Dictadura democrática
«La fortaleza de las instituciones y la sabiduría de la Corona pueden ser los elementos que salven los cimientos democráticos de España»
Mañana celebraremos el 45 aniversario de nuestra Constitución. Este hito llega en un momento en el que no solo se cuestionan sus pilares fundamentales, como la integridad territorial, la separación de poderes y la herencia de la Transición, sino también el marco de convivencia que esta norma nos ha ofrecido durante casi medio siglo.
Yo no voté por la Carta Magna del 78, al igual que toda mi generación, algunas generaciones anteriores y todas las posteriores. Sin embargo, esto no me impide reconocer que fue un acierto, fruto de la inteligencia y la generosidad, con enormes fortalezas… pero también con grandes debilidades. A algunas de estas últimas, señaladas proféticamente por Sabino Fernández Campo, antiguo jefe de la Casa del Rey, me quiero referir hoy.
Hace 23 años, en un discurso pronunciado ante la Academia de Ciencias Morales y Políticas titulado Las fuerzas armadas españolas ante un nuevo siglo, el académico anticipó, con pelos y señales, el escenario de la realidad española actual, reflexionando al mismo tiempo sobre la dificultad de encontrar en él soluciones. Leer el texto, no muy conocido, casi un cuarto de siglo después pone los pelos de punta.
Fernández Campo quería hablar del papel de las Fuerzas Armadas y de su comandante supremo, el Rey, en la garantía del ordenamiento constitucional (de hecho, el subtítulo del artículo es Reflexiones sobre el artículo 8 de la Constitución). Lo relevante es que, para hacerlo, deja volar su memoria «por el pasado» y su imaginación «por el futuro» y así, por un lado, recuerda momentos trascendentales que señalan el origen de problemas actuales y, por otra parte, juega a la política ficción sin saber que está haciendo una anticipación de la Historia.
En efecto, parece ser que un día, en plenas negociaciones de la Carta Magna, el presidente del Gobierno solicitó urgentemente un despacho. Cuando se fue, el Rey, contento, informó a Sabino de la redacción del famoso artículo 2 (el del café para todos): «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas».
«En la dictadura democrática un partido, amparándose en resultados electorales, ejerce un poder totalitario»
Cuenta Fernández Campo que al leerlo experimentó una extraña premonición: el texto permitía salir del paso, sí, pero encerraba la base de los problemas que se trataban de evitar. ¿Cuál sería el alcance y los límites del «derecho a la autonomía» frente a «la indisolubilidad de unidad de la nación»?
Para aterrizar la dificultad de la pregunta, haciendo un análisis ficcional y especulativo, Fernández Campo se planteó en el artículo el papel del Rey en tres escenarios: el primero, el de una amenaza exterior; el segundo, el de una sublevación interna; y el tercero, y aquí está la clave de la cuestión, en la coyuntura hipotética de lo que él denominó «dictadura democrática».
La dictadura democrática describe la situación en la que un partido político, amparándose en resultados electorales y apoyándose en una aritmética parlamentaria que le obliga a situaciones extremas, ejerce un poder casi totalitario para imponer una agenda, que va en contra de los principios fundamentales recogidos en la Carta Magna, incluyendo el de la igualdad entre los españoles.
«Puede ocurrir», apunta Fernández Campo, que los «pactos necesarios para mantenerse en el poder… alcancen extremos exagerados y lleguen a constituir un peligro». Porque «no es fácil pensar en el sacrificio que supone para los políticos renunciar al poder. Es más probable el de renunciar a algunas ideas, a algunos planes o a algunos propósitos con tal de mantenerse en él».
Ante la paradoja de un Gobierno surgido de elecciones aparentemente legítimas que socava los principios mismos que las hicieron posibles, la pregunta es ¿no cabe, constitucionalmente, ningún remedio ante la violación de unos principios básicos de la Constitución?
La solución es compleja. El antiguo jefe de la Casa del Rey resalta la importancia de la Corona en la preservación de la democracia y del Estado de derecho. Una de las cuestiones reveladoras del texto es que parece ser que durante la elaboración de la Constitución se contempló la idea de que, en casos excepcionales y limitados, el Rey pudiera convocar un referéndum sobre temas trascendentales para la Nación. Esta idea no prevaleció, o al menos no quedó plasmada. Nos hubiera venido hoy de perlas.
«Felipe VI sí podría advertir pública, clara y solemnemente de la degradación democrática que implica la amnistía»
Pese a todo, Fernández Campo otorga al monarca un papel fundamental de mediador y modulador del resto de instituciones. «Tal vez las funciones más importantes y decisivas del Rey son las que no están amparadas por el refrendo… Ante extremos verdaderamente gravísimos, el uso del poder moderador por parte del Monarca permitiría advertir del peligro que encierra apartarse, por la vía de concesiones excesivas y tolerancias inadmisibles, de la afirmación básica contenida en el artículo 2° de la Constitución».
Hay responsabilidades que no se pueden condicionar al refrendo «pues tienen un carácter moral que debe inspirar la conducta de aquellos a quienes las circunstancias de la vida han situado en lo más alto de la organización del Estado».
Vista la catadura moral de este Gobierno, e intuyendo que la monarquía es el siguiente objetivo por derribar, yo no tengo mucha esperanza en las conversiones. Pero llegado el momento Felipe VI sí podría advertir pública, clara y solemnemente de la degradación democrática que implica la amnistía que se pretende ejecutar.
Este discurso, aunque simbólico, tendría un valor inmenso, no sólo de cara a la ciudadanía española sino, especialmente, de cara a la comunidad internacional.
El sanchismo ha demolido en cuatro meses lo que ha dado estabilidad a España más de cuatro décadas. Hoy, el 55,3% de los españoles pensamos que la Carta Magna del 78 «está en riesgo».
La profecía visionaria de Fernández Campo nos recuerda que, en tiempos de crisis, la fortaleza de las instituciones y la sabiduría de la corona pueden ser los elementos que salven los cimientos democráticos de España. El futuro dirá si estas reflexiones se convierten en un llamado a la acción.