THE OBJECTIVE
Pilar Cernuda

Cosas de mujeres

«España está hecha una pena. Pero, encima, infinidad de mujeres nos dolemos de que las féminas del sanchismo están muy lejos de dar la talla»

Opinión
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Cosas de mujeres

Ilustración de Alejandra Svriz.

La mayoría de las mujeres de mi generación, las que vivimos los últimos años del franquismo y la aventura heroica de la Transición, hemos peleado para ser consideradas tan capaces como los hombres para asumir cualquier responsabilidad. Y lo demostramos sobradamente en muy distintas circunstancias. 

Por ejemplo en mi tierra natal, Galicia. Ante la ausencia de hombres, porque la precariedad económica llevó a los maridos, padres e hijos a emigrar a tierras lejanas, con frecuencia para no volver o regresar después de años de silencio y ausencia, las mujeres se convirtieron no solo en jefas de familia sino que trabajaron hasta la extenuación para sacar a su gente adelante, con tan buen resultado, o incluso más, que la mayoría de los que se habían ido a América o a países de Europa central.

La mayoría de las mujeres de mi generación no nos hemos puesto medallas por nuestra lucha por la igualdad, luchábamos y punto. Empezando por buscar identidad propia en nuestro entorno y convencer a padres, hermanos y amigos de que podíamos lograr lo que nos proponíamos. Que merecíamos estudiar lo mismo que nuestros hermanos y trabajar en lo mismo que hacían ellos. Tuve la fortuna de que mis padres jamás hicieron distinciones entre sus hijos, cada uno tiramos hacia donde quisimos y promovieron que las dos chicas estudiáramos en la universidad, pero no ocurrió lo mismo en cantidad de familias cercanas. 

Ni nos pusimos medallas, repito, ni presumíamos de feministas, aunque lo éramos. Simplemente, hicimos lo que nos parecía lógico, indispensable: los mismos derechos que a los hombres, que nadie pusiera muros a nuestros deseos de trabajar en lo que quisiéramos, que se reconociera nuestro talento, nuestra disponibilidad, para llegar tan lejos como nos marcáramos.

La historia de la lucha por la igualdad es bien conocida. Con protagonistas de muy primer nivel pero, sobre todo, con el impulso de millones de mujeres que, por sí mismas, decidieron luchar por lo que consideraban justo. Gracias a ese movimiento imparable se cambiaron leyes, las mujeres empezamos a contar en la sociedad y se echaron abajo barreras que permitieron demostrar que efectivamente podíamos abrir las puertas que llevaban a donde nos propusiéramos. Se aprobaron leyes de cuota que siempre detesté, me parecía humillante que contaran conmigo por ser mujer, no por mi valía. Pero reconozco que en algunos casos fueron eficaces y hoy, con asuntos aún pendientes, entre los que destaca la igualdad de salario para igual trabajo (con avances, pero aún queda por hacer) se acepta con naturalidad encontrar a una mujer al frente de los mandos de un avión, dirigiendo un regimiento, en altos cargos institucionales, presidiendo empresas punteras, o ganando la mayoría de las plazas a las que se accede por oposición. Todo un signo de los nuevos tiempos. 

«Siento vergüenza, indignación infinita, con la forma en que se comportan algunas mujeres del sanchismo»

Dicho esto, digo también que siento vergüenza, indignación infinita, con la forma en que se comportan algunas mujeres del sanchismo. Me acusarán de no perder ocasión para arremeter contra Sánchez, pero suelo decir lo que pienso; y no puedo soportar que ese esfuerzo por dignificar a la mujer española y a su trabajo, lo devalúen personajes, mujeres, que no solo no son dignas de admiración sino que hacen un flaco servicio a las que seguimos pensando que lo que hicimos, aunque ha costado, ha merecido la pena.

Pero esto no va de insistir en la preocupación de esta periodista ante el país que creado en torno a un presidente que nos lleva al abismo. Esto va de mujeres, de la profunda decepción que sentimos infinidad de mujeres que nos hemos dejado la piel durante años para demostrar que merecemos respeto y consideración. La misma, o más, que los hombres.

Un número importante de mujeres de relevancia política han llegado a lo más alto por ser parejas de, no por méritos, y el resultado de cómo ejercen su responsabilidad con frecuencia roza lo patético. No hace falta mencionar nombres, son de sobra conocidos, sobre todo en Podemos. Pero también en el PSOE. La mujer del presidente de Gobierno ha conseguido un trabajo en la Complutense por ser la esposa de, y además lo ha utilizado para sus negocios. A los que denuncian esa situación, con cartas de recomendación incluidas, directamente se les maldice como personajes que se mueven en el fango. Si Amparo, Pilar, Carmen, Ana o Elvira hubieran impulsado la centésima parte de las maniobras de Begoña, habría ardido España con las acusaciones y manifestaciones de la izquierda.

«¿Qué decir de la vicepresidenta que gesticula ridículamente para expresar que su apoyo al Gran Líder -al puto amo- es incondicional?» 

Ver a mujeres en el Gobierno que repiten como papagayos los argumentarios que les envían por wasap -como hacen sus compañeros varones, vaya nivel- lleva a cuestionarse la calidad y la propia estimación de quienes cuentan con despacho y coche oficial, y es también decepcionante que las pocas mujeres que han llegado al Gobierno con una importante trayectoria profesional hayan quedado atrapadas, abducidas, por un presidente que ni de lejos cuenta con sus méritos. Sin embargo, con su eterno sí, sí, sí, aceptan decisiones indefendibles que emanan del despacho presidencial.

¿Qué decir de la vicepresidenta que gesticula ridículamente para expresar que su apoyo al Gran Líder -al puto amo- es incondicional? Vergüenza ajena. ¿Y de la otra vicepresidenta, que llegó gracias al dedo poderoso de otro líder, al que traicionó haciendo honor así a su trayectoria gallega de traiciones sucesivas?

España está hecha una pena. Pero, encima, infinidad de mujeres nos dolemos de que las féminas del sanchismo están muy lejos de dar la talla. 

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