¿Tienen nostalgia de Hitler?
«Cuando se ve la saña con la que esos niñatos universitarios se manifiestan contra Israel, es imposible no recordar los movimientos antisemitas de la Historia»
Hasta los más furibundos antisemitas reconocen que el ataque del movimiento terrorista y yihadista Hamás a Israel el pasado 7 de octubre fue un acto de terrorismo de una magnitud comparable a los atentados del 11-S de 2001.
Los jefes de Hamás que planificaron este ataque sabían que asesinar a más de 1.200 personas indefensas e inocentes y secuestrar a 240 no iba a quedar impune, que Israel iba a responder. Iba a responder como, en pura lógica, tiene que responder un Estado serio y responsable: intentando rescatar a los 240 rehenes y detener a los responsables de la masacre para ser juzgados como manda la ley.
Esos planificadores, que contaban con que la respuesta de Israel iba a ser esa, también pensaron en cuál sería la mejor estrategia para frenar y hacer fracasar las acciones que Israel estaban seguros de que iba a poner en marcha.
Y su estrategia pasaba y pasa por dos principales maniobras. La primera, la de utilizar a los ciudadanos civiles de Gaza como escudos humanos. Es fácil de entender, si los terroristas se colocan detrás de niños, ancianos y personas que nada tiene que ver con el terrorismo, plantean un profundo dilema moral al que, con toda justicia, persigue a los asesinos. Por eso, aunque a los medios occidentales les cueste reconocerlo, Israel siempre avisa sus ataques para que los inocentes abandonen esos lugares donde son utilizados como escudos. A pesar de que dar esos avisos esté entorpeciendo el objetivo final de atrapar a los asesinos y liberar a los rehenes.
La otra maniobra con la que contaban los planificadores de los crímenes del 7 de octubre era la respuesta que en los países todavía libres de Occidente esperaban de los medios de comunicación, de los partidos y de los ciudadanos de izquierda.
«El antisemitismo se ha convertido ya en una de las señas de identidad de la izquierda occidental»
Sabían que el antisemitismo se ha convertido ya en una de las señas de identidad de la izquierda occidental. Y muy especialmente de esos centros de producción de ideología que son las universidades. Por eso, no es de extrañar que los cerebros que movieron los hilos para el ataque del 7 de octubre, con sus asesinatos y secuestros, estén muy satisfechos cuando ven cómo, en las universidades de los países democráticos de Occidente, se grita con entusiasmo su eslogan «del río al mar Palestina libre». Un eslogan que encierra en muy pocas palabras el objetivo último de los terroristas de Hamás, coreado por los niños privilegiados de los países más ricos del mundo: que desaparezca el Estado de Israel.
¿Que desaparezca el Estado de Israel?, ¿sólo eso? Es muy posible que los terroristas de Hamás, que dicen hablar en nombre de todos los palestinos, se conformen con arrasar a los diez millones de ciudadanos israelíes (con un 20% de musulmanes entre ellos) arrojándolos al mar, para crear en su lugar un Estado yihadista.
Pero, cuando se ve la saña con la que esos niñatos universitarios europeos y norteamericanos se manifiestan contra Israel, es imposible no recordar los grandes movimientos antisemitas de la Historia, especialmente el último, la Shoah que desencadenó Hitler con el objetivo final de acabar con todos los judíos de la tierra.
Las movilizaciones de universitarios contra Israel están contando, como seguro que pronosticaban los jefes últimos de la barbarie del 7 de octubre, con el apoyo masivo de los medios de comunicación occidentales, que no paran de dar la palabra a representantes directos o indirectos de Hamás y de dar crédito, sin contrastarlas, a todas las informaciones que difunden.
«Israel, en sus 76 años de historia, aún no ha asesinado a ni una sola persona por el hecho de ser musulmán o palestino»
Una de las manifestaciones de este apoyo la encontramos día tras día en la frívola acusación que repiten sin cesar de que Israel es un Estado genocida. Aquí, como tantas otras veces, la acusación de la izquierda es, además de radicalmente falsa, una proyección de algunos sentimientos que anidan en el fondo de los manifestantes.
Genocida es el que asesina a cualquier persona por ser de una determinada raza, etnia, religión o nacionalidad. Genocidas fueron Hitler y los suyos cuando asesinaban a judíos, niños y ancianos incluidos, por el simple hecho de ser judíos. Israel, en sus 76 años de historia, aún no ha asesinado a ni una sola persona por el hecho de ser musulmán o palestino. No se puede decir lo mismo de los terroristas de Hamás, que el 7 de octubre asesinaron brutalmente a niños, ancianos, madres gestantes y hombres y mujeres indefensos sólo por el hecho de ser judíos. Eso sí que es la obra de unos genocidas.
Que la izquierda no ha sido nunca muy escrupulosa a la hora de rechazar el antisemitismo lo sabemos desde que Stalin, el padre de todos ellos, aunque no quieran reconocerlo, firmó en agosto de 1939 su acuerdo con Hitler, que ya llevaba seis años en el poder y había dado muestras más que suficientes de su afán genocida con los judíos. Y los comunistas y sus compañeros de viaje no denunciaron aquella barbaridad hasta que Hitler invadió la Unión Soviética en junio de 1941, señal de que la persecución a los judíos no les molestaba nada.
¿Tendrán los irresponsables y mimados estudiantes que acampan, como para una fiesta, en los campus de las universidades del mundo, todavía libre, nostalgia de Hitler?