2024, el año de la Inteligencia Artificial electoral
«Imaginen estas capacidades aplicadas a cualquiera de las elecciones que se van a producir el próximo año en todo el mundo»
Sucedió hace menos de tres semanas en Moscú durante la performance anual en la que Vladimir Putin se somete a las preguntas previamente precocinadas de diversos ciudadanos rusos en un show televisado obligatoriamente por todos los canales del país.
Casi al terminar esta habitualmente bochornosa simulación de teledemocracia y tras contestar la pregunta de una niña pizpireta y bienintencionada, quien apareció en pantalla ante Putin no fue otro obsequioso ruso deseando agradar al ex-agente de la KGB que lleva más de dos décadas decidiendo los destinos de la antigua URSS, sino un perfecto deep fake del mismísimo Vladimir Putin, una imagen clónica primorosamente generada mediante Inteligencia Artificial que con su misma cara, sus mismos gestos, su misma voz y un tono y un fraseo indistinguible de los del autócrata ruso, se identificó como un estudiante de San Petersburgo ante la estupefacción general.
Bueno, en realidad la estupefacción no fue tan universal, quienes nos dedicamos a la comunicación política conocemos a la perfección la progresión geométrica que se ha producido en este campo en el último año, un periodo en el que por solo ponerles un ejemplo propio, desde la primera campaña que realizamos en Redlines utilizando la Inteligencia Artificial Generativa (la rama de la inteligencia artificial que se enfoca en la generación de contenido original a partir de datos existentes utilizando algoritmos y redes neuronales avanzadas para aprender de textos e imágenes, y luego generar contenido nuevo y único) en diciembre del pasado año hasta la última de Noviembre del presente, las horas necesarias para producir un spot se han dividido entre dos, mientras la capacidad de emulación de la realidad de las mismas se ha multiplicado por un número que sería difícil de calcular para un matemático humano.
Una progresión que, a pesar de la velocidad regulatoria tanto de la UE como de distintos países, combinada con las diferentes autorregulaciones que se están imponiendo a sí mismas las empresas que están desarrollando estas tecnologías, me lleva a pensar en la extrema facilidad que cualquier país autocrático con interés en favorecer a un candidato en particular de un país extranjero, o simplemente en dinamitar unas elecciones en una potencia democrática con elecciones competitivas por puro divertimento, contará con enormes posibilidades de hacerlo con una facilidad nunca vista y a costes ridículos.
Como dato curioso les diré que esta misma tarde de Reyes en la que estoy escribiendo esta columna y desde el sofá de mi casa, tras grabar un vídeo de 30 segundos con mi imagen y mi voz, he tardado aproximadamente dos minutos con una aplicación comercial en crear un deep fake de mí mismo con el que he instado a Alekséi Navalny a tomar el palacio de invierno ¡en perfecto ruso! Y no soy un tipo especialmente habilidoso para estas cuestiones.
«Disculparán mi alarma ante lo que puede suceder este 2024, que va a convertirse sin duda en el del despliegue definitivo inteligencia artificial electoral»
Ahora imaginen estas capacidades aplicadas a cualquiera de las elecciones que se van a producir el próximo año en todo el mundo y que van a llevar a 2.000 millones de personas a las urnas, desde Europa hasta México pasando por la India, Taiwán, la misma Rusia o… Estados Unidos. Una super-bowl electoral en la que literalmente cualquier multinacional o potencia menor va a tener capacidad real de producir o bien un verdadero tsunami de publicidad electoral microsegmentada que envíe casi a cada elector el mensaje adecuado para que acuda a las urnas o para que se quede en su casa el día de las elecciones o bien vídeos inflamables utilizando las caras y las voces de sus rivales diciendo o haciendo barbaridades, por poner sólo dos ejemplos muy evidentes de todos los usos que se pueden dar a estas herramientas.
Por supuesto estos son solo algunas muestras del mal uso que puede darse a una tecnología que en realidad también posee capacidades estupendas, como aumentar la transparencia electoral, acelerar la trazabilidad del voto o chequear (e impedir) en tiempo real posibles fraudes. Pero con los ejemplos del Brexit o de la irrupción rusa en las elecciones norteamericanas y francesas en favor de los candidatos de la extrema derecha nacionalpopulista tan cercanos, disculparán mi alarma ante lo que puede suceder este 2024, el año que va a convertirse sin duda en el del despliegue definitivo inteligencia artificial electoral.
A ver si me equivoco y esta vez es para bien.