THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

El aborto de Bertín

Nos hallamos ante la característica actitud de un alfa-macho jerezano de alta cuna y rancio abolengo

Opinión
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El aborto de Bertín

Alejandra Svriz

A estas alturas conocen la historia, imagino. El célebre —por tantos motivos— Bertín Osborne es, aparentemente, el padre genético de una criatura nacida frisando el año nuevo. Tal y como él mismo ha declarado, desde que conoció la noticia del embarazo de la que era su pareja le dijo que, dado que ella tenía dos opciones, él «ayudaría» en cualquiera de los dos casos, pero que había decidido no ser padre. 

Algunas reacciones eran perfectamente predecibles. Nos hallamos ante la característica actitud de un alfa-macho jerezano de alta cuna y rancio abolengo acostumbrado a hacer de su capa un sayo, especialmente con las mujeres. Un señoro que hace sencillamente lo que le sale de los huevos, y si lo que le sale de semejante parte llega por el canal preceptivo al óvulo de la contraparte con fecunda fusión y se gesta un embrión que acaba siendo parido, que apechugue la incauta. 

Creo que la anterior síntesis —con tono relajado que ustedes sabrán disculparme— no se aleja mucho de lo esgrimido por quienes no podían desaprovechar ocasión semejante para renovar votos y hacer profesión de fe de feminismo fetén. Y de paso darse todo un festín interseccional de mofa del señoritismo y befa de su machismo irredimible. 

Y el caso es que si lo piensan bien, o sea, con el mínimo afán desprejuiciado de tratar de entender las razones de Bertín más allá de Bertín, la risita y el dedito señalador puede que sean apresurados. 

Por supuesto, como bien aduce Bertín, si habláramos de una «Bertina», de equivalente alcurnia, carácter despachado y derechismo orgulloso, una Bertina decidida a ejercer su derecho a la interrupción voluntaria del embarazo provocado por un señor o señoro con el que esporádicamente hubiera mantenido relaciones sexuales sin protección, no encontrarían más que invocación del respeto por una decisión íntima de la mujer —también de las millonarias y empoderadas— ante la que nadie —tampoco el inseminador que sí quisiera ejercer de padre, o al menos, que su hijo genético llegue a nacer—  puede hacer más que callar y acatar. Y menos se encontrarían una tribuna en la que, con título «Los ovarios de Bertina», se arguyera que con su decisión abortiva Bertina se comporta como una típica representante de su clase privilegiada haciendo, simplemente, lo que «le da la real gana» (soberanía que incluye matar al embrión o feto que se está gestando). Y que conste que, con algunas restricciones que ahora no vienen al caso, me parece justificable que las Bertinas de este mundo, y las que no son Bertinas, puedan decidir no ser madres (es decir: no asumir las relaciones materno-filiales que se siguen del hecho de haber parido y, además, hacer que el embarazo no llegue a término).

Pensemos también que Bertín, como cualquier otro Bertín o no Bertín de este mundo, tiene a su disposición la posibilidad de inseminar sin asumir ninguna de las obligaciones que acompañan al hecho biológico de ser el padre genético (ni siquiera la de ser su identidad cognoscible por su hijo). Para ello, eso sí, debe acudir a un banco de esperma y donar sus gametos. Siendo ello así, ¿por qué no cabría que Bertín Osborne acordara con su pareja ocasional – o con vocación de permanencia- pactar su desafección paterna? ¿Es que las mujeres que desearan tener ese hijo, como la que desea formar una «familia monomarental» y acude a la clínica de reproducción asistida para ser artificialmente inseminada, carecen de competencia o autonomía bastante como para llegar a ese acuerdo? Imaginemos que se trata de una pareja de lesbianas que quieren ser madres y rehúsan recurrir a esas clínicas porque no quieren contribuir a lo que consideran un «negocio» o porque prefieren alguien conocido, de confianza. Pensemos que una de ellas está dispuesta a ser inseminada por un Bertín bajo la condición de que renuncie a su paternidad, cosa que Bertín haría encantado porque ya a sus 69 años… ¿Por qué no habríamos de contemplar ese acuerdo como el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de hombres y mujeres igualmente empoderados? ¿No estaríamos inaugurando el año «sumando derechos» como nos invita a hacer Yolanda Díaz?

En definitiva, los Bertines de este mundo, con su actitud, tratan de poner de manifiesto la injusticia de este status quo según el cual todo menor tiene siempre un derecho de crédito frente al padre genético (que la madre activa, salvo que se trate de una inseminación por medios artificiales) que nunca tiene frente a la madre salvo que ella quiera, es decir, toda vez que no aborte o no dé en adopción al niño. Ningún feminismo que no sea condescendiente, paternalista o desigualitario puede aceptar semejante asimetría despachando con chanzas a quienes lo señalan o impugnan con razones atendibles. 

También cuando, además, cantan imposibles rancheras o exhiben campechanía de truhán y trazas de pijo andaluz. 

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