THE OBJECTIVE
Galo Abrain

La risa 'fashion'

«La falta de humor devora la vitalidad. Nos deja a merced de la angustia, los patrulleros del agravio y, en el peor de los casos, como pasto del terror fanático»

Opinión
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La risa ‘fashion’

Escena de 'La vida de Brian', del grupo cómico británico Monty Python. | Handmade Films, Warner Bros.

«Que Dios te lo pague con una mujer tóxica», dice la tía. Anda su camarada tras la barra del bar apañándole el fregoteo, cargado como un strong-man con una bandeja de vajilla grimosa, y a ella no se le ocurre nada mejor. Pero el limpiavidrios se ríe. Se troncha a la vez que el vetusto jubilado de la esquina y los dos agentes de movilidad en su gozosa pausa. De la bordería bien proyectada de la tabernera, emerge una atmósfera cachonda que fumiga sus caras largas. Al mal tiempo, mofa y todo eso.

No se me ocurre un mundo más gris que aquel dominado por camorristas de la ofensa. He oído que bajo la casposa voz del Generalísimo, España se daba ese aire. Un cuerpo enfermizo dominado por la literalidad. Con un sentido del humor reblandecido. Lógico, digo yo, sin sensibilidad burlona es fácil militar en los ideales de la superioridad y presidir los piquetes de la seriedad con orgullo palomero. Por eso a Franco sólo le rezan hoy los cachorros zurraspines que nunca habitaron aquellas muecas y las viejas bestias.

Hablando de veteranos… Recibí con igual dosis de sorpresa y felicidad la llamada antes de ayer de mi tío abuelo Titoño (mote familiar). Antiguo profesor de Literatura en la universidad de Nueva York, carga 94 años a la espalda. Aun con la cadera bailarina y los ánimos cojos cuando truena, el hostal de los tiesos sigue reservándose su derecho de admisión con él. ¿Cómo un hombre viudo desde hace décadas, pinchado por una soledad colindante al overbooking de velas en su tarta de cumpleaños, viviendo un una de las ciudades más caóticas y masificadas del planeta, le da efectivos soplidos a la cojonera mosca de la terminalidad? Y con un cerebro, por cierto, amueblado al milímetro como los pasillos de Ikea.

Puestos a elucubrar, alguna culpa habrá que echarle a la dama fortuna, claro. Siempre hay quien flirtea con ella más exitosamente. Sin embargo, la principal apuesta de Titoño para seguir viendo la bolita nacarada alunizar en la casilla de la vida, estoy seguro, juégome un pulgar, es su gamberrismo. Un sentido del humor enciclopédico y cáustico en ocasiones. Conversación que le entra, charrada en la que cuela un chiste o anécdota donde sus patas de gallo se pliegan sinceras como un acordeón. Es lo más fashion de su, por lo general, sobria apariencia; la risa. La vitalidad habita en las arrugas del rabillo del ojo y él las ha arado con la generosa azada de la socarronería. Y ahí lo tienen, a punto de cosechar la centena.

Dicen que la mía será la generación más longeva de la historia. Para mí que se equivocan los oráculos positivistas. Abundan tanto los pimpollos que se toman coléricamente en serio a sí mismos. Asoman tal cantidad de patrulleros del agravio. Se ha convertido el victimismo oportunista en un arma tan eficaz y conclusiva, que más preveo un futuro belicista donde el personal, o acabe en la cresta de la moralidad o termine atajando su reserva en el balneario de los quietos. Eso, o una sociedad de flemáticos rancios encerrados en sus chozas frente a una pantalla. Que no es muy distinto a estar muerto. 

«Me doy cabezazos contra esa premonición, donde para vivir haya que tener renovado el pasaporte de la corrección política»

Me doy cabezazos contra esa premonición, donde para vivir haya que tener renovado el pasaporte de la corrección política, y la vanidad y la bulla y la parquedad mental chaquetera estén a la orden el día, cuando me topo con manos que me agarran de la nuca evitando el golpe. Gratificantes garfios como la última campaña de la Fundación Luzón contra la ELA, en la que varios afectados por la enfermedad aparecen bajo agudezas como «¿Que si mi ELA tiene cura? Claro: tiene cura, misa y funeral», culminando con el lema: «Cuando el humor es la única cura es que hace falta más investigación». Honestamente, es para quitarse el sombrero. Una buena chanza nace dándole la vuelta a la tortilla. La coña lustrosa por excelencia es la que convierte una experiencia crítica, lacrimógena, en una expresión de éxtasis y dicha. No imagino una respuesta mejor a un mundo al que llegamos berreando, y del que nos vamos solos, que compartiendo una ininterrumpida gansada; fina, elegante y común.

No soy moderno, ni muy original a ratos —para qué engañarnos—, reconozco, por tanto, que mido la calidad de las transgresiones, del cachondeo distinguido; de la ironía dandi, tomando como referencia a los Monty Python. Lo dicho, no hago una dieta exótica, ni practico un deporte con un nombre asiático pronunciado en inglés. Reverencio lo clásico. No hay mejor escuela que la vieja escuela

Cualquiera de las películas de los Monty sirve en bandeja un surtido de provocaciones disparadas a diestro y siniestro, sin distinguir entre unos u otros objetivos ideológicos, impidiendo su caducidad. En La vida de Brian, reciben coñas los talibanes de Cristo, como quienes dicen querer ser mujer y tener hijos de vientre, aunque carezcan de matriz. Y, cuidado, que Graham Chapman, su protagonista, fue de las primeras celebridades británicas abiertamente queer. Según sus palabras: «Un gran maricón, pero uno machote que fuma pipa». Con lo cual, no vaya a pensarse nadie que los Monty no tenían argumentos para ofenderse de sus propias bromas. Sencillamente, se sabían más sabios riéndose de ellas.

«La frontera sigue siendo la misma: una aduana entre quienes tienen sentido del humor y quienes se convierten en fanáticos irritables»

Merece la pena ver una grabación del funeral de Chapman, en la que John Cleese descorcha el champán de las carcajadas en plena elegía. Las lágrimas de los asistentes vacilan en ese relajado limbo que se crea cuando la risa agarra del cuello a la angustia y la somete. Es una escena poética y esperanzadora. Una visión preciosa.

Dice el politólogo Steven Levitsky que hoy el eje político ha cambiado. Ya no es izquierda-derecha, sino cosmopolitas-etnonacionalistas. Sin desestimar las tesis de Steven, para mí la frontera sigue siendo la misma. No se ha alterado desde que tengo uso de razón. Una aduana entre quienes tienen sentido del humor y quienes se convierten en fanáticos irritables muy pagados de sí mismos. Sean de la religión que sean, voten lo que voten y defiendan lo que defiendan.

A ese lado furibundo y vanidoso del frente, sólo me queda dedicarle estos versos de la canción de La vida de Brian de los Monty Python: «La vida es una risa y la muerte es un chiste, es verdad/ Verás que todo es un show, mantenlos riendo cuando te vayas/ Sólo recuerda que la última risa es tuya». Y que todas las que vengan antes te ayudarán a vivir más, y mejor. 

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