Alto perfil político
«El mejor soldado político es el que menos sentido de la vergüenza tiene. La mayor prueba de lealtad no es solo apoyar al presidente sino hacer el ridículo por él»
La política es un trabajo mediático. Es la policy, como dicen los anglosajones, la que se preocupa de la actividad legislativa. El político, en cambio, tiene una tarea performativa: no influye en la realidad sino que reacciona a ella. Y siempre lo hace, claro, para favorecer a los suyos. El político contemporáneo, en definitiva, es una especie de influencer con dinero público. Influencer, se entiende, de lo que dice su jefe.
Hace años hablábamos de facciones dentro del PSOE, de «barones» socialistas que discrepaban de la línea establecida por el secretario general. Hoy el PSOE es un partido personalista, un bloque de hormigón. En su interior, la única disidencia es controlada. A veces da la sensación de que versos sueltos como el presidente manchego García-Page son también parte de la estrategia de Sánchez: es crítico de vez en cuando pero luego, obviamente, acaba apoyando al presidente y votando lo que él dice. Así no se transmite una imagen de uniformidad (la otra hipótesis probablemente sea más cierta: a Page le gustaría desafiar más abiertamente a Sánchez pero le gusta mucho más el poder, y fuera del partido siempre hace mucho frío).
Por eso cuando Sánchez dijo, al anunciar a sus nuevos ministros, que eran de «alto perfil político» porque venía una legislatura de «alto perfil político», se refería a la política desde esa perspectiva: va a ser una investidura bronca, propagandística, de guerra cultural y mediática. Sus ministros no van a ser técnicos, sino políticos. Su nuevo ministro de Transportes, Óscar Puente, es un ejemplo de eso. Tiene un ministerio sin mucho «perfil político»; lo ideal sería que lo liderase alguien más técnico. En su lugar lo lidera alguien que disfruta de la confrontación. Su discurso en la investidura de Feijóo fue bronco, de un sarcasmo cínico e hiriente y un matonismo mediocre: ni siquiera es un buen retórico.
«Óscar Puente dijo lo que sabemos todos, que la convivencia y pasar página y toda esa morralla son pura propaganda»
Hace unas semanas, tuiteó un comentario que resume bien la actitud cínica del Gobierno con respecto a sus pactos con los nacionalistas para seguir en el poder: «La amnistía es el problema de quienes no tienen problemas. Este es un claro ejemplo. A este sr. [estaba citando a alguien que criticaba la ley de amnistía] la subida del salario mínimo le importa un bledo, las pensiones menos. La amnistía es el problema de los privilegiados». No se meta usted en política.
Semanas después defendió la amnistía así: «A nadie se le oculta que adoptar esta medida en este momento inevitablemente se vincula con la formación de Gobierno. Es decir, sin esta medida, la investidura no hubiera sido posible». En una entrevista en TVE, Puente dijo que no habrían aceptado la amnistía si no hubieran sido necesarios los votos de Junts. Es decir, lo que ya sabemos todos menos algunos despistados o interesados: que la convivencia y pasar página y toda esa morralla son pura propaganda.
Al día siguiente, Puente matizó sus palabras, empeorándolas: «La amnistía era necesaria para llegar a un acuerdo, pero también la convivencia en Cataluña y, por tanto, puede que no se hubiera hecho en este momento, pero sin duda se hubiera hecho a lo largo del mandato». Y para ilustrar esto mejor (supuestamente), añadió: «Podrían preguntar: oye, ¿usted se habría casado si no se hubiera quedado embarazada su mujer? Pues a lo mejor en este momento no, pero nos queremos mucho y seguramente dentro de seis meses nos hubiéramos casado también. Pues esto es lo mismo». El mejor soldado político es siempre el que menos sentido de la vergüenza tiene. Este es el «perfil político» que buscaba Sánchez en su nuevo Gabinete. La mayor prueba de lealtad no es solo apoyar al presidente y estar junto a él en los buenos y los malos momentos; es, sobre todo, hacer el ridículo por él. El apparatchik no es suficiente; entramos en la era del soldado bufón.