el Congreso y Palacio Real con todo su esplendor.
Ignorantes, son incapaces de ver más allá de sus narices, no tienen ni idea de lo que es una monarquía parlamentaria ni tampoco la Constitución, ni la importancia de preservar las instituciones para que no se conviertan en organizaciones a las que manejar desde el Gobierno. Que es lo que está ocurriendo con algunas del Estado, una situación inquietante porque rompe con la norma principal de las democracias, la independencia de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Aquí el Ejecutivo mangonea todo lo que puede, y duele decirlo. Pero no es esta periodista la que siente vergüenza por expresarse en estos términos sobre el Gobierno, su Gobierno, sino que sería en todo caso su presidente el que debería reflexionar sobre el respeto a la independencia de esos poderes.
La jura de la Constitución de la Princesa de Asturias es un acto de enorme relevancia institucional, significa que ha alcanzado la edad que da paso a la Jura, con mayúscula ,porque es condición imprescindible para asumir unas funciones más amplias que las que ha ejercido hasta ahora; pero también, y no es un asunto menor, que asumiría la Jefatura del Estado si llegara la hora del relevo, no en un Consejo de Regencia.
Es penoso que los socios del Gobierno de Sánchez, que tienen una visión muy pedestre de lo que significa ser republicano, decidieran expresar su rechazo a la monarquía negando su asistencia a un acto como el que se vivió este martes. Ser republicano es tan respetable como ser monárquico, pero si los republicanos de la Transición así lo entendieron, y promovieron una Constitución que recogía que España debía ser una monarquía parlamentaria que dio paso a los 40 años más estables de la historia de España, lo mínimo que se debía pedir al presidente de Gobierno es que respetara la Constitución, en vez de aliarse con quienes la desprecian a diario.
«Santos Cerdán, de parte de Sánchez, le ha rendido pleitesía en Bruselas ante un cuadro en el que se homenajea el referéndum ilegal»
Aunque poco se puede esperar de un presidente que no se conforma solo con aliarse con partidos que se mueven al margen de la ley, sino que, el día antes de que la Princesa de Asturias jurase la Constitución, —un acto de relevancia institucional que iba más allá de una celebración más o menos protocolaria— Sánchez no tuvo el menor pudor en intentar devaluarlo con una reunión que escandalizó a gente muy próxima a él, y de consecuencias imprevisibles. Envió a un dirigente del PSOE a Bruselas para entrevistarse, en su nombre, con un prófugo de la justicia: un político al que Sánchez se entrega abiertamente porque le da los votos que necesita para seguir siendo presidente. Se puso a disposición del tipo que provocó que el Rey Felipe tuviera que tomar una iniciativa que solo el podía tomar: pronunciar un discurso indispensable, necesario, valiente, el 3 de octubre de 2017 para recordar a Puigdemont y a sus seguidores que en España, y por tanto en Cataluña, hay que cumplir la ley y respetar la Constitución.
D. Juan Carlos tuvo su gran discurso la noche del 23-F que paró un golpe de Estado. El Rey Felipe pronunció su gran discurso dos días después de que Puigdemont promoviera una declaración de independencia. Duró 8 segundos, pero se proclamó. Después huyó dejando detrás a sus colaboradores, que acabaron en la cárcel mientras él vivía en un palacete en Bruselas. Y Santos Cerdán, de parte de Sánchez, le ha rendido pleitesía en Bruselas ante un cuadro en el que se homenajea el referéndum ilegal.
Dicen los sanchistas que algunos periodistas estamos encendidos de ira. Lo estamos, a mucha honra. Prefiero ser acusada de caer en la ira que pronunciar la frase que me soltó un miembro del Gobierno: su lealtad a Pedro Sánchez es total, inquebrantable, haga lo que haga.
En mi lenguaje, eso se llama secta.