Vuelve la Pantoja
«Ya de todas las folclóricas de entonces solo queda la Pantoja, que nos ha dado tanta crónica rosa y esos robados con gafas oscuras de tarántula venenosa»
La alta sociedad del faralae, del caviar beluga en latas de oro y vestidos rematados con diamantes ha vivido una transmutación. Ya de todas las folclóricas de entonces solo queda la Pantoja, que nos ha dado tanta crónica rosa y esos robados con gafas oscuras de tarántula venenosa. Ocurre que en España ya no se escandaliza nadie por nada, que para eso tenemos los programas del corazón. La cárcel y los escenarios siempre fueron la puerta de la fama y el estrellato. La Pantoja no se andaba con chistes, sino que iba muy seria con las gafas, subiéndose al coche. Le sobra talento y le falta humildad para seguir sosteniendo el negocio de la prensa del corazón. Queremos decir que ni la prensa del corazón ni el folclore español la han abandonado.
«Con el alcalde Julián Muñoz, tan municipal, teníamos bastante comidilla para toda España, que algunas señoras se quedaron instaladas con su televisor en aquella belle époque, en plan Milla de Oro»
Algo tendrán que ver esos dorados, míticos veranos, cuando Marbella era una fiesta de crápulas y vividores, licenciosos y aristócratas, millonarios y famosos… Con el alcalde Julián Muñoz, tan municipal, teníamos bastante comidilla para toda España, que algunas señoras se quedaron instaladas con su televisor en aquella belle époque, en plan Milla de Oro. Marbella Club, retiro dorado, de pan de oro del chino, de la aristocracia entre florida y decadente. El bastón modernista o el monóculo de Jaime de Mora y Aragón es la línea curva de una Málaga brilli brilli del Regine’s o Olivia Valére que nunca dejó de ser un Mónaco con medias de rejilla.
Eran los tiempos en los que la princesa Soraya, a quien el Sha de Persia había repudiado, se dejaba ver en cenas con Gunilla von Bismark, que se había casado con Luis Ortiz, uno de Los Choris, famosos porque se bebieron todo y se fundieron aún más millones en sus juergas con personalidades como Lola Flores y Onassis.
Así las cosas, la Pantoja fue y siempre será la reina de aquella verbena, y vuelve no para invadirnos con bodas secretas, ni tampoco para pasearse luciendo sus piernas de escándalo, sino para recordarnos que lleva años moviendo a su público y a toda la banda de la pasta, la fama y la lista de discos. 50 años, concretamente.
Hoy Isabel Pantoja canta a Madrid por todo lo alto y ha reunido lo que queda de la jet set de antañazo. Así desde la butaca número 12 es como una divisa al gentío de lujo mientras suena la copla aristocrática de las cocinas y los patios de nuestras madres y abuelas. España se repite y vuelve a salir de faralae por la puerta grande de la cocina, vestida para la gran noche. Hoy Madrid tiene el aroma de Marbella, del pescadito frito y corre el dinero por los flamencos y aficionados, que ya no blanquean coca, sino billetes de 500. Madrid es unos sanfermines del dinero, una copla de sangre y una revolución de fotógrafos que reparten la última hora por toda la ciudad.
La reina marbellí viene resaltando los ojos con tonos morados de tarántula, que le sientan espectaculares. En Madrid hay amor por la Pantoja, cosa que ya se sabía, pero es que hoy ha venido toda la jet, personalidades de la política, presentadoras como Marta Flich y Alejandra Prat, socialités como Beatriz d’Orleans, Fernando Martínez de Irujo o Carmen Lomana, actrices como Hiba Abouk o Natalia Verbeke hasta Santiago Segura… No sabemos si es la democracia, la liberté o aquello de saber que la Pantoja es la nostalgia del amor desgarrado, del espanto de Bolero, del marinero de brazos fornidos y entrepierna florida y de la Carmen eterna que son esas viudas andaluzas, que son las viudas de España.