THE OBJECTIVE
José Luis González Quirós

Necesario y suficiente en política

«La alternativa a Sánchez, que es punzante en la crítica, no ha sido suficiente en su oferta electoral, no ha forjado una nueva mayoría con un programa atractivo»

Opinión
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Necesario y suficiente en política

Ilustración de Alejandra Svriz.

En lógica y en matemáticas la distinción entre necesidad y suficiencia es básica, pero en la vida común y en la política, que forma parte de ella, que no es ninguna ciencia de lo necesario, no solo suele pasarse por alto, sino que se tiende a considerar que con hacer lo necesario… será suficiente. Pues no, no lo es ni en la teoría ni casi nunca en la práctica.

En el caso de la política española ha sido frecuente confundir ambas condiciones, y ahora mismo eso es lo que sucede. Son una enorme cantidad los observadores que afirman que es necesario criticar de manera inclemente los graves errores del Gobierno de Pedro Sánchez, y dan por supuesto que eso será suficiente para que una mayoría de los españoles voten de tal manera que ese gobierno sea destituido pacíficamente por efecto de las urnas.

Por fas o por nefas no solo no pasa eso, sino que las predicciones de tales estrategas han fracasado ya unas cuantas veces: muchos aseguraron que eso ocurriría tras las elecciones municipales, pero algo falló en las elecciones de julio de 2023, y lo mismo ha venido ocurriendo en distintas convocatorias, de manera que ese tipo de predicciones un tanto ingenuas contribuyen de alguna manera a fomentar la leyenda del supuesto perdedor (que, por cierto, nunca ha obtenido mayoría para su partido en unas generales), así que el dinosaurio Sánchez sigue ahí cada vez que despertamos.

Lejos de reconocer que lo necesario no ha sido suficiente, son muchos los que se lanzan a proponer una intensificación de la dosis siguiendo el dicho castizo de «leña al mono hasta que se aprenda el catecismo», o el lema de «más madera» que se consagró en la peli de Los Hermanos Marx en el Oeste. Como los argumentos de quienes confían en la conveniencia y la necesidad de cambiar de gobierno son bastante sólidos, se impone averiguar las razones por las que lo necesario, que sin duda lo es, no llega a ser suficiente.

Creo que hay dos tipos de razones fundamentales para explicar la diferencia entre necesario y suficiente en el caso concreto que nos ocupa. No estará de más empezar advirtiendo que la política no es nunca una ciencia exacta, que hay que esperar a ver qué pasa para explicar —mal que bien— lo que ha pasado, y que pretender lo contrario suele conducir a disgustos y desengaños: la predicción política está muy sobrevalorada.

«Sánchez conserva, y es fácil que conserve durante años, el apoyo de quienes piensan que la izquierda es la salvación»

Para empezar, una vieja enseñanza nos advierte de que si se centra la acción política en algo negativo no es seguro que la estrategia funcione. En el caso de Sánchez no es difícil comprender que se trata de una figura que va a seguir conservando un alto apoyo popular casi haga lo que haga. Le pasa un poco lo que Trump dijo de sí mismo, que muchos le votarían, aunque le viesen disparando al público en la Quinta Avenida de New York. Sánchez conserva, y es fácil que conserve durante años, el apoyo de quienes piensan que la izquierda es la salvación y que sus políticas les favorecen; como es lógico, su Gobierno no hace nada que pueda desmentir esa esperanza, y eso ha hecho que el PSOE bajo su mandato conserve el número más alto de votos entre todos los partidos de Europa.

Esos electores, que son unos cuantos, parecen inmunes a los argumentos más graves que se emplean contra Sánchez: que es una amenaza para la libertad, que está atentando contra la Constitución, que gobierna con formas propias de un autócrata, etc. Además, en el plano de la conversación pública, el ataque por ese flanco tiene varios efectos: el primero, convertir a Sánchez en el protagonista absoluto de la política española; el segundo, hacer que sus partidarios lo vean como una víctima; el tercero, permitirle tratar a sus adversarios con lenguajes paralelos, convertirlos en enemigos de la democracia, en defensores de ricos y privilegiados, en nostálgicos de formas autoritarias mientras Sánchez se da el banquete de prometer «nuevos derechos» y toda clase de infinitas venturas para los desheredados.

No hay duda alguna de que ese ángulo de ataque al líder socialista podría obtener réditos muy amplios en otros lugares en los que se estiman más que entre nosotros los bienes públicos que deteriora insistentemente el Gobierno de Sánchez, pero España no tiene todavía un altísimo aprecio por bienes abstractos. O lo tiene, pero no acierta a ver de qué manera está Sánchez disminuyendo esa clase de cosas. El hecho evidente es que no hay la menor muestra de que ese tipo de estrategia política, por muy basada que esté, y lo está, en actuaciones anticonstitucionales y muy preocupantes, sirva para que los electores le muestren a Sánchez la puerta de salida.

Tras las elecciones europeas son varios los medios que se han lanzado a especular con que, extrapolando esos resultados a unas generales, Sánchez tendría que dedicarse a otra cosa. Me parece que se trata de un optimismo gravemente equivocado, y para comprobarlo bastaría con recordar que el PSOE perdió las elecciones europeas de 1994 por 10 puntos frente al PP, y que apenas un año después el PP sólo aventajó al PSOE en un punto. Se argüirá que se trata de circunstancias diferentes, lo son en efecto, pero las de ahora son bastante más favorables a una nueva victoria socialista que las de aquella época, aunque sólo sea porque el ejército de reserva de voto que Sánchez tiene en los electores nacionalistas no existía hace 30 años. Más responsables me parecen los análisis como el de Álvaro Nieto, que han advertido de que queda Sánchez para rato.

«Quienes dicen aspirar a gobernar de una manera distinta no han sabido explicar lo que piensan hacer para lograrlo»

¿Qué hace falta pues para, sin desdeñar la necesidad política, alcanzar la suficiencia electoral? La clave está, a mi modo de ver, en que la alternativa a Sánchez, que ha sido, sin duda, punzante en la crítica, no ha sido suficiente en su oferta electoral, no ha sido capaz de forjar una nueva mayoría a partir de un programa político serio, atractivo y comprensible. Son muchos los españoles que no premian lo que se puede reducir, en su criterio, a un programa que parezca consistir en «quítate tú que me pongo yo» por mucho que esa propuesta se vea apoyada por promesas de cambio cuando estas no se concretan y no son atractivas porque se reducen a señuelos ideológicos que atraen a algunos, pero no a una mayoría suficiente.

El problema no está en los que votarían a Sánchez pase lo que pase, sino en los millones de electores que no ven bastante motivo para apoyar a una alternativa que no haya hecho lo imprescindible para lograr su apoyo. Abundan los que estiman que quienes dicen aspirar a gobernar de una manera distinta no han sabido explicar lo que piensan hacer para lograrlo, ni se han molestado en analizar a fondo los problemas que nos afectan proponiendo soluciones claras y capaces de suscitar esperanza, en un cambio político que pueda conducir a una España mejor, más libre, más próspera y optimista.

Son muchos los electores que saben que su vida y su economía está yendo peor que hace unos años, que no creen a Sánchez, porque saben que es un mentiroso empedernido, que están hartos de su suficiencia y su retórica demagógica, pero que no acaban de encontrar en las propuestas de alternativa el argumento suficiente como para salir de su casa el día de las elecciones y votar con confianza e ilusión. Para ganar ese voto hay que trabajar, hablar con muchas personas, conocer bien lo que piensan y padecen los españoles, y eso es lo que podrá establecer la diferencia entre criticar, que es necesario, y ofrecer esperanzas de cambio basado en razones, algo inexcusable si se quiere obtener una victoria suficiente.

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