THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Intelectuales frente a clérigos

«Las palabras de Kolakowski sirven para esclarecer por qué algunos intelectuales siguen aferrados al PSOE y su líder»

Opinión
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Intelectuales frente a clérigos

Leszek Kolakowski. | Mariusz Kubik (Wikimedia Commons)

Jordi Gracia publica este domingo en El País una tribuna contra los intelectuales que fueron de izquierdas en su juventud y que ahora, en la madurez, critican con dureza el Gobierno de Pedro Sánchez, inconformidad que ya habían comenzado con Zapatero. Para Gracia, esto sólo es posible porque resienten su pérdida de poder real, de audiencia y privilegios, y para recuperarlos se han refugiado en un vetusto nacionalismo español, que antes combatían. Sus catilinarias, además, son exageradas y predecibles. Denuncian con énfasis un riesgo inexistente. La principal crítica de Gracia se dirige a Savater, pero no excluye otros nombres como Azúa, Juaristi, Albiac, Pardo, Cebrián y Trapiello.

A la mayoría de esos autores los tuvo que publicar –se comprende contra su criterio– como responsable de opinión de El País. A estas figuras decadentes, todos hombres, antepone Gracia la lealtad a los principios de cuatro mujeres insobornables: Victoria Camps, Rosa Regàs, Rosa Montero y Maruja Torres. Según Gracia, el intelectual debe defender a los suyos, digan lo que digan y hagan lo que hagan. En otras palabras, deben dejar de ser intelectuales para convertirse en pensadores orgánicos, en clérigos de una ortodoxia. Sobre la diferencia entre el intelectual libre y el orgánico vale la pena volver a Kolakowski.

Leszek Kolakowski (Radom, Polonia, 1927 – Oxford, Inglaterra, 2009) tuvo un empeño mayúsculo en su vida: desentrañar el marxismo para entender los horrores sin fin que se cometían en su nombre. Al principio, desde su Polonia natal, con el deseo de reformar el dogma oficial y abrir un espacio para la autonomía de los ciudadanos. Fracasó. Ya en el exilio, abandonó la esperanza de la reforma y lo combatió con la agudeza de una inteligencia analítica sin par. 

«Todo lo que hacemos, incluidas la teoría y la práctica marxistas, modifican la historia de una manera no predecible»

Como historiador, estaba en contra del determinismo. La historia no es una ciencia, ni está ya escrita, ni conduce a un fin determinado. El azar existe. Todo lo que hacemos, incluidas la teoría y la práctica marxistas, modifican la historia de una manera no predecible y todo avanza sin un propósito predeterminado. Nadie sabe cómo lo juzgará la historia, cuyas verdades cambian con el tiempo. La Roma que se estudió en el siglo XIX no era la misma Roma que se estudió en el XX, aunque en todas hubiera muerto Julio César asesinado.

Como filósofo, creía y defendía la libertad individual, base de todas las libertades. Y por eso quiso reconciliar su fe católica con el credo liberal. Le interesó mucho el pensamiento religioso que se disfraza de política e ideología.

Se exilió en Oxford en el temprano 1968. Mientras los jóvenes occidentales buscaban respuestas al vacío de la sociedad de consumo y la rigidez moral de su tiempo a través de la liberalidad sexual, la exploración lúdica de las drogas alucinógenas o imaginaban paraísos de concordia en la tierra, Kolakowski luchaba, desde un diminuto despacho en la honorable universidad que lo recibía, contra la gran mascarada del socialismo real. También le interesó el hechizo que ese mundo causaba en Occidente, particularmente en muchos de esos jóvenes libertarios. Era una paradoja que no se podía explicar desde la razón, sino desde la religión. Los intelectuales de occidente actuaban como una de esas sectas milenaristas que el propio Kolakowski había estudiado. En el verano de 1986, convocado por la revista Salmagundi, discutió con George Steiner, Conor Cruise O’Brien y Robert Boyers sobre la responsabilidad de los intelectuales.

Creo que sus palabras sirven para esclarecer por qué algunos intelectuales siguen aferrados al PSOE y su líder, aunque en su actuación transgredan sin recato los principios en los que creen, en particular el valor de la igualdad ante la ley que la amnistía vulnera de manera definitiva. Con otro Gobierno, las negociaciones de Sánchez con Puigdemont al amparo de un mediador internacional y fuera de España les hubieran alarmado hasta el paroxismo o la repugnancia. No me refiero a los intelectuales que están pagados por el Gobierno o por el partido, o los que han conseguido una efímera notoriedad por ser sus paladines. No podemos saber si a todos estos los pondrá en su sitio la historia, becerro de oro que adoran en vano; Clío, su musa, es impredecible y hasta caprichosa, como ya nos advirtió Kolakowski. Me refiero a los que, de buena fe, luchando con su consciencia y sus prejuicios, siguen en el barco del «sanchismo», esa extraña hidra de una sola cabeza. Me refiero a gente como Jordi Gracia. Les dice Kolakowski: 

Otra tendencia común en los intelectuales es su constante y desesperada búsqueda de legitimidad. Después de todo, nadie pregunta para qué sirven los plomeros o cuál es la razón de ser de los doctores, pero la pregunta sobre cuál es la razón de ser de los intelectuales es bastante natural y hasta entendible. Y son los intelectuales los que se plantean esta pregunta incesantemente. Esperan eventualmente hallar un tipo de legitimidad social que sienten les hace falta. El otro problema es que el intelectual quiere ser escuchado, y la única garantía institucional de que un intelectual será escuchado es si él se incluye dentro de un establishment totalitario. Esto explica porque muchos intelectuales ansían ser pensadores de la corte o filósofos cortesanos en un sistema totalitario que provee ciertas comodidades, y que garantiza por lo menos en parte una audiencia leal a intelectuales serviles, sin importar cuáles sean los resultados. 

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