THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Dioses de la extrema derecha

«La victoria del partido de Le Pen es la prueba de que el modelo obligatorio agoniza por la borrachera del ordeno y mando y por anatematizar al que discrepa»

Opinión
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Dioses de la extrema derecha

Ilustración de Alejandra Svriz.

Gana Reagrupamiento Nacional (RN) en Francia y el establishment llama a la unidad para impedir que se altere el statu quo. Vaya palo se han llevado. No hace falta más que leer los titulares y editoriales de la prensa del movimiento progresista continuo. Están perplejos. No se lo creen. ¿Cómo es posible que alguien se rebele contra el dogma? 

El oficialismo no entiende que la victoria de RN es la prueba de que el modelo obligatorio agoniza por sus excesos, por la borrachera del ordeno y mando, y, por supuesto, por anatematizar al que discrepa. Ese establishment que ahora se alarma lo forman desde la socialdemocracia de la ingeniería social hasta la extrema izquierda y el activismo callejero, esas ingenuas tropas de asalto que se creen críticas, pero que son parte indispensable del sistema. 

El establishment creyó haber sepultado lo que consideraban viejo, como las naciones, la familia tradicional y el cristianismo. Pero la parte de la sociedad a la que se despreció tratándola de defectuosa y de antigua ha reaccionado sacando las contradicciones y miserias del sistema único. La reacción ha dejado de ser algo peyorativo para convertirse en síntoma de libertad. Estos orgullosos reaccionarios avanzan en Europa y ganan las elecciones a pesar de la campaña contra sus partidos, a los que se etiqueta y desprecia, y con los que no se debate ni dialoga. Cada vez que un centrista o izquierdista habla de «cordón sanitario», esa extrema derecha gana votantes. 

El origen de este cambio está en el fracaso de los dioses débiles que forjó el consenso político del siglo XX, especialmente desde la caída de la URSS. Hablo de ese acuerdo entre partidos sistémicos que consistió en construir la mentalidad del europeo en torno al desprecio de lo viejo, y la aceptación de lo nuevo como sinónimo de paz y progreso. Lo viejo era lo masculino, la raza blanca, el patriarcado, el capitalismo, la industria, la familia, la heterosexualidad, la identidad nacional y el cristianismo, y valores como la vida o la autoridad por el conocimiento o la edad. 

A cambio, los sistémicos se empeñaron en establecer que lo nuevo y bueno era el multiculturalismo de puertas abiertas, el feminismo supremacista, el ecosocialismo, el consumo sin producir, la no familia, la identidad sexual alternativa a la heterosexual monógama, y cualquier religión menos la cristiana y la judía. Para la expansión de este consenso se contó con la ayuda bien subvencionada de medios de comunicación y culturales, y una red educativa por todo el continente como nunca había existido. El paradigma se convirtió en dogma, y la discusión del dogma se definió como herejía, de ahí la violencia verbal y física y la cancelación hacia los que disienten. 

«Este nuevo paradigma obligatorio no ha traído paz ni bienestar, sino desorden, delitos y deterioro de la vida comunitaria»

Fue así que Europa se llenó de socialdemócratas de todos los partidos que sueñan con ingeniería social, ecologistas de tik tok, descolonizadores ofendidos, gente victimizada por cosas que no han sufrido, feministas que defienden la supremacía de la mujer, identitarios de género que se colectivizan para huir de la difícil construcción individual de la personalidad, y, cómo no, anticapitalistas aburguesados que tienen el activismo como una profesión. 

Este nuevo paradigma obligatorio no ha traído paz ni bienestar, sino desorden, delitos y deterioro de la vida comunitaria. Los lazos de la comunidad se han roto porque los sistémicos basan la construcción de sus dioses débiles en el conflicto, en el choque con lo viejo, en la exaltación de las diferencias, en la cancelación del otro. Y esos otros, que no son los colectivos victimizados que hoy nos venden, están hartos del desprecio y el ninguneo. No hay más que oírlos.

El contraste entre el relato y la realidad ha provocado el «desencantamiento» del mundo. La gente está desencantada. El paraíso multicultural, ecosocialista y feminista lo ven como un caos de gasto y desorden. La distancia entre los dirigentes políticos -vean los vídeos infantiles que ha subido Irene Montero sobre su nueva y lujosa vida bruselense- y la gente corriente es tan grande que era cuestión de tiempo, como escribió la francesa Chantal Delsol, que apareciera el populismo como una forma de elevar al pueblo sobre la actual oligarquía, su mal gobierno y su dogma. 

«No es la ‘internacional ultra’ del tontísimo sanchismo, es gente que reacciona a la imposición de un modelo fracasado»

Si ha sido la extrema derecha la que se ha hecho fuerte con el populismo es porque tiene dioses fuertes que oponer a los dioses débiles creados por el sistema, tal y como contó Russell R. Reno. Esa derecha no ha tenido que inventar nada. Los dioses fuertes estaban en la conciencia y en la tradición europea. Con dioses fuertes -y piensen en la formación de Le Pen o en la de Meloni– son la nación, la familia y la religión como raíces, el arraigo que diría Simone Weil, que dan un sentido a la existencia más fuerte y conciliadora que el paraíso ecosocialista, antipatriarcal y avergonzado del cristianismo que vende el sistema. 

Atención, porque esto no es un fenómeno solo francés o italiano, sino que recorre el continente, como Alemania, Austria, Suecia, Finlandia, Países Bajos o Portugal. No es la infantil «internacional ultra» del tontísimo sanchismo, ni es «fascismo», es gente que reacciona a la imposición de un modelo fracasado, y lo hace sin salirse de la ley, rechazando la violencia y aceptando el resultado en las urnas. Comparen ahora con la respuesta del sistema: el Nuevo Frente Popular dirigido por Mélenchon, que cree que la violencia está justificada como instrumento político contra los ricos, unido a ecologistas dogmáticos, antisemitas, comunistas, socialistas fracasados y demás parentela que exigen borrar de la vida pública a los que no piensan igual.

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