Genocidio pero, eso sí, democrático
«No acabo de ver la ventaja de que quien te mate sea un demócrata. Pero por si acaso no llamaremos a lo que todos estamos viendo genocidio ni exterminio»
¿Se puede llamar ya propiamente genocidio a lo que está haciendo Israel en Palestina, o sea, lo que le da la real gana a su Gobierno, con el apoyo de Alemania y de Estados Unidos y ante la indiferencia o la penita del mundo? Es decir, bombardear hospitales, arrasar ciudades hasta los cimientos, matar por docenas de miles a la población civil, impedir el acceso de medicinas y alimentos, desplazar hacia fronteras herméticamente cerradas a multitudes, a las que previamente había reducido a un gueto, para arrebatarles lo que les habían dejado de sus tierras? ¿O esta palabra, genocidio, es impropia, exagerada para los planes para Gaza que el señor Benjamín Netanyahu definió como «lo que era, ya no será»?
Si a estos crímenes de lesa humanidad los llamamos genocidio, a mil virtuosos demócratas, generalmente del sector más reaccionario de la prensa y la política, de esos que se escandalizan porque los estudiantes norteamericanos monten protestas en los campus, el Reina Sofía ponga un título desafortunado a una exposición y los más exaltados griten barbaridades en sus manifestaciones, les podría dar un vahído. Llamémoslo, pues, exterminio. Un pequeño exterminio.
Pero ¡alto! Que exterminio también puede herir la sensibilidad de los virtuosos, y se nos acusará de antisemitas. Exterminio, nos dirán, es un sustantivo oprobioso, injustamente infamante, para lo que no es más que una operación quirúrgica, eso sí, con sus inevitables víctimas colaterales, que al fin y al cabo también se lo tienen merecido, se lo han ganado a pulso y además sólo son unos putos moros (es lo que piensan, pero no se dice porque saben que no queda bonito), llevada a cabo por el único Estado democrático en el Oriente Medio.
No acabo de ver la ventaja de que quien te mate sea un demócrata. Pero por si acaso no llamaremos a eso que todos estamos viendo genocidio, ni lo llamaremos exterminio, ni crímenes contra la humanidad. ¡A ver si por usar estas palabras resultará que soy un peligroso izquierdista, a sueldo, quizá, de Hamás y avalador de sus atrocidades! A ver si el Mosad va a infectar mi móvil con Pegasus para descubrir mis secretitos. O peor aún, moviliza a Pilar Rahola para que me chille desde alguno de los ridículos programas televisivos y demás medios de comunicación en los que colabora. En fin, gajes del oficio, y mientras no me caiga encima con todo el peso de su cuerpo…
Por si acaso, retiremos lo de genocidio y lo de exterminio. Llamémoslo simplemente matanza. Una matanza, en venganza o en justa réplica a la matanza terrorista que cometió Hamás el pasado 7 de octubre, es aceptable en nuestros salones y en nuestras redacciones. Asumible. Suena a un enfrentamiento con resultado de victoria aplastante.
«Generaciones de árabes se educarán –la letra con sangre entra- en el odio eterno al invasor»
El genocidio… no, el exterminio…, no: la matanza, tiene ahora números plausibles. El último recuento de la ONU ha rebajado sensiblemente el número de víctimas mortales de mujeres y niños en Gaza. Cifra ahora en 4.959 las mujeres y 7.797 los niños muertos, frente a las 9.500 mujeres y 14.500 niños que calculaba la ONU a principios de mes. O sea, que en estos días han resucitado unos cuantos centenares. El número total de víctimas – aproximadamente 35.000- sigue siendo prácticamente el mismo, y la ONU espera recabar más información para identificar a otros 10.000, por lo que no se han incluido en la nueva estadística. Amputaciones, heridas y demás traumas de por vida no entran en el cómputo.
Ante estos hechos, esta «legítima defensa» de Israel, quizá vendrán en el futuro, según la consabida dinámica de la espiral de violencia, nuevos horrores, previsibles pero aún inimaginables, atentados de tarados, sea en comando o en solitario, y generaciones de árabes se educarán –la letra con sangre entra- en el odio eterno al invasor. ¡Qué logro, qué gran victoria de Israel y de Occidente, y qué grandes oportunidades se atisban para que los virtuosos se escandalicen, posen de demócratas y nos acusen de antisemitas!
Al acabar estos párrafos me doy cuenta de que su influencia sobre la praxis tiende a arrojar un resultado de cero. Dudo de que el señor Netanyahu lea THE OBJECTIVE y mi prosa le persuada de moderar su sed de sangre mora. Como todos los demás artículos que se escriben sobre el tema, éste no convencerá a nadie ni parará un solo tiro. Pero bueno, es un desahogo. Y por lo menos servirá para sentirme, yo también, virtuoso.