THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Un nieto de Somerset Maugham

«Los expatriados, los artistas, los ricos y sus escenarios abundan en las páginas de ‘Los lagartos divinos’ de Enrique Juncosa, y disfrutan o malgastan su libertad»

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Un nieto de Somerset Maugham

Ilustración de Alejandra Svriz.

Durante un tiempo largo pareció que los relatos –exceptuando a Vila-Matas, Bolaño y alguno más, muy pocos– estaban exiliados del panorama editorial español. Se buscaban novelas, pero no se querían apenas libros de relatos. La influencia de Borges había sido grande y un crítico francés me dijo en una ocasión: «Borges debería estar vedado a los jóvenes escritores españoles»: como si hubiera un empacho borgiano. Encontré la frase graciosa, pero le contesté que Borges, además de regalarnos grandes placeres en la juventud, nos había enseñado a escribir. «No, si yo no hablo de su generación» –dijo–, «a ustedes les sirvió para apartar el realismo de un plumazo (y lo del plumazo es traducción libre); hablo de las actuales». La conversación tuvo lugar en los primeros años de este siglo y era la hora del desayuno. Lo digo porque las opiniones, a veces, mutan mientras van cayendo horas del día.

No tuvo que pasar el día, pero sí algunos años para que los relatos regresaran, con cierto esfuerzo, al panorama editorial español. Y volvimos a ser testigos –es decir, lectores– de una cierta maravilla propia. Pienso ahora en las primeras y brillantes armas de Menéndez Salmón, Gómez Bárcena, Clara Pastor o Patricio Pron, que al revés de Borges vino de Argentina y se quedó. Y pienso también en un autor-puente entre mi generación y la de ellos, Enrique Juncosa.

A comienzos de 1896, un joven Somerset Maugham –21 años– escribió en su diario: «No creo que la vida de nadie sea guiada por su filosofía; su verdadera filosofía es la expresión de sus deseos, instintos y debilidades». Y añadía: «La propia personalidad se forma siguiendo los propios instintos, dejándose llevar por las olas de las cosas humanas y sometiéndose a todos los accidentes del destino y la fortuna». Así ocurre con los personajes de Maugham y así ocurre también con los personajes de Enrique Juncosa en sus dos libros de relatos: Los hedonistas –su título ya es una declaración de principios– y el que acaba de publicar Galaxia Gutenberg, titulado Los lagartos divinos.

Quien conozca a Juncosa, nada de lo que ocurre en este libro –y ocurren muchas y distintas cosas– le sorprenderá. Quien no, se podrá hacer un retrato muy fidedigno tanto del autor como de su literatura. Por lo que narra y por lo que se trasluce en aquello que narra. Pero ambos querrán más porque el libro incita a continuar leyendo a su autor. Juncosa es valorado internacionalmente como curator de exposiciones de arte contemporáneo –Hodgkin, Barceló, Taaffe, Clemente, Uslé, Janaina Tschape, Vasconcelos o Buphen Kakhar entre muchos – y su poesía –publicada, sobre todo, en Pre-Textos– ha sido traducida al inglés en Irlanda, donde dirigió durante una década el Irish Museum of Modern Art. Si lo comento no es para hacer la ficha, sino como aviso a lo que también va a encontrar el lector de Los lagartos divinos: el poeta y el curator Juncosa en el narrador Juncosa. Sin olvidar, por supuesto, a Maugham, que no está, pero ronda como rondaba –y estaba– en los relatos de Los hedonistas.

«La tensión dramática articula todo el libro y la crueldad –de etiqueta y con humor– se narra como si fuera otro accidente de la normalidad»

La turbia relación entre Nietzsche y su hermana, la Ibiza hippy y sus sorpresas ingratas, la patética estancia de un embajador catalán en el Fiume independiente de d’Annunzio, un crimen hacia el final de la colonia española de Guinea –que hasta ahora sólo habíamos recreado, literariamente, Ayala, Pérez-Reverte y yo mismo–, la invención de un artista y su deriva vital, Melania Trump, las ciudades, tan exóticas como la naturaleza o su fauna, vividas con la naturalidad de aquel para el que nada es exótico porque todo forma parte de su mundo desde las elecciones de su adolescencia y juventud, ahora en plena y satisfactoria madurez para convertir esas elecciones en experiencia vital, en biografía, en literatura.

Pero que nadie crea que Los lagartos divinos es un dulce Gotha salpicado de modernidad: la tensión dramática articula también todo el libro y la crueldad –de etiqueta y con humor– se narra como si fuera otro accidente de la normalidad. Todo ello desde la libertad absoluta de sus personajes, esa libertad que permite a unos pocos hacer todo aquello que desean hacer en la vida. Los expatriados, los artistas, los ricos y sus escenarios, por ejemplo, que como en Maugham, abundan por estas páginas y disfrutan o malgastan su libertad. Mientras, el paisajismo, la poesía y el arte nos muestran otra dulzura de vivir en el mundo contemporáneo, tan alejado del Antiguo Régimen. Que nadie crea que sin riesgo porque aquí está el narrador Juncosa –y «la expresión de los deseos, instintos y debilidades» de sus personajes– para advertirle de lo contrario, enriqueciendo con creces al lector.

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