¿Cuándo se jodió el feminismo?
«La paradoja del feminismo actual es que, mientras las mujeres se enfrentan unas contra otras, sus votos son teledirigidos por partidos liderados por hombres»
Durante sus casi dos siglos de existencia, el término feminismo, como si fuera una grosería o un insulto, ha atravesado tramos de resplandor y de decadencia, al vaivén de influencias más o menos peregrinas. En este país que inventa la pólvora todos los días, habrá quien pueda llegar a creer que el feminismo surgió en España hace tres o cuatro años. Pero de hecho nació en Nueva York en 1848 en la Convención sobre los Derechos de la Mujer de Seneca Falls.
Hoy el feminismo es víctima de esa desesperante polarización que devora cuanto encuentra a su paso, sometiéndolo todo a su estulto reduccionismo. Esa confrontación distorsionada es capaz de crear un escándalo mediático en torno a la burda canción «Zorra» o a la tramposa película Barbie. Vivimos en una época cuyos artefactos culturales están tan vacíos de contenido como los propios partidos políticos o los movimientos antaño gloriosos como el feminismo.
El apogeo feminista de las décadas de 1960-70 dejó un magnífico corpus de ensayos como La mística de la feminidad de Betty Friedan o Qué pasaría si las mujeres ganaran de Gloria Steinem, novelas como Diario de una ama de casa desquiciada de Sue Kaufman o Miedo a volar de Erica Jong, películas como Las mujeres de Stepford de Bryan Forbes o Semiótica de la cocina de Martha Rosler, por citar solo un puñado.
Lejos de continuar en esa línea setentera de la argumentación sólida, la creatividad artística y la autoparodia intelectual, el feminismo se sumió en el glam consumista de los ochenta, que desembocó en las décadas invisibles de 1990-2010, cuando las jóvenes occidentales lo denostaban como palabro viejuno y pasado de rosca.
Fue entonces cuando se jodió el feminismo. Sucedió durante aquellos veloces años finales del siglo XX, cuando alguna editora de revista femenina calculó que podía centuplicar su negocio si vendía una novísima visión de la moda como arma democrática de liberación, una pérfida intelectualización que usaba el lenguaje como instrumento de propaganda. Siempre le adjudiqué el asesinato del feminismo a Anna Wintour, la eterna directora de Vogue, que tal vez buscara desmarcarse de su antecesora, la solemne Grace Mirabella. A partir de entonces se materializó el regimiento planetario de las estilistas, las expertas en imagen, las actualizadoras del mundo, las responsables de cambiarlo todo para que todo siguiera igual. Como si el feminismo auténtico ni siquiera hubiera existido.
«Una amplia mayoría de las jóvenes entre 10 y 20 años quiere ser modelo o actriz y, en un porcentaje menor, esteticien o peluquera»
En 2024 hay 600 millones de blogs diseminados entre los 1.900 millones de sitios web que pueblan Internet, Estos blogs emiten 7,5 millones de publicaciones diarias. Tumblr alberga la mayor cantidad de blogs: 518 millones. De este total mundial de blogs, un 10% pertenece a fashionistas. Es decir, a 60 millones de mujeres anónimas que se autoproclaman expertas en moda. Según las encuestas que se hacen en los colegios del mundo entero, una amplia mayoría de las jóvenes entre 10 y 20 años quiere ser modelo o actriz y, en un porcentaje menor, esteticien o peluquera.
Existen también niñas dispuestas a ser periodistas, abogadas y maestras, pero son menos que las aspirantes a trabajar en el mundo de la moda. Es más, según denuncia periódicamente la prensa occidental, ante la pregunta «¿Qué quieres ser de mayor?», miles de niñas ya no nombran alguna profesión, sino que responden: «delgada» o «guapa». Esta búsqueda obsesiva de una supuesta y autoimpuesta perfección es el componente básico de la identidad femenina. Al formar un tándem diabólico con la industria de la moda, el feminismo ha agudizado esta monomanía.
¿Pudo haberlas salvado el feminismo de esta batalla interior perdida de antemano? La paradoja del feminismo actual es que, mientras las mujeres se enfrentan unas contra otras en las guerras feministas, sus votos y su propia existencia son teledirigidos por partidos políticos liderados en su mayoría por hombres. En España el primer debate que ha lanzado el nuevo feminismo no parece apuntar contra los residuos de ese patriarcado que desencadenó el movimiento, sino contra un bando formado por las propias mujeres.
Tal vez las hembras de la especie humana mantengan incólume la genética de la era de los cazadores-recolectores, que las impulsaba a rivalizar entre ellas por el mejor macho reproductor para realizar su objetivo biológico: propagar la especie. Y realmente, mirando a nuestro alrededor, no parece que el feminismo haya logrado sino rozar con las uñas la superficie de ese engranaje cavernícola universal.