THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Un poeta alejandrino

«José María Álvarez fue nuestro Cavafis, viajero y amante de las mujeres porque sabía que ellas son un modo del arte. El resto es agradecimiento»

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Un poeta alejandrino

El poeta José Maria Álvarez, recientemente fallecido. | Ilustración de Alejandra Svriz

Hubo un libro, allá por los setenta del pasado siglo, que nos deslumbró. El plural se refiere a los de mi generación que leíamos poesía y la poesía, para nosotros, era no sólo una hermenéutica, sino un modo de vivir los placeres de la inteligencia y de la sensualidad. Veníamos de Cavafis y felizmente nos habíamos creído al poeta de Alejandría. Por eso recuerdo que uno de los hábitos en el descanso de las lides erótico-amorosas, era la lectura, especialmente, de dos poetas: José María Álvarez y Cristina Peri Rossi, que venían ambos, también, de Cavafis pero eran nuestros. Además estaba John Donne, pero las jóvenes bacantes sáficas de los versos de la uruguaya y las mujeres del poeta de Cartagena, salidas de entre el mundo clásico y el cine negro –sin olvidar el Renacimiento y el XVIII–, eran lo que proyectábamos sobre nuestras amigas, en una combinación del wishful thinking y la educación sentimental.

La poesía se lee –se descubre– en soledad, pero el placer de compartirla es muy superior al que provoca compartir una novela o una película que nos deslumbraron. Está mucho más cerca de la música –es, de hecho, música, también– y educa en la vida y en el poema mismo.

Cuando pienso en la Cartagena de José María Álvarez, lo hago en Fenicia y Cartago, pasados por las recreaciones clasicistas de Alma Tadema y la turbiedad de El Ángel Azul, pero también en la Alejandría que va de Cavafis –que, tratándose de Álvarez, no nos va a abandonar en ningún momento– a Lawrence Durrell y como me quedo corto, siento la necesidad de viajar a París y a Venecia y en ese triángulo ya se va perfilando el rostro del poeta, como en la letra de Borges. Apostado en su fortín de Villa Gracia y en compañía de Carmen Marí. Contemptus mundi.

La tentación ahora es decir que el poeta no ha muerto, sino que lo ha matado una época que no era la suya y que cada vez –léanse los libros de entrevistas que le ha dedicado su leal Alfredo Rodríguez– le irritaba más y más. Pero si hay un poeta contemporáneo que continúa vivo como vivas estaban las canciones de los trovadores, este es Álvarez, el poeta tanto de la celebración como de la elegía, el gourmand de la vida y exhibidor de lo suyo, como un general sudista que se niega a aceptar la derrota frente a lo que considera la llegada de los bárbaros del norte.

«Tras los versos de José María Álvarez estaba la vida tal como entonces, tan joven, la quería para mí»

Al comienzo de mi crónica he mencionado un libro que nos deslumbró sin citar su título que, por otra parte, es obvio. Conocimos a José María Álvarez cuando Rosa Regás le publicó en La Gaya Ciencia su Museo de Cera, libro que venía de atrás e iría ampliando a lo largo de los años, pero que ya entonces era la clave de bóveda de su poética y un festín de la mejor alianza: la de la vida y la cultura. Debido al impacto que nos causó –la edad temprana y su propensión al mito sumaron–ese libro no ha desaparecido nunca de nuestras vidas, sin necesidad de releerlo en el tiempo de la madurez y ni siquiera de adquirir– lo hayamos hecho o no– las nuevas y ampliadas ediciones que se han publicado del mismo. Siempre ha estado ahí como en otros están los versos –mal asimilados muchas veces– de Gil de Biedma, a quien Álvarez consideró en algún momento uno de sus maestros locales.

Algunos asociamos la lectura de Los Novísimos a la irrupción de Europa en la poesía española del siglo XX –o al revés–, después de tanta poesía social y tanta mandanga de circunstancias y convertida la Generación del 27 en Academia. Tuve, tengo aún, varios favoritos entre los poetas que integraban la antología de Castellet, pero así como en estos habitaba una concepción estética que me era familiar –o dicho de otro modo, que también me pertenecía– tras los versos de José María Álvarez estaba la vida tal como entonces, tan joven, la quería para mí; tal como yo entendía que debía ser la vida. Dicho de otra manera: José María Álvarez fue nuestro Cavafis, viajero y amante de las mujeres porque sabía que ellas son un modo del arte. El resto es agradecimiento y la realidad con sus rebajas.

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