Juegos Olímpicos
«La soledad de la escritura y la del deporte guardan una estrecha relación, con lo que debería haber más obras y las hay, pero no aquí»
Son muchos años de artículos en prensa y hay sábados en los que la obligación es cumplir con la jornada de reflexión y evitar el mundo. Voy a ello. Cuando se supo que los Juegos Olímpicos se iban a celebrar en París, la seguridad fue el máximo asunto a tratar, pero también surgieron otras posibilidades, entre ellas una muy francesa: hablar sobre el deporte y la literatura, o sobre la literatura y el deporte. Empezaron los de Le Figaro con un par de artículos sobre esgrimistas que habían participado en distintas competiciones olímpicas y habían sido, a su vez, colaboradores del periódico. Con fotos y tutti quanti, muy Proust, muy Campos Elíseos, ahí veías bigotudos y poses dignas de El maestro de esgrima de Pérez-Reverte, por citar a uno de los nuestros y al citarlo recordar que son pocos los nuestros unidos al deporte. Aunque la pluma no exima del florete y tampoco del sable.
Lo digo porque entonces pensé si se podrían hacer muchos reportajes en España sobre nuestros deportistas y la literatura. Y entre el vacío y el desconocimiento sólo me aparecía la novela El Alpe d’Huez, de Javier García Sánchez. Y la amiga sáfica de Carmen Laforet –la tenista Lilí Álvarez– o la propia Ana Martínez Sagi, que fue atleta y sobre quien deberíamos consultar a Prada, que lo sabe todo de ella. Recordé también que en los 90 se jaleaba mucho a Guardiola por ser lector de Miquel Martí i Pol, como si éste fuera un poeta a la altura del futbolista o de Carles Riba, un suponer, y a ver quién exageraba más en la exégesis nacionalista. Pero, así a bote pronto, poca cosa y no recuerdo que, en el 92, a punto de empezar los Juegos de Barcelona, algún periódico o revista publicara reportaje alguno sobre la ligazón entre literatura y deporte en España. O sobre escritores españoles que eran o habían sido deportistas.
«Escribir una novela requiere fortaleza mental y también física, además de flexibilidad»
Sin embargo, la soledad de la escritura y la del deporte guardan una estrecha relación, con lo que debería de haber más obras y las hay, pero no aquí. Escribir una novela requiere fortaleza mental y también física, además de flexibilidad –corporal y psíquica–, como con la buena prosa o el salto de altura. Y son muchos los escritores que en las últimas dos décadas de su vida sufren de serios problemas de espalda, no sólo de cervicales, lo que refuerza el argumento de la relación entre cuerpo y escritura, una de ellas. A su favor o a su pesar. Lo que sí es seguro es que el peso y las malas posturas del escritor, lo rematan. Ahí vemos siempre a John Irving en su estudio con una bicicleta estática o un banco de remo a mano, para evitarlo: vista la extensión de sus novelas es una medida imprescindible.
Allan Sillitoe, que estuvo en Mallorca de la mano de Robert Graves, escribió La soledad del corredor de fondo y ahí estaba, además del deporte olímpico, la relación con la escritura. Como lo está en el título de Peter Handke El miedo del portero ante el penalti. El filofascista Henri de Montherlant escribió, muy al hilo, del esplendor gimnástico de la Europa de los 20-30 –fomentado en ambos extremos del espectro político: fascismo y nazismo a un lado y comunismo al otro– su novela Las Olímpicas y ahí había el reflejo de una ideología, pero no la asimilación del escritor y el deportista solitario.
«Hemingway y Arthur Cravan boxeaban, aunque no sé si les sirvió de mucho. O no de tanto, al menos, como a Murakami correr»
Hemingway y Arthur Cravan boxeaban, aunque no sé si les sirvió de mucho. O no de tanto, al menos, como a Murakami correr y hablando de correr, me viene ahora el recuerdo la novela de Echenoz del mismo título. Jean Echenoz, que pasó de Ravel y de Tesla al gran Zapotek, sin despeinarse. Como Woody Allen en la magnífica Match-Point, por citar sólo una de las mejores suyas. O Antoine Blondin siguiendo las bicicletas del Tour sobre una motocicleta de prensa y enviando su crónica al final de la jornada, como un corresponsal de guerra con felicidad y pernod para acabar.
Lo dicho: mañana son las elecciones europeas y hoy es jornada de reflexión. Después vendrán los Juegos Olímpicos de París y sólo hemos de desear disfrutarlos y que no sean precursores de nada malo. Uno es lector de Santayana y desconfía de las repeticiones históricas.