Cristo, los mariquitas y Unamuno
«Hace ya mucho tiempo que nuestra sociedad ha perdido la capacidad de comprensión. Nadie se pone en los pies del vecino, se fomenta la discordia»
Don Miguel de Unamuno, quien había tenido una crisis de fe que le había distanciado de la Iglesia décadas atrás, nunca dejó de creer en Cristo. Así lo demuestra en su famoso poema El Cristo de Velázquez, donde a través del no menos famoso cuadro del pintor sevillano analiza su devoción por el Hijo de Dios, esa «dehesa de amor», en palabras de su poética. Poco antes de morir, Unamuno publicaría San Manuel Bueno, mártir, donde el párroco de un pequeño pueblo de Zamora atraviesa una crisis de fe similar a la que había sufrido su autor vizcaíno muchos años antes.
Este párroco, personaje eterno, deja atrás su falta de fe, la oculta bajo un halo de práctica devoción por Cristo, y sigue practicando las enseñanzas cristianas porque, pese a todo, le parece la única forma de estar en el mundo. En esta novela, Cristo es, sobre todo, comprensión. Comprensión hacia los habitantes de pueblo. Los hay huérfanos, discapacitados, descreídos y ateos. A todos los acoge, a todos los entiende. El cura mantiene la paz en la vida del pueblo gracias a esa capacidad de comprensión.
«El de izquierdas no tolera una sola idea de derechas, y viceversa»
Pese al hecho de habernos criado en un país con sustrato cristiano, hace ya mucho tiempo que nuestra sociedad ha perdido esa capacidad de comprensión. Nadie entiende al de al lado, nadie se pone en los pies del vecino, se fomenta la discordia, se acrecienta el guerracivilismo. El de izquierdas no tolera una sola idea de derechas, y viceversa. El culé sólo quiere que gane su equipo porque eso significa que no gana el madridista, y viceversa. O estás con la sanidad pública o contra ella. O estás con las pelis de Woody Allen o contra ellas. Si perteneces al gremio de los panaderos, no dejes que los refranes te humillen: destruye al que los pronuncie. Si le colocas media cebolla bien picada a la tortilla, leña al sincebollista. Posiciónate, y una vez posicionado haz todo lo posible por sobreponerte al otro. Machácalo, imponte, es tu idea la que debe prevalecer. Opácalo, que dicen ahora los horteras.
Leo que la editorial Fandogamia ha publicado un cómic llamado El niño Jesús no odia a los mariquitas, del autor Don Julio. Es un cómic que satiriza a la Iglesia y que defiende al movimiento LGTBI. Más allá de reclamar la lógica libertad de expresión, libertad que por cierto bebe directamente de ese sustrato cristiano del que hablaba antes, lo que viene a señalar este texto es la reacción aireada, impostada y sobreactuada de unos y otros. Los muy católicos piden censurar el libro, e incluso se querellan contra la editorial y el autor. Los muy anticatólicos, se proclaman dispuestos a defender con antorchas la dignidad del ateísmo.
La semilla de la discordia florece entonces con hermosura, esperando a que los cuatro o cinco días que suelen durar estas polémicas se consuman y cada cual vuelva a su trinchera. Lo curioso, por acabar, es que es precisamente la incomprensión lo que convierte a estos fanáticos en su contrario. Los muy anticatólicos defienden un libro basado en la catolicísima misericordia, mientras los muy católicos se ciscan en eso mismo. Ojalá Dios nos pille confesados, nunca mejor dicho.