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Ricardo Dudda

El presidente de la mitad

«Las cartas de Sánchez son un ejemplo más de la deriva cesarista del presidente, que ha convertido una investigación judicial en una campaña personal»

Opinión
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El presidente de la mitad

Una mujer sujeta un cartel contra Pedro Sánchez durante las protestas por la ley de amnistía en Ferraz. | Diego Radamés (Europa Press)

El presidente del Gobierno Pedro Sánchez solo gobierna para los suyos. En realidad todos los presidentes son así, pero algunos intentan ocultar su partidismo con frases como «gobernaré para todos, también para quienes no me votaron». Sánchez ni siquiera hace el amago. Su estrategia es de división: cuando hablaba del «muro», cuando decía «somos más» no solo quería construir una línea divisoria entre su partido y el de la oposición, sino entre la parte de la ciudadanía que le votó y la que no

En sus dos cartas a la ciudadanía es explícito en esa distinción: no habla a los españoles, sino a sus votantes o, incluso, simplemente a los militantes del partido. Ambas cartas parecen mensajes internos de la organización socialista en lugar de mensajes institucionales de la primera autoridad del Estado español. En la primera, de finales de abril, hablaba de «la organización que mejor representa a la España progresista, el Partido Socialista». Es una frase que solía ser diferente: el PSOE era el partido que mejor representaba a España, y punto. Distingue constantemente entre la España progresista legítima a la que él representa y la otra España que no acepta el resultado de las urnas. 

«Es completamente imposible que el ciudadano que no votó a Sánchez pueda sentirse identificado con sus palabras»

En la segunda carta su tono es igual de divisivo. De nuevo, su posición es la de presidente de un Estado que se dirige a la ciudadanía, pero sus formas son las del líder del partido dirigiéndose a sus militantes. El intento de cercanía puede ser algo positivo (dirigirse a la ciudadanía sin intermediarios, con honestidad, para romper la brecha que hay entre representantes y representados). En su caso es un ejemplo de Populismo 101: es la clásica carta en la que el líder denuncia a los enemigos de la patria, amenazada por fuerzas oscuras, y pide a las fuerzas vivas de la nación que no se rindan. Es completamente imposible que el ciudadano que no votó a Sánchez pueda sentirse identificado con sus palabras.

Es el estándar populista también por lo que la motiva: la investigación judicial de algo cercano al presidente o relacionado con él. En ningún momento el presidente ha dicho algo como «dejemos que la justicia haga su trabajo» o vaguedades así. Podría incluso haber dicho que no está de acuerdo con la investigación pero que confía en que los hechos se esclarecerán. En su lugar ha dicho: «Todo, mentira. Un gran bulo. Uno más. En lo que respecta a mí, no le quepa duda de que no me quebrarán». El otro día, tras ser declarado culpable de 34 delitos, Donald Trump dijo que el «juicio estaba amañado» y que «si pueden hacerme esto a mí, pueden hacérselo a cualquiera».

«La carrera epistolar de Sánchez empezó demasiado alto y desde ahí solo podía ir cuesta abajo»

La nueva carta de Sánchez no tiene nada nuevo, y su efecto es muchísimo menor que la anterior, por razones obvias: ahora ya no ha amenazado con marcharse. La carrera epistolar de Sánchez empezó demasiado alto y desde ahí solo podía ir cuesta abajo. Pero es un ejemplo más de la deriva cesarista del presidente, que ha convertido una investigación judicial en una campaña personal.

Intenta incluso colar un mensaje que no ha convencido ni a sus simpatizantes más fundamentalistas: los enemigos de Begoña están, supuestamente, en contra de que las mujeres tengan trabajo. «Ella es una mujer trabajadora y honesta que reivindica su derecho a trabajar sin renunciar a ello por las responsabilidades de su marido. Derecho que yo defiendo en mi vida familiar y por el que trabajo como presidente del Gobierno de España para garantizar que hombres y mujeres tengamos las mismas oportunidades y los mismos derechos».

La cabeza de lista del PSOE a las elecciones europeas, Teresa Ribera, llegó incluso a decir en un mitin en Valladolid que «no quieren [la derecha] saber nada de las mujeres nada más que para que estén atadas a la pata de la cama». Normalmente este tipo de declaraciones delirantes son una muestra de desesperación, una huida hacia adelante porque ven el abismo cerca. Pero el Gobierno lleva años diciendo cosas así. No es desesperación ni muestra de debilidad. Es la única manera que comprenden de hacer política.

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