THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

Empleo: ¿vamos bien?

«Dos características lastrarán nuestro futuro: la baja productividad y la pérdida creciente del poder adquisitivo de los trabajadores y del margen de las empresas»

Opinión
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Empleo: ¿vamos bien?

Ilustración de Alejandra Svriz.

Sabemos lo que nos aguarda, pero nada decimos. Y si lo hacemos, lo apuntamos a media voz, casi en un murmullo imperceptible para que no nos acusen de agoreros y aguafiestas. El empleo va bien, nos dicen, las empresas ganan dinero, repiten, España va como un cohete, pontifican. Y, en parte -aparentemente al menos -, es cierto, apuntamos. El número de cotizantes bate récords y el desempleo baja, acercándose progresivamente a nuestros mejores momentos. ¿Por qué, entonces, estamos preocupados, muy preocupados?

Sobrevolemos, sin entrar en un exhaustivo análisis numérico, la realidad de nuestro empleo. El artificio del cómputo de los fijos discontinuos – una criatura artificial que entorpece la transparencia y adaptación del mercado del trabajo – ha impulsado la paradoja del crecimiento de cotizantes sin incremento de las horas trabajadas en cómputo global. O sea, que en teoría trabajamos más, pero en verdad, al menos en horas trabajadas, no lo hacemos en idéntica medida. Pero más allá de esta distorsión estadística, dos características añadidas son las que realmente lastrarán nuestro crecimiento, bienestar y poder adquisitivo en el futuro. Por una parte, la baja productividad de nuestro empleo y, por otra, la pérdida creciente del poder adquisitivo de los trabajadores y del margen de las empresas. La baja productividad y la pérdida de poder adquisitivo están motivados por varios factores, algunos de los cuales enumeramos a continuación.

El primero, nuestra estructura económica. Por ejemplo, el pujante sector turístico, con su inherente baja productividad. Pero el problema no es la mucha actividad turística, sino el escaso vigor y peso relativo de sectores de alta productividad, como el tecnológico. Nuestro crecientemente rígido marco laboral entorpece, cuando no directamente espanta, el desarrollo de unas inversiones que precisan de alta flexibilidad creativa. Nuestro control horario, pensado para empresas del XX, de horarios fijos, es totalmente inadecuado para la economía digital en la que se dirime un futuro del cual nos alejamos progresivamente. La inseguridad jurídica, las normas fiscales y laborales crecientemente intervencionistas y controladoras, no nos hacen atractivos para las inversiones de empresas punteras, como desgraciadamente comprobamos en las estadísticas económicas. Padecemos de anemia inversora, con un Gobierno empeñado, al parecer, en esquilmarla aún más.

Aparte de nuestra estructura económica y de la falta de inversión – que encuentra en el norte de Europa, en Irlanda o en Portugal entornos mucho menos agresivos y más atractivos – la productividad sólo se puede incrementar con la innovación y con tecnología, un enorme reto colectivo que no terminamos de asumir.

Si somos menos productivos, tendremos salarios inferiores de los que disfrutan los sectores más productivos y de mayor valor añadido, característicos de los países que crecen de manera inteligente y sostenible. Por eso, nuestra renta per cápita retrocede comparativamente frente a la media europea, siendo ya superados por algunos países del Este, hasta hace pocos años mucho más pobres que nosotros. Es decir que, aunque crecemos algo, en renta per cápita retrocedemos comparativamente con la media de nuestro entorno. Malo, muy malo. Por eso, estamos preocupados, máxime cuando vemos que las medidas que nuestro Gobierno anuncia y aprueba seguirán mermando productividad y alejando las inversiones que imperiosamente precisamos.

«La suma del IRPF más las cotizaciones sociales se incrementan en mayor medida que lo hacen en nuestro entorno»

Pero, por si fuera poco, esa renta comparativamente menguante se ve reducida por una creciente cuña fiscal, que pesa como una losa sobre los salarios. Los recientes datos conocidos muestran cómo la suma del IRPF más las cotizaciones sociales se incrementan en mayor medida que lo hacen en nuestro entorno. Aunque es cierto que no somos de los países con la cuña total más elevada para los empleados –sí para las empresas-, también es cierto que nuestros salarios son menores, por lo que la creciente voracidad fiscal es una pésima noticia, que merma nuestra capacidad adquisitiva, renta disponible y capacidad de ahorro.

La última reforma de las pensiones, alejándose de los principios contributivos del Pacto de Toledo, ha vuelto a subir las cotizaciones, tanto por destope como por el conocido como MEI, Mecanismo de Equidad Intergeneracional, hermosas palabras para justificar un bocado a las pensiones de un porcentaje significativo de asalariados, que verán como su pensión merma en relación con lo cotizado. Esta vuelta de tuerca a unas cotizaciones ya de por sí elevadas, incrementa la cuña fiscal y disminuye la renta disponible. Ya reflexionamos sobre el asunto en el artículo anterior (La menguante jubilación de los directivos), que tan honda influencia tendrá en estos próximos años. O sea, vayamos ahorrando, si es que podemos, porque falta nos hará. El Estado ha roto el pacto implícito en el que crecimos y confiamos, no nos fiemos de él más que lo estrictamente necesario.

Aunque a corto plazo el empleo puede crecer, a medio plazo sufrirá. Desde luego en calidad. Algunas dinámicas geopolíticas, como la de la desglobalización y el creciente rosario de guerras que jalonan el planeta, incrementarán la actividad económica en Europa, algo nos tocará de ella, aunque no – si seguimos como vamos – de la de los sectores más productivos, como ya vimos. Una pena, una auténtica pena.

Por eso, a la pregunta de que si el empleo va bien, debemos responder que no. Nuestro empleo tiende al de los países mediocres condenados a un paulatino empobrecimiento. Y, por si poco fuera, levantamos la mirada y lo que vemos no nos gusta. La titular de Trabajo, que dedica mucho tiempo y esfuerzo a sus otros múltiples quehaceres políticos, está empeñada en continuar rigidizando nuestras normas laborales, sin importarle la creciente pérdida de productividad y de competitividad.

«Todas y cada una de las leyes y reglamentos aprobados complica la actividad de las empresas»

Todas y cada una de las leyes y reglamentos aprobados complica la actividad de las empresas, erosionan sus márgenes y su capacidad de inversión, al tiempo que merman el poder adquisitivo y las posibilidades de los trabajadores. Despreciando el diálogo social, impone normas en materias que, como el tiempo de trabajo, deberían dirimirse en la negociación colectiva, mucho más adaptada a la realidad de cada sector, territorio o empresa. Y la pregunta que surge es, ¿cómo el PSOE, PNV o Junts apuntalan estas medidas contra el empleo y las empresas? Misterios de la política que ni nuestra economía ni bienestar comprenden.

Todo ello nos hace ser pesimistas de cara al empleo del futuro. Disfrutemos de la fiesta mientras dure, pero advertidos seamos de lo que nos viene encima. Y ahorremos, aconsejaríamos, si no supiéramos que la cuña fiscal nos lo pone casi imposible. Y, mientras tanto, no se fíe de los voceros públicos. No vamos bien, a pesar de la fiesta aparente en la que nos dicen que vivimos. Nos acordaremos con amargura de ella; muchos, muchos años, tendremos que apretarnos para pagarla.

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