THE OBJECTIVE
Jorge Freire

Canción de cuna

«Si esta noche España gana la Eurocopa, y quiera Dios que sí, algunos correrán a politizarnos el triunfalismo, recordándonos, que habitamos el mejor de los mundos posibles»

Opinión
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Canción de cuna

Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz

Horrísona es la máquina del fango. Ante su estruendo, solo cabe taparse los oídos. ¿Cómo van a desahuciar a una mujer de 94 años en Lavapiés, si los desahucios están prohibidos? ¿Va a creer usted a sus ojos o a su periodismo sincronizado de referencia? Uno diría, aún desconfiando cartesianamente de sus propios sentidos, que la estampa de la viejecita en la camilla del Samur, camino de la residencia, es la imagen de una sociedad que ha fracasado. ¡Pero qué sabré yo! 

Dicen las estadísticas que la mitad de los hogares pasa apuros para llegar a fin de mes. Imposible, ¡si la economía va como un tiro! Suben los alimentos un tercio: ¡será por el clima! Es como un sketch de Faemino y Cansado: ¿Que no puedes comer? ¿Me vas a negar las boyantes cifras macroeconómicas? Mejor hagamos como los monos sabios del templo de Nikko. No ver, no oir, no decir. ¿No decir? Al revés: decir, decir, decir, y lograr que se hable de unas cosas para que no se hable de otras. Así lo ordenan nuestros monos necios del periodismo sincronizado: ¡Canta gol y vota bien!

«¿No decir? Al revés: decir, decir, decir, y lograr que se hable de unas cosas para que no se hable de otras»

Marx decía que la única contestación posible tendría lugar bajo un gobierno tory, porque los whigs tenían la capacidad de arrullar al pueblo para que se durmiese. Lo mismo sucede en nuestro país con ciertas canciones de cuna. Si no estamos en la calle protestando, más cabreados que una mona por la subida de precios, el problema de la vivienda o la miseria de los salarios, es porque nos acuna el susurro de una voz queda, un sortilegio de palabras tranquilizadoras: ¡el Gobierno Más Progresista de la Historia! Como dejó escrito Dostoievski en sus Notas del subsuelo, nos ahogan en un mar de felicidad para que las burbujas de la bienaventuranza se vean en la superficie.

Si un político de derechas hubiera dicho que los africanos no saben ni dónde está el Donbás, habría ardido Troya: si lo dice un melifluo warmonger como Borrell, sus palabras nos llegan como una tonadilla hipnótica que nos echa en brazos de Morfeo. ¿Y si hubiera cabido responsabilizar a un pepero de lo sucedido, pongamos, en la valla de Melilla? Porque las palabritas de Marlaska nos acariciaban el oído interno y, rebasando el nervio vago, reducían nuestra presión sanguínea, induciéndonos a un estado muelle de plenitud. ¡El mundo está bien hecho!

Seamos dichosos, ¡eufóricamente dichosos! Y leña al aguafiestas, acibarado destructor del consenso y sus dulces pasteleos. ¿Quién eres tú para negarte a dar palmas al son que marca el poder? Si esta noche España gana la Eurocopa, y quiera Dios que así sea, algunos correrán a politizarnos el triunfalismo, recordándonos, una vez más, que habitamos el mejor de los mundos posibles. Y su voz será el arrullo plácido, el colchón de plumas, la sábana lechosa, la garantía de nuestra rendición.

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