Sergio, Carlos, Diego y Álvaro
«El orgullo de ver a tus paisanos triunfar en ámbitos tan distintos nutre de amor propio, de autoconfianza, y nos hace a todos un poquito mejores»
Cuatro sencillos nombres, ejemplos que simbolizan algo extraordinario. Este domingo 14 de julio se produjo un alineamiento de astros casi imposible de repetir en la historia del deporte mundial, y todo ocurrió el mismo día, en el transcurso de unas pocas horas.
Empezaremos por el acontecimiento más desconocido y el que menos eco ha tenido en la prensa, desgraciadamente. Hablamos de Diego Botín, que lideró al equipo de España de la Fórmula 1 de la vela (Sail GP) a la victoria en su cuarta temporada, remontando ante las todopoderosas Australia y Nueva Zelanda. Llegaban a San Francisco en tercera posición, y el año pasado acabaron últimos. Toda una remontada.
«¿Si queremos que vayan los mejores, por qué dejamos que nuestros gobernantes sean unos oportunistas mediocres?»
Por otro lado, en España, más concretamente en uno de los mejores campos de golf del mundo (el Real Club de Golf de Valderrama, en Sotogrande) una leyenda, Sergio Garcia, ganaba su primer torneo LIV de golf, y el primero para un español en la historia, remontando contra todo pronóstico en los últimos hoyos.
Con unas hora de diferencia, Carlitos Alcaraz alcanzaba su segunda corona de Wimbledon en Londres, dejando boquiabiertos a los aficionados mundiales del tenis por su enorme partido, juventud, educación y simpatía.
Y finalmente, la selección española de futbol, encabezada por un gran capitán acostumbrado a sobreponerse a la adversidad y con enorme capacidad de empatía, Álvaro Morata, realizó la extraordinaria hazaña de convertirse en campeona de Europa por cuarta vez. España se transformó en la primera nación en ganar los siete partidos consecutivos, trasfigurándose en la reina futbolística del continente, con cuatro Eurocopas.
Esta es, queridos lectores, la grandeza de España a los ojos del mundo. Sí, somos grandes y exitosos, y ser español «mola» mucho.
Primero hay que destacar la coincidencia de que cuatro triunfos de esta categoría las consiga una misma nación en el espacio de unas pocas horas en un mismo día. Es verdaderamente extraordinario. Aparte de la citada coincidencia, e hito estadístico, hay que reseñar algo que merece la pena destacar: somos la envidia de Europa. Ese domingo por la tarde ser español era un privilegio, y el mundo nos observó con admiración. Porque ganar, aparte de la satisfacción personal que produce a los espectadores, genera un singular chute de energía positiva a los compatriotas y seguidores del ganador. El orgullo de ver a tus paisanos triunfar en ámbitos tan distintos nutre de amor propio, de autoconfianza, y nos hace a todos un poquito mejores. Ser español o ser seguidor de España inspira respeto.
Pero lo que es casi más importante es que esa energía recibida del cosmos deportivo se transformará sin ninguna duda en optimismo, autoconfianza y en mayor vitalidad para el país y la economía. Será un motor de decisiones ambiciosas y audaces («si ellos pueden, yo también»), en semilla de futuros campeones, empresarios, y artistas que, jalonados por el éxito de gentes como nosotros, se den cuenta de que lo imposible está al alcance de la mano. Esta corriente eléctrica de buen rollo, dinamizará amistades, relaciones, experiencias y conversaciones. Esa es la magia de ser español, que somos una gran nación, abierta, afortunada, y con una inabarcable y poderosa historia. Pese a quien le pese.
Ahora solo queda plantearnos como trasladar esta fuerza generada por la excelencia deportiva al ámbito político, para exigir a nuestros representantes gubernamentales el mismo nivel de pericia y actitud en la gestión de lo público. ¿Si a la selección nacional queremos que vayan los mejores, por qué entonces dejamos que nuestros gobernantes nacionales sean unos oportunistas absolutamente mediocres? Dejemos de votar a merluzos narcisistas, políticos sin experiencia de trabajo ni de gestión, a deshechos de tienta de cualquier profesión que se arriman al ascua de la política para alcanzar un cargo, a holgazanes que medran a la sombra del poder y a arribistas sin escrúpulos cuya red de corrupción familiar apesta. España tiene materia prima para brillar en el mundo, solamente necesitamos creérnoslo nosotros mismos como colectivo, y dejar de pensar que vivimos en un infierno. Esos pensamientos derrotistas, aupados por factores destructivos como la leyenda negra autoinfligida, los nacionalismos periféricos y las izquierdas actuales son los culpables del diferencial existente entre nuestros éxitos deportivos y nuestros fracasados gobernantes. Necesitamos creernos que somos los mejores. Y estos siempre están representados por un líder eficaz, optimista y muy preparado, con un plan enfocado hacia la consecución del éxito a largo plazo, gobernando para la mayoría, y de manera sostenida en el tiempo.
¿Imposible? Yo soy optimista, y el dinamismo positivo cambia el mundo. Si no véase nuestros deportistas.