THE OBJECTIVE
Carlos Granés

Moralina y náusea

«El buenismo es un nuevo populismo que consiente o encubre los abusos de poder»

Opinión
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Moralina y náusea

Ilustración de Alejandra Svriz. | Alejandra Svriz

Es normal que el lenguaje se use para marcar fronteras o divisiones simbólicas entre los miembros de una misma sociedad. Los jóvenes suelen hablar de una manera particular para diferenciarse de las generaciones previas –de los viejos-, y las clases populares utilizan ciertos términos o ciertos giros para marcar distancias con la burguesía o los barrios ricos. El lenguaje tiene esa plasticidad: permite establecer referencias, sonidos y expresiones que indican quién pertenece al grupo y quién no. No solo hablamos con el fin de comunicarnos, también lo hacemos para diferenciarnos. Ha ocurrido siempre; lo particular en nuestro presente es que hemos empezado a usar el lenguaje para establecer una nueva división que no tiene que ver con la edad (o no solamente), ni con el poder adquisitivo o el lugar de procedencia. Ahora usamos el lenguaje para demostrar pureza moral

El lenguaje inclusivo establece esa diferencia: señala, por incomparecencia, a quien arrastra los vicios de épocas reaccionarias, y dignifica a quien, por usarlo con puntualidad, parece comprender y asumir los desafíos del presente. A un lado quedan quienes hacen parte del «nosotros» virtuoso; en el otro, el del «ellos» vicioso. Tal vez sea esta una de las innovaciones culturales que mejor expresan el síntoma contemporáneo, la excesiva moralización de la existencia, la exhibición de la propia integridad y de la podredumbre ajena

«Ahora usamos el lenguaje para demostrar pureza moral»

Lo que ocurre con el uso del lenguaje también se observa en el consumo y en la publicidad que lo estimula. Hoy se engancha menos al comprador con imágenes de rebelión o sexo que con comportamientos ecológicos, feministas o inclusivos: la probidad asociada al capricho consumista. Y ni hablar de la cultura, que ha preferido el trazo gordo de la moralina al sutil retrato de la naturaleza humana. Decía Glaucón hace varios siglos que más importante era pasar como alguien bueno que serlo realmente, y en eso estamos, a eso hemos vuelto. El posado ético puede ser compatible con actos de dudosa integridad o de flagrante ilegalidad, porque importa más el gesto superficial, el lenguaje inclusivo o el eslogan ecologista, que el cumplimiento de la ley o el respeto institucional. El buenismo es un nuevo populismo que consiente o encubre los abusos de poder

Esta obsesión o estrategia no es solo cosa de la izquierda. La derecha también ha salido a dar su propio grito narcisista y a rasgarse las vestiduras reclamando la razón moral que le han escatimado. Su campo de acción no es la publicidad, ni el arte, ni la curaduría museística, sino la historia, y su empeño consiste en demostrar, como si hubiera ocurrido ayer, como si hubiera una relación directa entre el presente y sus ‘batallitas’ culturales con el pasado remoto y sus conflictos políticos, que los hispanos son los buenos de la película. 

La derecha nativista, al igual que la izquierda progre, tiene la misma ofuscación, padece el mismo síntoma de la época: quiere demostrar que es virtuosa e intachable. Quiere tener al bien de su lado, no importa si para ello debe revivir cada episodio histórico en el que han estado en juego las esencias españolas, demostrando que sus empresas conquistadoras, civilizatorias o lo que sea han sido fraguadas con las mejores intenciones y los sentimientos más angélicos. 

Y la sensación que queda es que todo esto, la cultura y la política, la historia y el consumo, se convierte en un escaparate de bondades y gestas bienhechoras, que solo sirve para señalar lo buenos que son unos y lo perversos que son los otros. Sobra decir que el resultado es más bien penoso, pues de todo ello no queda ni conocimiento, ni imaginación, ni expresión, ni convivencia, ni pluralismo, ni tolerancia, ni pensamiento, ni nada, solo una empalagosa sobredosis de narcisismo y moralina, de batallas culturales con saltimbanquis como generales, que conduce irremisiblemente a la indigestión y la náusea.  

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