Barcelona
«No creo que se llegue a la barbarie del siglo XX. Pero eso no quiere decir que no hayamos vuelto a las condiciones preparatorias de un estallido violento»
Cuando éramos jóvenes y corríamos por París haciendo de exiliados fake, nos partíamos de risa con los titulares del Nouvel Observateur. Sepan los más jóvenes que se trataba de una publicación más o menos social comunista que impartía instrucciones de comportamiento y moralidad universales, algo así como los medios de formación del régimen actual. Los titulares del NouvelObs (o simplemente l’Obs) eran muy poéticos y en aquellos años de agonía de Franco y violencia callejera titulaban: Barcelone, capital de la colère. Por supuesto los amigos, cuando alguien volvía a la ciudad sureña, siempre lo despedíamos preguntando si se iba a la «capital de la cólera». Algo por lo general preferible a ser la capital del cólera (morbo).
Como siempre, los medios extranjeros iban con unos siglos de retraso sobre la situación en España. Sin embargo es cierto que durante unos años Barcelona fue la capital del asesinato y el bandolerismo. Pero eso fue en el primer tercio del siglo XX, en los años veinte. Por un lado, una patronal sin piedad, con una avaricia de refranero, y persuadida de sus derechos feudales, apretó hasta la miseria a los trabajadores de la industria catalana, que era el mayoritario en la España de entonces. Las condiciones de trabajo eran dickensianas y no había pobreza sino insoslayablemente miseria. Y entonces los trabajadores cometieron un error. Creyeron que lo que no podían conseguir mediante negociaciones y huelgas legales lo podían lograr con métodos violentos. Así nació la parte pistolera de la CNT, a la que nunca apoyó su jefe, conocido como El Noi del Sucre, sindicalista cabal. Y eso le costaría la vida. De inmediato los patronos catalanes montaron su propia banda de asesinos. Tenían más dinero, pero sobre todo tenían al ejército y a la policía.
La historia de esos años de plomo la ha narrado Antonio Soler (Apóstoles y asesinos, Galaxia Gutenberg) en un libro que se debería leer en las universidades, no sólo por su valor literario, sino porque es una excelente introducción al carácter de la burguesía feudal catalana que se pasó rápidamente del fascismo al independentismo después de abrazar a Primo de Rivera. Pero deberían leerlo, no sólo los estudiantes, sino también todos los políticos actuales que creen de buena fe que pueden acabar con lo que los feudales llaman «el conflicto» o «el procés», mediante cesiones patriarcales.
«La patronal catalana, desde luego, no parece haber aprendido nada»
Durante demasiados años la capital de la cólera fue como Chicago en los roaring twenties. Asesinatos diarios, atentados constantes, bombas y disparos, hasta que tomó el mando de la gobernación el siniestro Martínez Anido. La escalofriante personalidad de aquel monstruo la ha reconstruido con sagacidad y estupenda prosa Antonio Soler. A partir de la llegada del carnicero, Chicago se quedó en un juego de niños comparado con Barcelona, entonces sí capitale de la colère. La célebre Ley de Fugas anticipó unos años lo que serían más tarde los «paseíllos» nocturnos de la siguiente generación de asesinos, durante la guerra civil.
En la actualidad no creo que se llegue a la barbarie del siglo XX. En parte porque al Gobierno de Madrid ya no puede controlar por completo a las fuerzas armadas y policiales, aunque el terrorismo de Tsunami y CDR, ahora al borde de la amnistía gracias al típico pardillo castellano, den una idea de lo que corre por la cabeza de tipos como Puigdemont, ya denunciado ante la justicia. Pero eso no quiere decir que no hayamos vuelto a las condiciones preparatorias de un estallido violento. La patronal catalana, desde luego, no parece haber aprendido nada.