THE OBJECTIVE
Daniel Capó

La divina

«En pocas ocasiones el sentido griego de la palabra ‘persona’ —la máscara que dibujaba el carácter— ha adquirido más verdad que con Maria Callas»

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La divina

La cantante de ópera Maria Callas. | Wikimedia Commons

La música tiene rasgos divinos que no pueden reducirse fácilmente a una lógica algorítmica. Lo mismo sucede con la literatura y con el resto de las artes. Ramón Gaya hablaba de la obediencia como sello distintivo del verdadero artista: obediencia a la realidad o, si se prefiere, a una llamada. Luego está el andamiaje, que es también el ruido circundante que ha de soportar el creador. En ocasiones, este ruido puede eclipsar la propia obra o anularla durante un tiempo; incluso puede llegar a matarla, si la vida pública termina penetrando el alma del músico, del pintor o del escritor; o si la deja sin aire, que es como decir sin verdad. «Ama nesciri», repetía san Bernardo de Claraval en su soledad monástica: ama ser ignorado, pasar desapercibido, dedicándote sólo a tu amor más íntimo y más secreto. Porque el arte es sobre todo cuestión de amar y, en ese sentido, constituye la respuesta a una llamada previa que te invita a responder y a dar fruto.

Maria Callas, a la que se conocía como La Divina, hubiera cumplido cien años este sábado 2 de diciembre. Sólo al ver la fecha he caído en la cuenta de que entre ella y Alfredo Kraus apenas mediaban cuatro años de edad y, sin embargo, la única vez que cantaron juntos, en una velada memorable que tuvo lugar en Lisboa en 1958 (y de la cual se conserva un registro fonográfico), Callas era una leyenda —es cierto que ya en su primer declive vocal—, mientras que el tenor canario apenas daba sus primeros pasos hacia el estrellato en el arte canoro. Unos artistas maduran antes que otros; también unos desaparecen más pronto o se apagan con rapidez, como el vuelo incandescente de una estrella fugaz. Ni Callas ni Kraus tenían lo que se considera una voz bella ni mucho menos ajustada a los cánones. Sus temperamentos eran, desde luego, opuestos, al igual que la leyenda que ambos lograron crear. Por definición, lo divino resulta inasible.

«En Maria Callas el esplendor técnico se ponía al servicio de un sentido teatral innato»

Nadie volverá a cantar como la Callas, a pesar de sus limitaciones. Si en Kraus la clave era una técnica privilegiada y un gusto aristocrático, en La Divina el esplendor técnico se ponía al servicio de un sentido teatral innato y de una honda —muy honda— perspicacia psicológica. En pocas ocasiones el sentido griego de la palabra persona —la máscara que dibujaba el carácter— ha adquirido más verdad que con Maria Callas. No era cuestión de actuar, sino más bien de ser. Ella era Norma, como también era Lucia o Violetta o Floria Tosca. Si Victoria de los Ángeles encarnaba la inocencia —la suya fue la voz más angelical— y la Caballé disponía del timbre vocal más hermoso que se haya oído nunca, el genio de la Callas residía en el don dionisíaco de la anulación de la personalidad propia para ser radicalmente otra. Quizás, diez años antes, la soprano italiana Magda Olivero se le había acercado en ese empeño. Sólo quizás. La Olivero fue —es— otro misterio.

De Maria Callas nos quedan sus discos, su herencia y un futuro. Sus discos, por su gran legado fonográfico. Su herencia, porque nos habla de un mundo antiguo, también en lo que tiene de caracterológico. Un futuro, porque abrió el camino a una nueva estética que aún nos sigue juzgando a día de hoy. La escuché por primera vez en Tosca, luego en La bohème, luego en Manon Lescaut, luego en La traviata, en Lucia di Lammermoor, en Norma, en MedeaDel encuentro con la verdad nunca sales incólume. Ese es también un privilegio de los dioses.

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