La jubilación de Puigdemont, el libro de Rull y carteles de Maragall
«Ha empezado la cuenta atrás para jubilar de la política a Puigdemont. Y también a toda una generación de ¿dirigentes? que han empujado a una sociedad al abismo»
Todo lo que está pasando y va a pasar en Cataluña en las próximas semanas no se entiende si se pierde de vista que ha empezado la cuenta atrás para jubilar de la política a Carles Puigdemont. Y no sólo a él. También a toda una generación de ¿dirigentes? que han empujado a toda una sociedad al abismo. Lo mismo a separatistas que a no separatistas. Es tan simple como que, para que el bloqueo se rompa, las afrentas se apacigüen, las injusticias duerman y todo avance, Puigdemont se tiene que ir.
Alguien podría pensar que afirmo esto bajo el influjo de mis ideas, obviamente contrarias a lo que este hombre dice que defiende. Apelo a la paciencia del lector para que siga leyendo y me dé un voto de confianza. Habla la periodista y analista, no la que una vez quiso volver a su tierra después de más de 20 años fuera (Cataluña, si algún día te olvido, que se me seque la mano…) pensando que entrar en política como diputada de Ciudadanos en el Parlament podía servir para algo.
No sé si llegué tarde o si llegué mal. Obviamente Ciudadanos ya no era la respuesta. Ciudadanos concitó muchas esperanzas de cambio en Cataluña y las ha defraudado todas. En parte por inexperiencia de sus líderes. En parte, porque los que tenían más experiencia que ellos les cerraron el paso. En parte también, y sobre todo, porque las ideas más nobles se pudren cuando los que deberían sacrificarse para impulsarlas optan por lo contrario, por sacrificar sus ideales para impulsarse ellos.
Cuando algunos analistas astutos se preguntan si el momento de Ciudadanos «ha pasado» porque el procés ya no es lo que era, les falta añadir que el mismo cuento se le puede aplicar a Carles Puigdemont. Que puestos a defraudar, tampoco es manco. ¿Repasamos sus promesas incumplidas, así por encima?
A) Proclamar la independencia unilateral y echarse atrás en menos de un minuto.
B) Darse a la fuga, dejando a otros cargar con las responsabilidades penales de sus acciones.
C) Prometer volver no sé cuántas veces y no volver nunca.
D) Asegurar que está en condiciones de ser investido president de aquí al 26 de agosto.
E) Cuando se vea que D es un farol, pedir que le dejen presentarse igual «por el bien de Cataluña».
F) Prometer que si no es president, dejará la política.
De todas sus promesas, puede que la F sea la única buena. No porque su palabra valga nada, sino porque la
realidad es la que es. Puigdemont aspira a beneficiarse de la amnistía que, para bien o para mal, han negociado
otros —sus sufridas víctimas colaterales de ERC…—, volver sin un rasguño ni un susto, hacerse con la pensión de expresident (y con el coche oficial, el despacho, los asesores…), escribir algún libro o dos, dar conferencias a precio de oro y jubilarse. No es mal plan. Pero no hace falta que, para ponerlo en práctica, acabe de reventar lo
que queda de Cataluña.
Obsérvese que estoy haciendo o intentando hacer un intenso esfuerzo de empatía. Estoy tratando de ver este tema como puede verlo un catalán separatista. Ya saben que yo fui catalanista en mi juventud. Nunca he dejado de serlo, si entendemos por ser catalanista amar a Cataluña. Por eso he combatido el procés, y por eso creo que hay que jubilar cuánto antes a Puigdemont. Y a todos los que, como él, no pueden ni quieren adaptarse a lo que espero que venga detrás.
Cuando las cosas se complican tanto, es fácil olvidarse de que personas que piensan distinto, muy distinto de lo que piensas tú, también existen, sufren y padecen. Para mí ha sido muy instructiva la lectura del libro escrito por el actual presidente del Parlamento catalán, Josep Rull, sobre su estancia en prisión. Se titula (traduzco del catalán, aunque no me consta que haya versión española) 1 día de octubre y 2 poemas: cuando la esperanza vence al miedo. Es de Símbol Editors.
«Rull describe con todo lujo de detalles la paradoja de una revolución que se pretende hacer sin apearse del coche oficial»
Josep Rull era conseller de la Generalitat cuando acaecieron los hechos del 1 de octubre. En el libro narra toda aquella experiencia, todo lo que pasó después y su experiencia carcelaria. Alterna las memorias más políticas con las más personales. Describe con todo lujo de detalles la paradoja de una revolución que se pretende hacer desde las instituciones, sin apearse del coche oficial. Las idas, venidas y dudas que acabaron llevando a unos al exilio y a otros a chuparse años de prisión preventiva (desastre penal demasiado típico de España, agravado en este caso por el evidente desastre político…) antes de una condena que galvanizaría a toda la sociedad y cuyas consecuencias todavía estamos pagando. Todos.
Unos más que otros, es verdad. Obviamente, la parte del libro que suscita mayor interés, incluso morbo, es la descripción del paso por el presidio de una persona que jamás se imaginó que iba a verse en semejante situación. Yo, que en los 90 fui voluntaria en la cárcel Modelo (durante dos años acudí todos los martes a dar clases de periodismo a los internos), he seguido con el alma en vilo algunos de los capítulos más desgarradores. Por ejemplo, aquel en que cuenta que su hijo pequeño sufrió una caída a raíz de la cual hubo que operarle, y él, Rull, tuvo que acudir al hospital bajo fuerte vigilancia policial, y con el tiempo tasado. ¿Valía la pena pasar por todo esto? Sólo el autor del libro lo sabe.
Menos revelador, o menos sincero, parece el libro cuando trata de encubrir las fuertes divisiones que todos sabemos que hubo y hay entre todos los copartícipes de aquel experimento político. Rull describe a la dirigencia independentista como una especie de happy pandi llena de armonía y amor, y todos sabemos que no es así. Que están a matar entre ellos. Entre todos ellos. ¿Han visto la última? ¿Se acuerdan de que al principio de la pasada campaña municipal de Barcelona, aparecieron unos asquerosos carteles con la cara de Pasqual Maragall y su hermano Ernest, alcaldable de ERC, sugiriendo que si este ganaba, «volvería el alzhéimer a Barcelona»? Sin comentarios… excepto que yo siempre sospeché lo que ahora se ha acabado sabiendo, que la idea de aquellos carteles partió de dentro de la propia ERC. Algún iluminado pensó que eso ayudaría a Maragall generando una oleada de simpatía ante unos ataques infames que resultarían creíbles en el actual contexto político catalán. El afectado no lo sabía, claro. Cuando se enteró, tuvo que retirar la denuncia para no empeorar las cosas. Si es que empeorar podían y pueden.
Vuelve a ser el libro de Rull muy convincente, a la par que hondamente desconcertante, cuando se muestra conmovido por el apoyo popular recibido. Afirma sin despeinarse que el independentismo «ganó» las elecciones catalanas de 2017, con el partido de Puigdemont y de él mismo, Junts, al frente. Con eso lo que quiere decir es que de aquellos comicios, a diferencia de lo que ha pasado ahora, salió una nueva mayoría parlamentaria (que no social) separatista. Sumaban en el Parlament y podían bloquear a los verdaderos ganadores en las urnas. Que no eran otros que los Ciudadanos de Inés Arrimadas.
«Esto no va de naciones fantasma sin Estado. Va de ciudadanía huérfana de representación institucional seria y solvente»
El millón largo de catalanes que votaron a Arrimadas entonces son los grandes ausentes del libro. Igual que los que ahora han votado a Salvador Illa, al PP, a Vox o a cualquier formación no separatista. Rull dibuja un escenario heroico para él, donde una Cataluña supuestamente monolítica y granítica se enfrenta a un Estado «opresor», España. Cuando la realidad es que el proyecto independentista se enfrentaba, sobre todo, a una nutrida suma de gente tan catalana como él mismo, que simplemente no estaba de acuerdo. Que quería vivir de otra manera.
Yo creo que si algo debería haber quedado palmaria y dolorosamente claro, a estas alturas, es que unos no podemos ignorar a los otros, que tenemos que buscar escenarios y soluciones que nos incluyan a todos. Esto no va de naciones fantasma sin Estado. Va de ciudadanía huérfana de representación institucional seria y solvente. Que no la defraude más. Los catalanes nos merecemos un gobierno que no nos mienta. En Barcelona y en Madrid.
Cuando digo que urge jubilar a Puigdemont, pienso en el bien de todos los catalanes, incluido Josep Rull, que creo que está más que preparado para sustituir a su actual jefe de filas. Otros también lo están. Por lo menos, en este caso trataríamos con alguien que da la cara y asume las consecuencias de sus actos. Ya es mucho. Ya es una base de futuro. Después de haber perdido todos tanto, podríamos intentar ponernos de acuerdo para empezar a ganar. De aquí no se va nadie, ni el Cristo de Vallecas, como decía León Felipe. Esto es lo que hay. ¿Sabremos hacerlo?