Que se joda la realidad
«Es necesario reconocer que vamos perdiendo la batalla para propiciar los cambios estratégicos necesarios para que los malos no terminen ganando»
La promesa de profundización democrática que trajo la llegada de internet hace menos de 20 años se ha transformado en un barrizal en el que es imposible que el ciudadano medio logre distinguir la verdad de la mentira por mucho que lo intente, si es que alguno sigue aún intentándolo. Un barro tóxico y hediondo en el que mientras las democracias liberales tienen realmente complicado moverse y lograr sus objetivos por su propia naturaleza y las reglas que se han autoimpuesto, los estados, partidos y movimientos piratas, especialmente los de carácter nacionalpopulista campan por sus respetos sin tener que rendir cuentas a nadie.
La gran promesa generacional de transparencia y participación ciudadana planteada por Barack Obama en su «Open Government Manifesto» de 2008, es ya solo papel mojado que no mueve ni un solo voto en sociedades para las que la primera es una mera herramienta de agresión política al adversario y el ejercicio de la segunda un peligro por el que ni los más optimistas están dispuestos a arriesgarse.
«Cualquier disputa política o institucional deviene necesariamente en una pelea de sombras sobre el ring en la que es imposible que nada cambie realmente porque todos los golpes y defensas se producen en el vacío»
Las democracias occidentales y los partidos que las representan ven como la realidad política realmente existente es forzada a pasear todos los días por una habitación llena de espejos cóncavos y convexos que la deforman hasta convertirla en un guiñapo irreconocible, un engendro que a simple vista las hace aparecer como regímenes comparables con esas otras imágenes especulares de esos rogue-states, y, por tanto, igualmente defendibles.
Así las cosas, hay partidos antaño perfectamente democráticos e incluso estados que una vez lo fueron que están sucumbiendo a este ciertamente complicado statu quo, y que tras abandonar la pelea por la definición del concepto de realidad, ya solo se conforman con generar ficciones alternativas para sus seguidores más incondicionales tratando de lograr ventaja a corto plazo en cada envite, y arriesgándose a que el hedor expulse a millones de ciudadanos del terreno político y electoral, con las funestas consecuencias que todos podemos imaginar a medio plazo.
Y es que cuando ni siquiera misma idea de realidad se comparte, cuando esta es travestida en cada nuevo avatar político, cualquier disputa política o institucional deviene necesariamente en una pelea de sombras sobre el ring en la que es imposible que nada cambie realmente porque todos los golpes y defensas se producen en el vacío.
Vivimos tiempos oscuros, y creo que es necesario reconocernos a nosotros mismos de una maldita vez que vamos perdiendo esta batalla para propiciar los cambios estratégicos necesarios para que los malos no terminen ganando definitivamente esta batalla, una batalla cuyo primer elemento reside en la misma definición de la idea de realidad.