THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Tómense a Milei en serio

«Si Milei acierta y Argentina logra recuperar siquiera una parte de su maltratado potencial económico, veremos un cambio de paradigma»

Opinión
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Tómense a Milei en serio

El presidente argentino, Javier Milei. | Ilustración: Alejandra Svriz

Recomendación gratuita para los centenares de asesores monclovitas (y equivalentes): tómense a Milei en serio. Incluso muy en serio. Lo divertido es tratarle como a un loquito. Burlarse de su apariencia: las patillas, el corte de pelo, los nombres de sus perros… Mirarle por encima del hombro –con toneladas de superioridad moral-, a él y a esas frases con las que se ha hecho famoso: su «viva la libertad, carajo» o sus diatribas contra «los zurdos». Ponerle el capirote de «ultraderechista y fascista», cuando eso sólo es la última cuchufleta para conjurar la herejía de la muy progresista nueva inquisición. Y pretender que únicamente es un bufón que, por azares del destino y (quizá… quién sabe) por el hartazgo de soportar a una inútil cleptocracia que había llevado a Argentina a la peor hiperinflación del mundo y al empobrecimiento masivo, logró nada menos que 14,5 millones de votos: una mayoría del 55,7%. ¡Nada menos! 

Pero un bufón no puede durar y, sobre todo, no es pensable que sus propuestas políticas –fundamentalmente, de política económica- puedan tener éxito. Salvo que el bufón no sea ningún bufón. Con permiso del ilustrísimo señor ministro Óscar Puente, ese va a ser el caso. Sus dos intervenciones, en la noche del viernes en Madrid, en su primera escala de la gira del argentino por Europa, muestran a un dirigente con una muy inhabitual solvencia económica que, más allá de sus diatribas contra la izquierda, ha puesto en práctica un modelo económico prácticamente inexplorado: el de los economistas liberales de la escuela austriaca

Es un suceso raro que un jefe del Gobierno -o un presidente de la República- tenga sólidos conocimientos económicos; eso queda (si acaso) para algunos ministros de Economía. Milei es la excepción y explica su modelo económico (el de los liberales-libertarios) con la claridad del buen docente. Y, de momento, ha logrado rebajar la inflación (del 25,5% ¡¡MENSUAL, no anual!! de diciembre a un todavía elevado 4,2% en mayo) y transformar un déficit galopante de las cuentas públicas en superávit con un brutal ajuste económico que, sin embargo, no ha reducido un ápice su respaldo ciudadano. Tan duro está siendo el ajuste que fue noticia este invierno en Argentina cómo el FMI (Fondo Monetario Internacional), siempre tan exigente, le sugería que fuera más despacio en la aplicación de sus medidas, que tampoco había tanta prisa. Pues ni caso.

Es cierto que Milei está haciendo exactamente lo que se comprometió a hacer y eso, visto desde la España sanchista, debe ser garantía de derechismo irredento: ¡póngale el capirote! O, mejor, tómenle muy en serio porque conseguir que te voten ofreciendo la versión económica del «sangre, sudor y lágrimas» es algo que ni Winston Churchill consiguió: perdió las elecciones de julio de 1945, nada más ganar la guerra, contra Clement Attlee, ese que salía de un taxi vacío. Recuerden, muy en serio, que nadie pensaba que el argentino pudiera hacerlo. Se pronosticó que sólo conseguiría acelerar la desquiciada hiperinflación, que la lanzaría «hasta el 17.500% anual» (pues ya la ha bajado al 50% anual, que sigue siendo mucho); que fracasaría inexorablemente en la contención del déficit, y que sólo cosecharía un rechazo tan rotundo de la opinión pública a sus medidas que todo desembocaría en un brevísimo mandato. Como él mismo resumió el viernes, se esperaba que «no fuera un liberal-libertario sino un liberal-libertarado». 

De momento, pronóstico fallido. Ni loco ni breve ni incapaz. Ni tampoco sólo economista: en estos pocos meses ha logrado aprobar proyectos legislativos muy relevantes pese a no tener detrás un partido con sólida presencia territorial. El bufón-libertarado-ultraderechista lo ha logrado voto a voto.

La gracieta de ofenderle, con acusación de drogadicción incluida, hacerse luego el ofendido por su furibunda respuesta, que señalaba los evidentes indicios de presunta corrupción en el más cercano entorno familiar de Pedro Sánchez, al punto de retirar al embajador de España en Buenos Aires, no ha hecho ni hará ni un leve rasguño a Javier Milei. El coste político íntegro, que en algún momento futuro tendrá que incluir la reapertura de la embajada de España en Buenos Aires, queda endosado íntegramente al mandatario español. El daño completo, una vez más, lo soportarán los españoles que viven en Argentina, y los que viajan o hacen negocios allí. Y todos ellos saben quién decidió el cierre de la Embajada; es decir, todos sabemos quién utilizó los recursos del Estado español para responder a una disputa personal. 

Nada de esto habría ocurrido si Sánchez y sus ministros se hubieran tomado en serio a Milei. Tan en serio, por ejemplo, como se lo ha tomado el muy socialdemócrata canciller alemán Olaf Scholz. Porque lo sensato es ser sensato y tomarse en serio a los políticos que logran un abultado respaldo ciudadano en las urnas, se llamen Javier Milei en Argentina o Giorgia Meloni en Italia o incluso Isabel Díaz Ayuso en Madrid. Tomarles en serio habría implicado, por ejemplo, ver la medalla de Ayuso a Milei como un buen paso para recuperar cuanto antes las relaciones diplomáticas con Argentina rotas por Sánchez. En cambio, pretender, con un exiguo –y menguante- caudal de votos, que la burda confrontación con quienes sí ganan holgadamente las elecciones te hará más relevante es el más nítido reconocimiento de tu pequeñez. Claro que cada uno hace lo que puede.

«Por si acaso, tómense a Milei en serio. Mantiene el respaldo ciudadano y, de momento, parece que su plan no está tan abocado al fracaso como todos preveían»

Tampoco es del todo mala idea tomarte en serio a los políticos que acreditan tener conocimientos que tú ni copiando. Quizá porque es imposible competir con el inefable doctorado de Pedro Sánchez, Javier Milei sólo tiene un máster en economía monetaria y financiera en la Universidad Torcuato di Tella, la más prestigiosa de Argentina, además de una dilatada carrera como economista. 

Aquel turnitín que se hizo famoso con la tesis conferida a Sánchez es innecesario con Milei. Ni el breve discurso (en la Puerta del Sol) de agradecimiento a la medalla que le impuso Ayuso ni el larguísimo con el que (a pocos metros, en el Casino de Madrid) puso el broche final al premio anual del Instituto Juan de Mariana, que le concedieron, necesitan turnitín ninguno. Y en ambos repitió esta frase que resume su ideario: 

«El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, y cuyas instituciones son la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social, y donde solamente se puede ser exitoso sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad y mejor precio».

Las ideas y propuestas de Milei podrán gustar o no. Y él podrá o no acertar. Pero si acierta y Argentina logra recuperar siquiera una parte de su maltratado potencial económico gracias a la política económica de ese liberalismo austriaco que él defiende, veremos un cambio de paradigma. Quizá sólo en América, o quizá llegue también a Europa, porque quizá (quién sabe) llevemos ya demasiadas décadas de consenso socialdemócrata…  

Por si acaso, tómense a Milei en serio. Es el presidente de una nación hermana de Hispanoamérica, cinco veces más extensa que España y con prácticamente la misma población (48 millones de habitantes). Tiene los votos, tiene un proyecto económico –y político- avalado por esos votos. Mantiene el respaldo ciudadano y, de momento, parece que su plan no está tan abocado al fracaso como todos preveían.

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