El número correcto de muertos
«No logro llegar a identificar el número plausible y no excesivo, proporcionado y no desproporcionado, de sangre palestina que Israel tiene derecho a derramar»
De vez en cuando, a propósito de la destrucción de Gaza, alguien, generalmente un alto responsable político europeo, lamenta que se haya producido o se esté produciendo un número «desproporcionado» o un número «excesivo» de muertos, y por eso se le pide a las autoridades israelíes que detengan la matanza.
Es evidente que se recurre a esos calificativos (desproporcionado, excesivo) con buenas intenciones, para subrayar la magnitud de la tragedia, para incitar a que se rebaje el nivel de la catástrofe. Todos tenemos unos recursos lingüísticos limitados, todos hablamos por aproximación, no seré tan tiquismiquis de reprocharle a nadie su parvedad expresiva.
Pero es un caso curioso porque, una vez que uno lamenta la desproporción, lo coherente, lo que los demás esperaríamos, sería que señalase cuál sería el número «proporcionado» de víctimas que el ejército israelí tiene legitimidad para causar en la población de Gaza.
Para hacer el cálculo correcto hay que remitirse a algo, y ese «algo» no cabe duda de que sólo puede ser la cuantía del daño causado —sobre todo, el número de muertes— por la irrupción de Hamás el pasado 7 de octubre en diversas comunidades hebreas al otro lado del muro, matando a todo lo que se movía. Según algunos cálculos publicados, en ese ataque fueron asesinados 1.400 ciudadanos judíos.
«¿Un muerto israelí equivale a un muerto palestino? Esto sería la ley del Talión»
Bien, el segundo paso sería determinar la equivalencia de la vida de un ciudadano israelí en la criptomoneda de la vida de los palestinos: O sea: ¿un muerto israelí equivale a un muerto palestino? Esto sería la ley del Talión, dictada por Yahvé: «Se exigirá vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe» (Éxodo, 21:24-25). Entonces el ejército del señor Netanyahu tendría derecho a segar la vida de 1.400 palestinos. Pero ni una más: sería desproporcionado. Sería excesivo. O sea, injusto. Y la verdad es que ese número ya se ha superado ampliamente.
Ahora bien, se pueden hacer muchas otras consideraciones numéricas. Por ejemplo, se puede alegar que el que ha sido agredido antes tiene derecho a cobrarse más vidas enemigas, no tanto en virtud de la Justicia cuanto de legítimos deseos de venganza. Si se aceptase este criterio, tendría razón Israel en asesinar en proporciones más altas, de uno a tres, por ejemplo, o uno a cuatro: parece «razonable». Pero también el número resultante de ese cálculo ha sido ya ampliamente superado.
Y además, del lado palestino se objetaría que son ellos los primeros agredidos, al haber sido despojados de sus tierras y reducidos a sobrevivir en una especie de ghetto.
Si dos poblaciones que se consideran en peligro de ser exterminadas, como es el caso, tienen índices de natalidad muy diferentes, lo correcto, a la hora de aplicar la ley del Talión, sería multiplicar proporcionalmente el número de vidas que el pueblo con menor natalidad tiene derecho a cobrarse sobre el otro, de manera que el daño poblacional fuese equivalente. Habría que confeccionar estadísticas.
«Hay muchos criterios que podrían matizar la ley del Talión»
Están también las consideraciones relativas al valor intelectual de los muertos. Como sociedad más boyante económicamente, la proporción de licenciados judíos en la universidad es muy superior a la de los palestinos, que son más pobres y por consiguiente tienen menos posibilidades de acceder a los altos estudios. Pues bien, se puede argumentar que, en términos económicos, y con las excepciones que se quiera, la pérdida de un universitario daña objetivamente más a su sociedad que la de un joven sin conocimientos especializados; tanto por el dinero invertido para financiar los estudios que cursó, y que al morir prematuramente ahora son dinero tirado a la basura, como para los superiores beneficios que sus conocimientos hubieran podido revertir en su familia y en su comunidad. Está claro que la pérdida de un ingeniero de puentes y caminos es más gravosa para su comunidad que la de un peón caminero. La de aquel equivale a ocho o diez de éstos.
En fin, hay muchos criterios que podrían matizar la ley del Talión; por ejemplo, así, a botepronto, se me ocurre que la adscripción al pueblo elegido del Dios verdadero revaloriza mucho la vida del creyente (pues está del lado de la Verdad y la Luz). Pero aquí sí que tendríamos problemas para ponernos de acuerdo, pues tanto judíos como palestinos están convencidos de adorar al dios único y verdadero.
Lo mejor va a ser dejar de lado estos cálculos racionales, porque por más vueltas que le doy no logro llegar a identificar el número plausible y no excesivo, proporcionado y no desproporcionado, de sangre palestina que Israel tiene derecho a derramar.