Lo que la amnistía se llevó
«¿Qué van a pensar de un país que negocia con prófugos de la justicia en el extranjero y bajo la supervisión de mediadores internacionales?»
Aunque todavía no ha sido aprobada, la ley de amnistía ya se ha llevado muchas cosas. Se ha llevado, en primer lugar, la separación de poderes y la garantía de un país formado por ciudadanos libres e iguales: cualquiera de nosotros está sometido al imperio de la ley mientras que los socios de Sánchez pueden delinquir sin tasa con la excusa del proceso independentista. Y los pactos con estos mismos socios empiezan a llevarse también la noción de España como país para cambiarlo por una profusión de naciones que todavía están por ver. Y es que, ¿la nación va a ser Cataluña o los supuestos Països Catalans? ¿Euskal Herria va a estar formada por el actual País Vasco y Navarra? ¿Van a reclamar las partes francesas?
La ley de amnistía se ha llevado también la concordia entre españoles ya que el propio Sánchez nos dividió en su discurso de investidura en progresistas y reaccionarios y él, lejos de erigirse en el Presidente de todos los españoles como sería de esperar, se autodenominó «muro» para contenernos. La verdad es que resulta bastante pintoresco que en ese muro que él ha creado ponga en el lado progresista a un partido como el PNV cuyo lema es «Dios y leyes viejas» o a otro como Junts, mutación de la antigua CiU que fue el partido que más alcalde franquistas recicló. Y es que aunque Sánchez se vende a sí mismo como muro de contención de la ultraderecha, en Europa Puigdemont y los suyos son considerados, precisamente, ultraderecha.
Eso nos conduce a que la ley de amnistía se ha llevado también el prestigio internacional de Sánchez: diarios progresistas como Le Monde, The Guardian o The Observer han publicado editoriales donde alertan de su deriva iliberal y del serio peligro que presenta para el Estado de derecho a la vez que destacan que su ambición está por encima de todo. Más lejos ha ido el conservador The American Spectator que ya en su titular advierte de que una nueva dictadura de extrema izquierda viene a Europa. Y el Financial Times, aunque en un principio pareció apoyar la ley de amnistía, ahora ha reculado. Tampoco parece suscitar demasiadas simpatías en Alemania, donde en Die Welt lo comparan con Orban y aluden a lo dañino que resulta su desmesurado ego y en Frankfurter Allgemeine señalan su imagen de Presidente sin escrúpulos capaz de vender su nación a los separatistas. Y no ha sido tan solo la prensa la que se ha pronunciado, sino también la Unión Internacional de Magistrados, que tacha el acuerdo del PSOE con los separatistas de pernicioso o The Internacional Bar Association, la mayor asociación de colegios de abogados del mundo, que ha expresado su «grave preocupación por la erosión del Estado de derecho en España».
Pero lo más preocupante no es el desprestigio internacional de Sánchez, sino el nuestro ya que el miércoles se debatió en el Parlamento Europeo sobre la salud de la democracia en nuestro país, algo que solo ha ocurrido en tres ocasiones en la UE -con Polonia, Hungría y Rumanía-, así que imagínense la imagen que estamos dando. Pero es que, claro, ¿qué van a pensar de un país que negocia con prófugos de la justicia en el extranjero y bajo la supervisión de mediadores internacionales? Esto no es propio de una democracia por lo que es el mismo Sánchez quien coloca en tan mal lugar a nuestro país, que va a seguir bajo la lupa comunitaria durante toda la tramitación de la ley y si esta llega a aprobarse. Al desprestigio por sus negociaciones con filoetarras y golpistas se suma su fiasco en Israel que se ha saldado con una grave crisis diplomática.
Sin embargo, hay cosas que esta ley de amnistía no se va a poder llevar. Esta palabra que proviene del griego amnestía –olvido– y que comparte raíz con amnesia, no va a hacer que dejemos de recordar todo lo que ha pasado a lo largo del llamado proceso independentista. Se trata de una herida profunda no entre catalanes y españoles, como nos quieren hacer creer desde la propaganda gubernamental, sino entre los propios catalanes y por eso vamos a seguir recordando todas las relaciones con amigos y familiares que perdimos; los chats de los que nos tuvimos que salir; el silencio autoimpuesto para no perder a más seres queridos o por temor, ya que los catalanes que se sienten españoles tienen más miedo a expresar sus opiniones. La amnistía no va a suponer la amnesia del miedo que sentimos muchos catalanes hasta el punto de sacar de aquí nuestros ahorros y, en algunos casos, el éxodo silencioso de aquellos que pudieron cambiar su lugar de residencia. Y tampoco parece que estén dispuestas a olvidar las empresas que se fueron de Cataluña durante el 2017 y que ya han dicho que no quieren volver por mucho que es punto conste en el acuerdo del PSOE con Junts. Y, por supuesto, no vamos a olvidar a todas esas personas que han recibido agresiones físicas por defender sus ideas.
Por mucho que Pedro Sánchez y sus compañeros de partido no tengan ningún tipo de principios ni de escrúpulos y ahora hayamos sabido que ya estaban negociando con Puigdemont la amnistía en marzo mientras afirmaban públicamente que era inconstitucional, lo que no se van a poder llevar es la dignidad de tantas personas anónimas, de tantos miembros de asociaciones –Societat Civil Catalana, S’ha Acabat, Asamblea por una Escuela Bilingüe y muchas otras- ni de tantos afiliados y concejales constitucionalistas que llevan tiempo dando la cara para defender la libertad, la igualdad y la democracia. Y, por supuesto, lo que no se va a llevar la amnistía es el oprobio de todos aquellos que están siendo capaces de vender a su país por un carguito. Dice María Teresa León en Memoria de la melancolía que «vivir no es tan importante como recordar» y somos muchos los que no estamos dispuestos a olvidar.