Cataluña: victoria de los indios seminolas
«La Cataluña identitariamente autóctona atraviesa un proceso de minorización numérica que obsesiona a la élite dirigente del movimiento separatista»
Prueba de la creciente irrelevancia política de esas cuatro provincias que conforman una única demarcación administrativa en el rincón de la Península Ibérica que linda con los Pirineos y el mar Mediterráneo, el gran tema de preocupación periodístico una vez conocido el veredicto de sus urnas domésticas es el que gira en torno a su posible influencia en la política nacional. Así, casi sin darnos cuenta, el problema catalán se ha transmutado en un problema madrileño; o sea, en una cuestión objetivamente menor. Cataluña, pues, ha vuelto a ser rutinariamente España a todos los efectos.
Si bien una España lo bastante esquizoide como para que cierto Jordi Aragonès, un profe de instituto que resulta ser primo del todavía presidente de la Generalitat, amén de número dos en la lista de Aliança Catalana por Barcelona, comparta las filas del independentismo más entusiasta con la señora Najat Driouech Ben Moussa, la parlamentaria electa que ocupó el cuarto lugar en la candidatura encabezada por Pere Aragonès en la misma circunscripción electoral. Un asunto problemático para la futura unidad de acción del separatismo, toda vez que el otro Aragonès parece tener muchas más ganas de expulsar de Cataluña a la señora Ben Moussa y parientes cercanos que a nosotros, sus conciudadanos leales a España.
Y es que esa irrupción en escena de un clon de Vox con denominación de origen local va a crear, más pronto o más tarde, las condiciones para que se reproduzca de modo simétrico el mismo efecto pantano que causó la aparición del partido de Abascal en la política parlamentaria estatal. Igual que la presencia de ese elefante en la habitación que responde por Vox bloquea la escena al impedir que el PP obtenga los apoyos imprescindibles a fin de poder llegar a la Moncloa, el inequívoco tufillo fascistoide de Aliança Catalana anda camino de generar una grieta pareja dentro del ámbito secesionista.
No dejaría de resultar chocante que, al final, la extrema derecha en sus distintas variantes se terminase constituyendo en el gran factor de parálisis tanto en el ámbito catalán como en el español. Un problema más grave en el caso catalán, ya que los independentistas siguen teniendo prisa, mucha prisa. Y tienen tanta prisa porque su verdadera guerra no es contra España sino contra la demografía, por más señas contra su propia demografía. A Puigdemont se le suele presentar como un loquito que, en su chifladura iluminada, montó el carajal del procés. Pero a Puigdemont lo siguieron entonces dos millones de catalanes que no estaban locos; dos millones de catalanes que sabían – y saben- que el reloj biológico juega en su contra.
Hoy, ya el 36% de la población estable empadronada en ese territorio nació fuera de Cataluña. Pero es que si se añaden los habitantes que cuentan con, al menos, un progenitor no catalán, el porcentaje asciende al 66%. Y subiendo, subiendo muy rápido. La Cataluña antropológica e identitariamente autóctona atraviesa un proceso acelerado de minorización numérica que obsesiona a la élite dirigente del movimiento separatista. Con razón, además. Lo intentaron en el año 17 no porque el loquito andara ido, sino por eso. Y por la misma causa, ahora no se pueden permitir aguardar demasiado antes de retornar a las andadas.
«La abstención en los territorios de hegemonía independentista constituye un síntoma de la frustración de las bases de ERC y Junts desde aquella declaración de independencia que duró siete segundos exactos de reloj»
A lo sumo, disponen del intérvalo de una generación, no más. A ese respecto, la abstención diferencial en los territorios de hegemonía independentista constituye un indicio revelador no de la desafección de las bases sociológicas tradicionales de Junts y Esquerra sino un síntoma del estado de frustración en el que viven instaladas desde aquella efímera declaración de independencia que duró siete segundos exactos de reloj. Hace siete años, sus líderes les dijeron que tenían que acudir a llenar las urnas para alumbrar la República Catalana, que en el acto pasaría a constituirse en un nuevo territorio soberano miembro de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Y este domingo pasado se les volvió a indicar lo muy necesario y perentorio de que votaran todos, aunque el objetivo inmediato semejaba algo menos épico, a saber: la cosa iba de que la licencia administrativa solicitada por la tribu de los indios seminolas a fin de establecer un gran casino de juego y apuestas en la provincia de Tarragona fuese tramitada de modo positivo y con la mayor celeridad. Unos indios, los seminolas, quienes por cierto fueron los triunfadores indiscutibles de la jornada, en la medida en que tanto el PSC como Junts se alinean sin fisuras con su causa lúdico-mercantil. He ahí la siempre delgada línea que en la Historia separa a lo trágico de lo cómico. Ahora, en fin, Puigdemont puede chantajear a Sánchez con la continuidad del Gobierno español encima de la mesa. Y Sánchez puede chantajear a su subordinado Illa con exactamente el mismo argumento. Pero antes de que esa sangre definitiva llegue al río, lo más probable sigue siendo una repetición para mediados de diciembre.