La ley de hierro de las políticas climáticas
«La descarbonización en serio de nuestras economías no se conseguirá pidiendo sacrificios a la población»
Ayer domingo 7 de julio tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas, que parece que confirma al Nuevo Frente Popular (NFP) como primer partido del país. El jueves pasado, 4 de julio, las elecciones británicas pusieron punto final a casi tres lustros de dominio Tory, con una abrumadora victoria laborista. Pocos días antes, presenciamos el primer debate entre Joe Biden y Donald Trump, en el que la fragilidad del presidente se hizo manifiesta para el desconsuelo de muchos (y regocijo de no pocos), tanto así que importantes líderes de opinión han pedido a Biden que se retire de la carrera presidencial antes de la convención demócrata de agosto. Y hace un mes, las elecciones europeas contemplaron el auge de los partidos más a la derecha del espectro político de la Unión, ya convertidos en tercera fuerza política, a la vez que los partidos verdes perdían al menos un cuarto de sus escaños. Ante acontecimientos de tanto calado, algunos de imprevisibles consecuencias, cuesta mucho escribir de otras cosas, pero busquemos la manera de hacerlo sin perder de vista el contexto actual.
En medio de tanta mudanza el semanario británico The Economist ha encontrado aliento para publicar en su número del 22 de junio un especial sobre energía solar, titulado con marcado optimismo «El amanecer de la era solar» – Dawn of the solar age. La gran apuesta del especial es que el desarrollo de la energía solar fotovoltaica nos promete un futuro no tan lejano de energía limpia, ilimitada y a muy bajo coste. «Una vez que la energía sea de verdad copiosa y casi gratis», el semanario concluye ¡qué más dará entonces si los procesos productivos o los hábitos de la población sean una fuente de derroche energético! Los viejos de lugar, como el profesor Vaclav Smil (Energy Myths and Realities, 2010), recordarían al semanario británico una visión igual de rotunda, pero ya septuagenaria y en este caso sobre la energía nuclear. Efectivamente, tan pronto como en 1954, el presidente de la Comisión para la Energía Atómica de los EEUU, Lewis L. Strauss, dijo que la electricidad iba a ser demasiado barata como para que mereciera la pena medir su consumo – su famoso «too cheap to meter» – y todo gracias a la energía nuclear. El despliegue de la energía nuclear desde entonces, sostenido durante más de 20 años, fue sorprendente. En palabras del propio Smil, la energía nuclear fue un «fracaso muy exitoso» (successful failure) porque protagonizó el crecimiento más rápido de la historia de cualquier fuente nueva de energía primaria.
«Ojalá que la visión de The Economist de una energía copiosa, baja en carbono y muy barata se hiciera realidad en un futuro no muy lejano»
Sin duda, el crecimiento de la energía solar fotovoltaica sigue superando año tras año todas las curvas de crecimiento de todas las predicciones, y su coste es el más bajo, junto con la eólica onshore, de todas las tecnologías de generación eléctrica. Aunque apenas lleva una década de despliegue serio, y todos sabemos que conforme su peso deje de ser marginal (en 2023 supuso el 6% de la producción eléctrica mundial, frente a un 10% de la energía nuclear) y pase a ser sistémico, habrá que enfrentarse en serio a los retos de la intermitencia, incorporando los costes de las baterías, o de la producción de hidrógeno verde, que a día de hoy siguen siendo muy altos. También habrá que enfrentarse al despliegue de nuevas redes eléctricas para llevar la energía solar a los centros de consumo. Y tendremos que empezar a enfrentarnos al reto medioambiental de la ocupación de territorio que tanto parques fotovoltaicos como nuevas líneas eléctricas traerán consigo, así como al posible rechazo de la población a su instalación en zonas habitadas.
Pero ojalá que la visión de The Economist de una energía copiosa, baja en carbono (solar pero también nuclear añado yo) y muy barata se hiciera realidad en un futuro no muy lejano, porque con ella evitaríamos el descontento social que acompaña hoy a un buen puñado de las medidas de reducción de emisiones de CO2, descontento que luego abanderan las corrientes políticas poco europeístas. Como afirma el norteamericano Roger Pielke Jr. (The Honest Broker), la descarbonización «en serio» de nuestras economías no se conseguirá a base de pedir sacrificios a la población; porque la inexorable «ley de hierro» (iron law) de las políticas climáticas dice que cuando las normativas de reducción de emisiones se enfrentan al crecimiento económico, siempre gana la batalla este último. Por tanto, hay que intentar ser pragmáticos y modular el punto de equilibrio entre reducción de emisiones y crecimiento en función de los tiempos, más aún en tiempos complicados como los que corren hoy en día. Porque si no lo somos, será mucho más difícil enfrentarse más adelante a las consecuencias imprevisibles que el voto de la desafección ciudadana pueda tener en Europa y allende los mares.