Pasteleo del bueno, pero cuidado con la euforia
Viendo los nefastos precedentes, es ingenuo pensar que Pedro Sánchez de pronto se haya convertido en un hombre de Estado
Los dos mejores maestros pasteleros del Partido Popular y del Partido Socialista, Esteban González Pons y Félix Bolaños, han presentado en Bruselas una majestuosa tarta en forma de acuerdo para renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). El aspecto del pastel es precioso, pero dado que ha sido fabricado con los mismos ingredientes nefastos de otras veces y, para colmo, viene avalado por uno de los gobiernos más inquietantes del continente, conviene andarse con ojo, no vaya a ser que cuando le demos un bocado descubramos una sorpresita que nos deje sin dentadura.
Lo mejor del acuerdo es que hay acuerdo, y eso va a acabar de un plumazo con la sucia cantinela según la cual el PP estaba incumpliendo la Constitución… cuando en realidad la responsabilidad de la renovación del CGPJ siempre ha sido del Congreso y del Senado, es decir, de todos sus miembros sin excepción y de sus dos presidentes en particular, que no han llevado la iniciativa de este asunto en ningún momento.
Además, el acuerdo permitirá comenzar a desbloquear la Justicia y empezar a cubrir decenas de vacantes pendientes. Pero que nadie se olvide: este también era un argumento falaz para forzar la renovación, porque todas esas vacantes se podían haber cubierto en tiempo y forma si el Gobierno no hubiera legislado a propósito para maniatar al CGPJ saliente.
Lo peor del acuerdo es que ha sido perpetrado siguiendo los mismos vicios del pasado. Que el ministro más todopoderoso del Gobierno y uno de los hombres de más confianza del líder de la oposición pacten los 20 nombres del Poder Judicial no parece muy edificante en términos democráticos. Y no es motivo de alivio suficiente que se nos diga que el presidente del CGPJ no ha sido pactado esta vez, algo que no se cree nadie, o que nos hayamos librado de algunos nombres horrendos que formaban parte de quinielas anteriores. Desde el momento en que dos partidos deciden por su cuenta y riesgo todos los miembros del CGPJ, nada bueno puede suceder. Y a las pruebas hay que remitirse: algunos de los elegidos tienen un acrisolado perfil sectario.
La elección de los nuevos vocales se hará en paralelo a una reforma de dos leyes orgánicas para, de un lado, intentar algún día cambiar su forma de elección, algo que no queda garantizado en modo alguno pues se supedita a una propuesta del propio CGPJ que ya veremos si se acaba abriendo paso en las Cortes; y de otro lado, para impedir las puertas giratorias entre el Gobierno y la Fiscalía, algo muy loable pero que, a la vista del proceder de Álvaro García Ortiz, no impedirá que este órgano siga siendo igual de sumiso con el Gobierno, lo presida o no un exministro.
Y lo verdaderamente sospechoso es la euforia de unos y otros. Viendo los precedentes, véase el imperdonable desliz del PP de Pablo Casado al pactar la renovación del Constitucional, es ingenuo pensar que Pedro Sánchez de pronto se haya convertido en un hombre de Estado. Aquí hay gato encerrado, y cualquiera con dos dedos de frente lo ve. Cuidado con el entusiasmo, porque este sigue siendo el Gobierno que habla de jueces prevaricadores porque investigan lo que no deben y de pseudomedios de comunicación porque informan en vez de adular.