THE OBJECTIVE
Laura Fàbregas

El miedo que da ‘El hormiguero’

«Su tertulia política irrita a quienes viven del conflicto. Quizá sea la discusión sosegada, lejos de extremismos y trincheras políticas, lo que da miedo»

Opinión
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El miedo que da ‘El hormiguero’

Ilustración de Alejandra Svriz.

Como tantos otros españoles, las primeras veces que di con El hormiguero era zapeando de noche desde el sofá de casa. Si el invitado me interesaba, me quedaba un rato para oír -o tratar de oír- sus argumentos, que se abrían paso entre los experimentos y pruebas que trufan el programa (y que en un inicio me horrorizaban). No empecé a prestar más atención a este late show hasta que su presentador, Pablo Motos, fue objeto de las críticas del Gobierno de Sánchez y sus socios parlamentarios. Ya fuera abiertamente o de forma velada, como el fichaje por TVE de David Broncano para tratar de hundir su audiencia.

Ingenua de mí, creía que era por su entretenimiento sin pretensiones, por su pan y circo, que se le criticaba desde una óptica de izquierdas. Pero los mismos que en el Congreso tenían buenas palabras hacia Jorge Javier Vázquez -invitándole incluso a sus actos, como es el caso de Yolanda Díaz o Pedro Sánchez-, eran quienes despreciaban a Motos con bastante beligerancia. El youtuber Gabriel Rufián, también portavoz de ERC en el Congreso, llegó a cuestionar a Esty Quesada por ir a El hormiguero. Y no se ha ahorrado comentarios contra el programa desde la tribuna de la Cámara baja.

Tanto Motos como Jorge Javier son grandes comunicadores, que se dedican al entretenimiento (y no al periodismo político), pero solo a este último se le perdona todo en aras de su ideología. Como el día que vetó una pregunta de la colaboradora Paloma García Pelayo por recordarle a su entrevistado una sentencia por lesiones a su expareja. Por poner uno de tantos ejemplos que le acompañan…

A Motos, en cambio, se le reprocha cualquier broma, bien o mal hecha, sobre el acento andaluz o lo que sea, se le tacha de machista, sin entender aún por qué, ya que hace las mismas preguntas a hombres y mujeres, y se le censura si, en contadas ocasiones, usa la misma libertad para criticar al Gobierno a la que recurren Jorge Javier, el Gran Wyoming y tantas otras vedettes del espectáculo para arremeter contra la derecha. De hecho, no amoldarse al canon del humor mainstream le valió el premio de la revista FHM de peor comediante. Con él, todos se atreven.

Pero, como ocurre a menudo, los caminos de la conversación pública y la intimidad de los hogares no siempre se cruzan. El hormiguero lleva casi dos décadas siendo el programa más visto de las noches. Y en los últimos tiempos cuenta con una tertulia política que también irrita a quienes viven del conflicto.

Si la mayoría de tertulias dan la sensación de coparse de perfiles histriónicos o enfadados, de cuotas de partidos y de periodistas que siguen al dictado los argumentos que les mandan los políticos, en la tertulia de El hormiguero hay interés en llegar a acuerdos entre contertulios y se rigen por el sentido común. A veces incurren en alguna banalidad, pero se critica a todos los partidos sin sectarismos. Quizás sea su condición de inofensivo, la discusión sosegada lejos de extremismos y trincheras políticas, lo que da miedo. No vaya a ser que los espectadores, voten a quien voten, vean un debate razonable.

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