THE OBJECTIVE
José Rosiñol

Sánchez y el ojo de Sauron

«Nos enfrentamos a un escenario en el que las reglas se reescriben constantemente para beneficiar a quienes detentan el poder»

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Sánchez y el ojo de Sauron

Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz

No sé si han visto alguna de las películas de la trilogía «El señor de los anillos», pero, entre los personajes, el que más me llamó la atención era el llamado «ojo de Sauron». Este representa una metáfora de la obsesión por verlo todo, por controlarlo todo; nada se le puede escapar. Parece que J.R.R. Tolkien tenía claro que la información es un elemento clave en los juegos de poder

«La manipulación de la percepción pública a través de los medios de comunicación es una estrategia tan antigua como la política misma»

En democracia, la libertad de expresión y los medios de comunicación no controlados por el gobierno son algunos de los pilares fundamentales que sustentan nuestros derechos y evitan el deslizamiento hacia formas autoritarias de poder. Lo realmente alarmante es que, si invertimos el orden de estos parapetos contra el autoritarismo, nos damos cuenta de que estamos deslizándonos peligrosamente hacia el fango de la arbitrariedad política. Esto no es nada nuevo; a lo largo de la historia, bajo el pretexto de «por el bien del pueblo», se ha controlado al pueblo. Nada refleja más claramente este papel de tutela paternalista que es típico en regímenes autoritarios.

Resulta perturbador que el gobierno contrate herramientas para saber qué se dice sobre él. No solo la ya conocida retórica contra los medios de comunicación (como este en el que escribo) o contra periodistas señalados, sino porque esto representa una especie de velada amenaza que parece decir: «Os estamos vigilando». Cabría preguntarse si en el sobre-estresado búnker de la Moncloa se estarán elaborando listas negras, si se castigará a los críticos con el Gran Líder o, lo que es aún peor, al igual que sucedía en las familias imperiales de la antigua Roma, a los que osen referirse a su «entorno más íntimo». Recordemos que ser señalado por el “ojo de Sauron” podía significar el fin de quien era mirado.

Las formas y el fondo siempre son los mismos; solo cambian los medios y los instrumentos. El ostracismo ya no se ejecuta enviando a los alborotadores a islas lejanas para que languidezcan; ahora, en su versión contemporánea, se busca la muerte civil, el señalamiento público, el acoso en redes, el seguimiento intensivo. Todo vale, siempre hay un ejército de perturbados dispuestos a creer las explicaciones del por qué se debe acabar con quienes no claudican. Existen otras formas de control, como la asfixia económica de los medios libres, no solo mediante la exclusión de publicidad institucional, sino también ejerciendo oscuras presiones a los anunciantes para que no colaboren.

Como mencioné, estamos cayendo por una ladera hacia el autoritarismo, y la retórica de aquellos que hasta hace poco formaban parte del gobierno, como Podemos, afirmando que nada ni nadie puede poner coto a las aspiraciones «progresistas» o, el reparto de carnets de periodistas y demócratas por parte de miembros del ejecutivo debería alertarnos como sociedad, pero también a todos aquellos a quienes el ruido de la narrativa sanchista confunde sobre lo que realmente está en juego. No estamos ante una deriva guerracivilista, pero sí ante un ambiente de polarización y confrontación exacerbado, utilizado a menudo por el gobierno para encubrir sus propios fracasos y desviar la atención de cuestiones más apremiantes. La manipulación de la percepción pública a través de los medios de comunicación es una estrategia tan antigua como la política misma. La diferencia radica en la sofisticación y alcance de las herramientas disponibles, que amplifican tanto el mensaje como las consecuencias de su mal uso.

Debemos recordar que, en un juego de poder tan elaborado como el que enfrentamos, cada acción del gobierno tiene un propósito calculado. La intención detrás de la saturación mediática y las tácticas de intimidación no es solo distraer, sino también disuadir la disidencia y acaparar el poder. Esta estrategia no es solo una manifestación de ambición, sino una clara señal de debilidad y miedo: miedo a la crítica legítima, miedo al debate público genuino y, sobre todo, miedo a perder el control sobre una narrativa que se les escapa de las manos cada vez que un ciudadano decide pensar críticamente.

Es crucial, entonces, que la sociedad tome conciencia de estas maniobras y mire más allá de la cortina de humo que se nos presenta a diario. No es suficiente aceptar pasivamente la información que se nos suministra; es imperativo buscar activamente la verdad, cuestionar cada fuente y contrastar cada hecho. Este llamado no es solo para los ciudadanos, sino también para los medios de comunicación que aún se esfuerzan por mantener una ética periodística, resistiendo la presión y la tentación de ceder ante las ventajas del sensacionalismo o la complacencia política.

Asimismo, es fundamental que la oposición se dé cuenta de que el escenario político ha cambiado. Ya no se trata de una simple lucha de ideologías o de programas electorales. Nos enfrentamos a un escenario en el que las reglas se reescriben constantemente para beneficiar a quienes detentan el poder. La oposición debe madurar y entender que la política no es solo una batalla de ideas, sino también un complejo ajedrez de estrategias y tácticas. Es esencial que desarrolle una visión más aguda y crítica, una que no solo se oponga por oponerse, sino que ofrezca alternativas viables y una narrativa convincente que pueda resonar con las necesidades reales de la población.

En este contexto, el papel de la ciudadanía se vuelve más crucial que nunca. No podemos permitirnos ser meros espectadores de un teatro político que decide nuestro futuro sin nuestro consentimiento activo. Es tiempo de exigir transparencia, responsabilidad y, sobre todo, respeto por la dignidad y la inteligencia del ciudadano. No podemos ceder el poder de nuestra voz ni el de nuestro voto a aquellos que ven en ellos meras herramientas para perpetuar sus propias ambiciones.

Frente a la vigilancia omnipresente y las estrategias de división, nuestra respuesta como sociedad debe ser de vigilancia igualmente constante y de unión en la diversidad. Dejemos de lado las divisiones triviales y reconozcamos que, en muchas ocasiones, nuestros adversarios no están en el campo opuesto, sino en las estructuras de poder que limitan nuestro potencial colectivo. La política siempre ha sido un juego de poder, pero en una democracia, el poder último reside en el ciudadano.

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