THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

Ultras

«La calificación también debiera ser aplicada a los extremistas de la izquierda que entre nosotros buscan refugio en el engañoso cajón de sastre del ‘progresismo’»

Opinión
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Ultras

Ilustración de Alejandra Svriz.

Decíamos ayer. Un tiempo de crisis, marcado por la inestabilidad de los partidos tradicionales, resulta propicio para la irrupción en su campo de políticos que los instrumentalizan o que aprovechan el vacío creado por su desplome, para hacer prosperar unas estrategias radicales; las cuales estaban condenadas al fracaso en sus grupos minoritarios de procedencia. Es el éxito de lo que en la década de 1930 se llamó entrismo.

Ocurrió con Mélenchón en Francia, quien desde el grupúsculo trotskista a cuyo sectarismo y vocación antisistema sigue fiel aún hoy, ascendió primero en el Partido Socialista de Mitterrand, y al entrar este en crisis, aprovechó la oleada de malestar en la pasada década, para encabezar el movimiento de La Francia Insumisa. Ahí está Mélenchon bloqueando la definición de objetivos socialdemócratas para un gobierno del Nuevo Frente Popular, dando por supuesto que sus objetivos han de prevalecer y que lo esencial es proponer un primer gobierno a su gusto, por encima del socio, el Partido Socialista.

Una variante algo más complicada de un itinerario similar, con elementos propios, tales como la adaptación del vocabulario y los procedimientos del Movimiento 5 Estrellas italiano, sería entre nosotros el ascenso del tándem Iglesias/Monedero, Podemos mediante. Partieron de la constatación de la insuficiencia de Izquierda Unida para emprender con éxito la captación como Mélenchon del malestar puesto de relieve por nuestros insumisos en el 15-M. Siempre con las señas de identidad de anticapitalismo, desprecio de la democracia representativa, antieuropeísmo de fondo y simpatía encubierta hacia las potencias opuestas a Occidente, la Rusia de Putin en primer término.

Cuando en vísperas de la invasión de Ucrania, eran invitados en Russia Today, lo mismo que en España, la coartada consistía en exhibir la condena de la OTAN y un impostado pacifismo. Luego llegó la solidaridad con Gaza para legitimar un fondo de oposición en todo y por todo a Israel. Ambos populismos, el francés y el español, convergen incluso en la búsqueda de un eufemismo para tapar al protagonista que ya no es rentable citar: «el proletariado». A Mélenchon se le llena la boca del «pueblo», Iglesias eligió «la gente», pero el maniqueísmo coincide a la hora de enfocar las relaciones sociales.

En la vertiente política opuesta, tenemos el ejemplo bien reciente de la radicalización de la extrema derecha, cosa que parecía difícil, pero que se ha dado con la ruptura de alianzas anunciada por el líder de Vox, Santiago Abascal. Ha sido una auténtica declaración de guerra al PP, y sobre todo a Feijóo. La semejanza con los procesos reseñados en la extrema izquierda, reside en que ese viraje de la derecha sobre la derecha es protagonizado por un personaje cuya carrera ofrece una ilustración perfecta de la habilidad para el entrismo, Al igual que en el caso del trotskismo lambertista de Mélenchon, el fondo ideológico de nuestro hombre, Jorge Buxadé, permanece. Buxadé fue un falangista, partidario de una ruptura total con el régimen del 78, quien tras el lógico fracaso de su aventura electoral con ese ropaje, buscó una opción política en el PP, que también lógicamente no le satisfizo.                         

«Con Buxadé al lado de Abascal, Vox abandona la veleidad de constituirse en un partido posfascista, moderno, al modo de la Meloni»

Por fin, encuentra su lugar en Vox, donde su ascenso se encuentra acompañado por el desplazamiento de los dirigentes liberales que pretendían dotar de mayor energía a su alternativa a la supuesta blandura del PP. Con Buxadé al lado de Abascal, Vox abandona la veleidad de constituirse en un partido posfascista, moderno, al modo de la Meloni, para recuperar la identidad neofranquista, exhibida en el acto de Vista Alegre, con la entusiasta acogida a los acordes de El novio de la muerte. Y, todo hay que decirlo, con un bagaje retórico nada desdeñable. El abandono por Vox de su adhesión al grupo de Giorgia Meloni, para inscribirse en el antieuropeo de los Patriotas por Europa ha sido el correlato a escala internacional del volantazo dado en política interior, mientras la gira triunfal de su líder, el húngaro Viktor Orban por todas las plazas de los principales enemigos de Europa, de Putin a Trump, es un buen indicador de la gravedad de la opción tomada.

La ruptura de Vox puede ser vista como un favor hecho al PP, a quien libera del sambenito de ser todo uno con la extrema derecha (aunque Sánchez no renunciará a la difamación fácilmente). También como un paso decisivo de Vox hacia un suicidio similar al que llevó a Ciudadanos a la irrelevancia. Y finalmente como respuesta al aviso dado por los 800.000o votos de Alvise. Todo ello es cierto, pero no cabe olvidar el impulso endógeno, la exigencia de quemar naves derivada de la hegemonía adquirida en el partido por Buxadé. Lo importante para él no es empujar hacia la derecha la política en España, sino construir la verdadera derecha, como Eric Zemmour en Francia. No se trata de alcanzar unos objetivos, sino de cumplir una misión.      

Al final de su discurso en el certamen Viva24, lo expresó Buxadé, con las mismas palabras que utilizaba el joven nazi en su famosa canción/himno de Cabaret: «El futuro nos pertenece». Un escritor difícilmente acusable de enemigo de la derecha, Jiménez Losantos, explica ese giro hacia un mesianismo teñido de rasgos nacionalcatólicos y de puro y duro integrismo militante, denunciado un entrismo exitoso en Vox, el de la siniestra y totalitaria secta mexicana llamada El Yunque. Sea esto o no cierto, lo que cuenta es que Buxadé es diáfano en sus objetivos, por encima del laberinto argumental, cuyo recorrido está trufado de la invocación a valores clásicos como la libertad o la democracia.

Todo se articula en torno a un eje que enfrenta al polo positivo, la Nación, y el satánico, el Globalismo, léase aquellos poderes externos que sobre ella tratan de imponer las cabezas de la hidra, provocando su destrucción, desde el «separatismo de género» al ecologismo y a la tolerancia ante el Islam. Es un discurso apocalíptico, bien trazado con la alternancia de falsas evidencias y situaciones límite —como esos ciudadanos refugiados en sus casas frente a la amenaza de los inmigrantes—, con un antecedente claro en el estilo nacionalsocialista de los años 30. La solución final no es desarrollada, pero sí algunos de sus componentes, tales como la expulsión masiva de todos los inmigrantes ilegales y el cierre de las fronteras, al modo de Orban.

«En un plano sectorial, ultra es la política de museos que propone el ministro de Cultura de Sumar»

Soberanismo frente a europeísmo, familia frente a feminismo, derecho a la vida frente a derecho a la muerte, Nación como mito salvador frente al museo de horrores que sustenta la identidad de fondo y políticas entre PSOE y PP (sin duda, este como blanco principal). La ruptura era inevitable. Solo cuenta la coherencia del proyecto de redención, un nuevo 18 de julio, esta vez, por fortuna, sin el llamamiento a las armas. Aunque venga bien escuchar El novio de la muerte.

Estamos ante la expresión inequívoca de un pensamiento ultra, en el sentido de forma extrema de la derecha, término recogido por la RAE. Una calificación que también debiera ser aplicada a los extremistas de la izquierda que entre nosotros buscan refugio en el engañoso cajón de sastre del «progresismo». En un plano sectorial, ultra es la política de museos que propone el ministro de Cultura de Sumar, y en su conjunto, ultra es en el contenido y en la forma la ideología de todo un Secretario de Estado, Enrique Santiago, restaurador en el PCE nada menos que del marxismo-leninismo y de la estrella de cinco puntas en la bandera.

Curiosamente, del mismo modo que el vocero de Putin, Alexander Duguin, visitaba antes de la crisis en Madrid los círculos de la extrema derecha, aun siguiendo en el gobierno el PCE, y Podemos, apenas ocultan su alineamiento con Putin, vía anti-OTAN. Los extremos ultras se tocan.

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