11-M: la tragedia, la mentira y el odio
«Con el Pacto del Tinell los socialistas colocaron el odio a la derecha como eje de su ideología política y 20 años después sigue siendo su seña de identidad»
Me pongo a escribir esta columna después de haber asistido en la sede de la Comunidad de Madrid al homenaje a las víctimas del 11-M que se les ha tributado con motivo del vigésimo aniversario de aquellos terribles atentados que acabaron con la vida de 192 ciudadanos e hirieron a más de dos mil.
Durante todo el acto he tenido en la memoria el recuerdo de aquellas tremendas jornadas, que viví con la máxima intensidad. Antes de las nueve de la mañana del jueves 11 llegué a la estación de Atocha, donde entré y pude ver por los suelos a algunos heridos y fallecidos y de donde me sacaron los policías que ya no permitían la entrada a nadie salvo a los servicios de asistencia. Desde allí fui a la estación del Pozo, donde, tras el cordón policial, pude escuchar cómo los artificieros hacían estallar una de las bombas que había quedado sin explotar. De ahí marché a Santa Eugenia, donde llegué hacia las 11 y también pude ver el terrorífico espectáculo de los vagones destruidos y de algunos cuerpos tendidos en el suelo. Después inicié las visitas a los hospitales: el Clínico, el Gómez Ulla, el Marañón y, ya a las 11 de la noche, fui a IFEMA, en una de cuyas naves estaba instalada la inmensa morgue, con los cadáveres tendidos en el suelo y las mesas de los forenses trabajando sin pausa.
Ahí, en IFEMA, en el largo trayecto desde la puerta hasta la nave pude escuchar cómo algunos familiares de las víctimas, al reconocerme, empezaron a gritarme «¡asesina!». Entonces y hoy puedo excusar que la tristeza y la rabia por haber perdido a un ser querido en un atentado brutal les llevaran a buscar responsables y a arremeter contra el primer personaje político que se encontraban. Pero, ¿cómo es posible que apenas 12 horas después de las explosiones, cuando aún no se tenían pruebas fehacientes de la autoría y cuando los primeros indicios –y ahí están las primeras declaraciones de Ibarretxe y de Zapatero—señalaban a ETA, algunos de los familiares de los muertos me gritaran aquello y con aquella saña?
Hacía menos de cinco horas que se habían hecho públicas algunas noticias que introducían dudas sobre la primera versión y empezaban a señalar hacia una autoría islamista. E inmediatamente el aparato de propaganda del PSOE había logrado introducir en la cabeza de mucha gente la cadena de causalidades que colocaba al PP como máximo responsable de los crímenes: han sido los islamistas como reacción a la actitud del PP en el conflicto de Irak, de manera que, si el PP no hubiera apoyado a Estados Unidos en aquel conflicto, no habrían muerto esos 192 ciudadanos, luego el PP era el culpable y yo, como dirigente del PP, me merecía todos los insultos que me propinaban.
Hay que recordar que ese aparato de propaganda del PSOE, antes de lanzar este siniestro razonamiento y antes de que aparecieran los primeros indicios de que quizás no había sido ETA, estuvieron las primeras horas insistiendo en que el PSOE no tenía nada que ver con los etarras y que la gente tenía que votar lo que ya había decidido votar antes del atentado. ¿Por qué en un primer momento argumentaron así? Muy sencillo, para empezar porque, desde que en diciembre de 2001 Zapatero se cargó a Nicolás Redondo Terreros como líder del PP vasco y puso a Patxi López en su puesto, luego supimos que, a través de Eguiguren, los socialistas habían empezado a negociar con ETA, luego era mentira que no tuvieran nada que ver con la banda terrorista.
«Es posible que, desde el Gobierno, no todo se hiciera bien y que, quizás, habría sido más sensato aplazar las elecciones generales»
Pero, sobre todo, porque desde el 14 de diciembre de 2003 los socialistas habían firmado el Pacto del Tinell con los comunistas y con ERC para lograr la investidura de Maragall como presidente de la Generalidad de Cataluña, y resulta que se había descubierto que Carod-Rovira, el líder de ERC, el socio preferente de los socialistas, se había ido a Perpiñán el 4 de enero de 2004 a firmar con Josu Ternera, el líder de la ETA, un acuerdo por el que los terroristas etarras se comprometían a no volver atentar en Cataluña, quizás porque consideraban que, con ERC en el gobierno, Cataluña ya era tierra conquistada para su proyecto político. Y claro, si los socios del PSOE acababan de llegar a un acuerdo muy importante con la cúpula de ETA, era absolutamente previsible que los electores, al ver los 192 cadáveres y si se confirmaba que había sido ETA la autora de la masacre, reaccionaran en contra de los socialistas.
De ahí el alivio que en Ferraz supusieron las primeras noticias de una autoría no etarra y la violencia con la que se lanzaron a responsabilizar al PP de esa autoría.
He hablado de los gritos que sufrí en IFEMA, pero aún fueron más terribles los que nos acompañaron durante la manifestación del día siguiente a los políticos del PP. Los gritos y las caras de odio que pude observar cuando avanzábamos, bajo la luvia, por el Paseo del Prado hacia la glorieta de Atocha. ¡Como si fuéramos nosotros los que habíamos colocado las bombas en los trenes!
«Recuperar esa concordia y eliminar el odio de nuestra vida política es el primer deber de cualquier político»
Es posible que, desde el Gobierno, no todo se hiciera bien y que, quizás, habría sido más sensato aplazar las elecciones generales que iban a tener lugar ese domingo. Pero nadie ha podido demostrar que nadie del Gobierno de José María Aznar mintiera, es decir, que, dijera lo contrario de lo que los investigadores les iban transmitiendo. Y, desde luego, a nadie se le ocurrió sugerir que detrás de ETA estuviera el PSOE.
Algunos comentaristas dicen ahora que aquel 11-M significó la ruptura de la concordia y de la reconciliación logradas con la Constitución del 78, pero no estoy de acuerdo. Si hubiera que señalar un hito de esa ruptura, yo señalaría, sin duda, el Pacto del Tinell. Ahí los socialistas colocaron el odio a la derecha como eje central de su ideología política. Un odio que se desbordó en las jornadas posteriores al 11-M y que, 20 años después, sigue siendo la principal seña de identidad de este PSOE, que ahora es más bien el partido sanchista, articulado por su caudillo alrededor de ese odio, que le lleva a unirse a todos los que quieren acabar con España y, lo que es peor, a identificarse con ellos.
Recuperar esa concordia y eliminar el odio de nuestra vida política es el primer deber de cualquier político en estos momentos, pero, cuando se escuchan soflamas como la de Sánchez el pasado sábado en el homenaje a Zapatero, en la que él, el político más mentiroso de la historia de España, acusa de mentir al PP y de seguir mintiendo, no puedo por menos de ser pesimista ante las posibilidades de que el odio a la derecha desparezca de la ideología que ha servido para fraguar la alianza Frankenstein que lo tiene en La Moncloa.