Canción de Europa
«Hoy no queda más que la renuncia a todos los ideales por el drama de andar por la vida sin una ayuda del Estado»
Macron entregó a un grupo de veteranos del Día D la distinción de Caballeros de la Legión de Honor, en reconocimiento a los miles de chavales que lucharon por su país, por la democracia y la libertad. Asistieron 25 jefes de Estado o primeros ministros. Ni Sánchez ni el ministro de exteriores han acudido a ganarse el sueldo, porque estamos al otro lado de la Historia.
Qué valiente 6 de junio y qué gran victoria para Europa. Pero nosotros parecemos más concentrados en la guerra de España. Y así, España sigue en su excepción ibérica, retraída en su corruptela y sus vicios. Aquí ya está todo previsto para las elecciones y se huele mucha desafección porque tenemos una tradición de crispación social, histórica, con la política. La clase trabajadora, de la que no vamos a tratar hoy, persigue a través de la política realidades tan específicas como el bocata de chorizo o la seguridad social o de empleo.
«En Normandía, Biden y Macron consiguen ofrecernos un espejo, una identidad personal o sugestivo proyecto de vida en común»
Pero cuando el individuo de clase media no consigue la gloria personal ni la fortuna económica, hay que ofrecerle un proyecto épico y esta pequeña intuición granjea cada vez más éxitos a algunos partidos populistas. El voto al populismo nace de una crispación, es una crispación social, histórica siempre, y eso sólo se arregla desdramatizando y dotando a la política seria de un sentido sublime, elevado. Esto sí lo consiguen hacer bien Estados laicos y modernos como Francia. En Normandía, Biden y Macron consiguen ofrecernos un espejo, una identidad personal o sugestivo proyecto de vida en común. Prometen no abandonar a Ucrania a su suerte, porque Ucrania es hoy la obsesión revalidadora de nuestro modelo democrático.
La buena política tiene algo de épica y necesita una mitología o una canción: hay que dársela. En España, como está en la otra cara de la Historia, sustituye la canción de Europa por la lírica de la bronca, las políticas de ayudas y subvenciones (los llamados fondos europeos) y mucho dramatismo. Hay que desdramatizar el yo y el entorno, el yo y su circunstancia, hay que desdramatizar la Historia de España y dotarla de sentido épico.
Y aquí el gran problema del PSOE. Hasta el PSOE tenía antes unas causas nacionales, internacionales, patrióticas, digamos. Hoy no queda más que la renuncia a todos los ideales por el drama de andar por la vida sin una ayuda del Estado. Si acaso sobrevive un patriotismo de terruño, provinciano. Ya no es posible saber si el fervor autonomista y el independentismo han galvanizado un sentimiento popular de anti-nación o incluso de anti-Europa (véase el capítulo histórico del independentismo con Putin), ni por qué parecemos más preocupados por la defensa de un Estado en Oriente Próximo que por la supervivencia del nuestro.
La ecuación es así: a más socialismo, más patriotismo del terruño autonómico y ajeno (Palestina). Es el antifascismo de las autonomías lo que debiera potenciar España, porque un país, el nuestro, de larga tradición caudillista, personalista y escasamente integrado, tiene que cantar la canción de Europa.
Si no vigilamos algunas tendencias nos iremos alejando más y más de Europa, como en aquella novela de Saramago en que la península naufragaba en el Atlántico, una aldea insular a la deriva. Alguien, un exministro de obras públicas, habló del «crepúsculo de las ideologías». No es eso. Es que estamos del otro lado de la Historia, y al otro lado de la victoria que celebra Europa contra el totalitarismo cada 6 de junio. Aquí seguimos a lo nuestro. Canción de Europa, la canción de la marcha triunfal, de la que me enamoré porque era joven y necesitaba escuchar algo épico.