Mentiras que no engañan
«Sánchez sabe que sus palabras son falsas, y lo que es peor: sabe que todos lo sabemos. Las mentiras descaradas no buscan el engaño, sino la humillación»
La semana pasada, el excanciller austriaco, Sebastian Kurz, fue declarado culpable y condenado a ocho meses de prisión. ¿Su delito? Mentir en una comisión parlamentaria. Lo repito porque presupongo su incredulidad: la justicia austríaca ha condenado al excanciller Kurz por mentir. Austria es uno de esos PaísesDeNuestroEntorno a los que nos parecemos cada vez menos. Si cada mentira de nuestro presidente en sede parlamentaria fuera castigada con una pena de ocho meses de cárcel, Pedro Sánchez sería candidato a la prisión permanente revisable.
Es verdad que nunca cumpliría su condena, porque su sucesor correría a indultarle. Y ese es el peor de los síntomas. Lo que determina la mala salud de una democracia no es tanto la mentira o la corrupción, sino la impunidad: síntoma de inmunodeficiencia institucional y perverso incentivo para espíritus corrompibles. Si no teme la penitencia, quien carece de escrúpulos morales no tiene motivos para respetar las normas.
Entiendo que la opinión pública esté alborotada por el caso Koldo y sus cada vez más intensas y siniestras ramificaciones. También que esté entre alucinada y perpleja ante la gira audiovisual de José Luis Ábalos: como ustedes, en los últimos días he observado con asombro al exministro arrastrar su pena por platós de televisión y estudios de radio. He escuchado su tono doliente y he sentido genuina lástima ante esos ojos de bichón abandonado. Es inhumano no compadecerse de un hombre herido y solo. Pero a pesar de la omnipresencia mediática del señor Ábalos, de la trama Koldo y sus presuntos implicados, mi atención vuelve una y otra vez al presidente del Gobierno, concretamente a las falsedades que volvió a repetir el miércoles en la sesión de control.
«Pedro Sánchez no ha inventado la mentira, pero la ejerce con especial descaro»
Me refiero, claro, a las acusaciones de corrupción contra el hermano de Isabel Díaz Ayuso y el relato según el cual el PP cesó a Pablo Casado por querer investigarlo. Pedro Sánchez no ha inventado la mentira, pero la ejerce con especial descaro. Muchos -quizá todos- los políticos mienten, pero al menos lo hacen con la intención de engañar. La mentira descarada -esa que Sánchez pronuncia no sólo siendo consciente de su falsedad, sino siendo consciente de que todos somos conscientes de ella- pertenece a otra categoría moral.
Pedro Sánchez sabe que las acusaciones contra el hermano de Isabel Díaz Ayuso fueron archivadas por la Justicia porque no existían indicios de irregularidad. Sabe también que Pablo Casado no fue cesado por querer investigar una posible trama delictiva, sino por espiar a una compañera de partido y pretender mancharla con la sospecha de la corrupción.
Pedro Sánchez sabe que sus palabras son falsas, y lo que es peor: sabe que todos lo sabemos. Sin embargo, insiste en repetirlas. Las mentiras descaradas no buscan el engaño, sino la humillación. Mostrar al adversario que está dispuesto a jugar sin reglas. En un ecosistema democrático sano, los «hechos alternativos» (©Donald Trump) no tendrían el altavoz del presidente del Gobierno. Pero nuestro ecosistema es también un animal herido.