Mártir pero invencible
«Los mártires son una manufactura indispensable de los autócratas, que los producen para darse el gusto de sentirse a veces como víctimas de sus víctimas»
Los regímenes autocráticos, que todo lo condicionan a la voluntad caprichosa y a menudo contradictoria del líder, manipulan las leyes, acogotan a los jueces independientes, engañan o atemorizan a los ciudadanos merced a medios de comunicación comprados con favores y subvenciones, amenazan a los rebeldes, se rodean de una corte de chantres intelectuales sincronizados cuyo espíritu crítico consiste en defender con virulencia los prejuicios establecidos, desmontan a las peores mafias políticas después de aprovechar sus más sucios servicios y luego empujándolas unas contra otras. Lo compran todo pero hacen saber que nadie está seguro más que bajo su paraguas protector… Parecen invencibles y pueden serlo demasiado tiempo, a pesar de los esfuerzos de los demócratas menos conformistas que son siempre una parte pequeña de la ciudadanía en su lucha contra ellos. Y sin embargo, aunque se exhiban durante décadas como jefes indiscutibles, están siempre en el alero del tejado, con un pie flotando en el vacío, a punto de caer. ¿Por culpa de quién? De sus mártires. Los mártires son una manufactura indispensable de los autócratas, que los producen para darse el gusto de sentirse a veces como víctimas de sus víctimas, destruirlos ejemplarmente luego para asustar de ese modo a quienes se les oponen y finalmente sucumbir ante alguno o alguno de ellos: mártires de sus martirizados.
Lo mas eficaz, desde luego, es que los mártires lo sean durante el mayor tiempo posible, como vivo recordatorio del poder del Amo y del destino fatal de quienes se oponen a él. Pero un mártir vivo siempre supone un peligro porque con el tiempo de martirio se van recargando de fuerza mientras el Amo se debilita en batallas circunstanciales para mantener su dominio: éste tiene que acumular sus demostraciones, cada una de las cuales le arriesga al fracaso, mientras que al otro le basta resistir para ganar. El caso de Nelson Mandela es paradigmático como mártir que trasciende su papel ejemplar de víctima para convertirse finalmente en dueño del poder que le sometía. Por eso los autócratas que pueden permitírselo prefieren librarse de sus mártires en cuanto ya han demostrado que lo son: les permiten sobresalir un momento, alardear brevemente de su oposición crítica al régimen, acumular algunos partidarios (eso facilita establecer la lista de proscritos) y luego les fulminan sin contemplaciones, de un modo inequívoco pero que deje al Amo aparentemente con las manos limpias.
«Hay mártires que se niegan a serlo. Sánchez y su patulea de obsequiosos sayones eligieron como mártir de su régimen a Isabel Díaz Ayuso»
Todo el mundo sabe de qué enfermedad política mueren los adversarios de Putin, sea envenenados o caídos desde las alturas, pero el Amo siempre tiene coartada a la hora del crimen. Y en China o Corea del Norte lo mismo, la única diferencia es que el mártir no se entera de que lo es hasta el último momento, cuando ya se lo lleva la corriente. Si se puede elegir, mi alma peliculera prefiere los métodos del tirano Somoza (del que Foster Dulles, secretario de Estado yanqui, dijo famosamente «es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta») que según cuentan arrojaba a sus adversarios a los cocodrilos. Ñam, ñam…Otra cosa puede que le ocurra, pero lo único garantizado al enemigo imprudente de Putin (todos los enemigos de Putin son imprudentes, hasta que llegue el bendito día en que uno demuestre que no lo es) es que no tendrá tiempo de aburrirse en el cargo. Pero también es interesante saber que el ejecutivo Putin (quién podrá regatearle el calificativo) no puede permitirse mártires vivos, sea el fanfarrón belicoso que lideraba el grupo Wagner o el pacífico Navalni. Cualquier indio vivo se le hace malo y peligroso al poco de padecerle…
Pero hay mártires que se niegan a serlo: no se dejan, se sublevan. Sánchez y su patulea de obsequiosos sayones eligieron como mártir de su régimen a Isabel Díaz Ayuso en cuanto alcanzó la presidencia de la Comunidad de Madrid. Fueron muy imprudentes, porque Isabel no es ni quiere ser Navalni. O si prefieren ustedes, es una «Navalni» mas fuerte que el Putin de todo a cien que le ha tocado como adversario. Es inútil que el Amo invoque su nombre y a su hermano para tapar los inocultables latrocinios que en tiempos de la pandemia cometieron sus jerifaltes: nada, carcajada general. No engaña a nadie, salvo a los pánfilos a los que se emboba tan fácilmente que ni siquiera merece la pena. Hace tiempo me entretuve en buscar en El País, a falta de contenido de mayor interés, el artículo o los artículos en que cada día se atacaba a la presidenta de la Comunidad de Madrid, para hacerla culpable de cualquier infundio que un lacayo del sanchismo hubiese inventado. Todos los días, sin faltar uno, era puesta Ayuso en la picota, fuese en una noticia o en un artículo de opinión. Y todos los días, a pesar de los espumarajos de rabia que provocaba, ella se bajaba con toda gracia y soltura del patíbulo y se paseaba entre la gente, su gente, recibiendo sus aplausos.
Cuidado con esa mártir insumisa, reacia al martirio: afortunadamente todavía España no es Rusia ni China, ni Cuba o Venezuela, aunque les pese a algunos. A la presidenta Ayuso nadie la va a deportar ni la harán desaparecer, gracias a Dios y a la maltratada democracia que aún disfrutamos. Con ella y otras pocos más, mártires que no se resignan a serlo, puede que logremos librarnos todos de la peste sanchista y separatista. Es verdad que los mártires que sacrifican la libertad y hasta la vida por su causa son dignos de admiración: pero yo prefiero a los que se convierten en zapadores de la autocracia, a los que con su tenacidad ridiculizan al departamento de propaganda del régimen. ¡Vivan los mártires indomables!