THE OBJECTIVE
Galo Abrain

Mirar la verdad a la cara

«Hay que enmendar la plana al fullero, sea de los nuestros o de los otros. De lo contrario, uno acaba siendo, no inferior a los demás, sino inferior a sí mismo»

Opinión
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Mirar la verdad a la cara

Ilustración de Alejandra Svriz.

Joderse la vida es lo más divertido, canta Carolina Durante en una de sus últimas canciones. Puedo compartir la tesis. Pero pocos me parecen dispuestos a hacerlo cuando se trata de ser sinceros a costa de su tambaleante éxito. Lo pillo, es difícil no unirse al banco de pirañas, renunciando a los satisfactorios colmillos del triunfo, por esa suicida sensibilidad para la verdad. Aun así, no nos vendría mal, especialmente en los jactanciosos campos de la política, un mayor desprecio por el infundio y, en especial, un menor éxito derivado de él.

Decía Julián Marías: «No se puede ejercer violencia contra la realidad porque siempre se venga. Las personas, con carácter libre y voluntario, pueden ceder. La realidad no cede nunca. […] Faltar a la realidad es el error más grave que se puede cometer». Se pasó el filósofo una vida entera con este pensamiento en ristre. Lo defendió a capa y espada como quien lucha por una causa justa, pero perdida. 

La verdad está hoy mancillada y profanada, a pesar de la fascinación que sigue provocando. Me dolería hacer una ouija invocando a Marías, sacarlo de los brazos de su señora e hijo, para chivarle que ahora parece que la realidad está cediendo, y tiene poco apetito vengativo. Pensándolo bien, no lo veo muy cortés. Estando el erudito en la incorruptible verdad del corral de los tiesos, yo qué sé, lo más educado es dejarlo allí. Tranquilo. A su bola.

Reviviéndolo de nuevo en palabras, que es como hay que resucitar a los escritores, también aseguró Marías que, a la Guerra Civil, se llegó pasito a pasito. No de un día para otro. Igual que en El cuento de la criada, de Margaret Atwood, la realidad nacional fue adelgazando hasta quedarse en los huesos. Como esquemas de calcio fáciles de polarizar, convirtiéndolos en olores abstractos igual de fáciles de odiar. La manipulación por parte de los extremos, profesionales de la gresca y la irritabilidad popular, ensombreció las respuestas más civilizadas y razonables, que no supieron robarle el atractivo a los brutos. Y, de ahí, la chorrera de errores: la confusión de la juventud entre populismo y pasión. El vacío de una retórica que apelara a la libertad y la justicia. El estancamiento de la verdad en el panfleto más conveniente para cada cual. Y, de ahí, la guerra… Hoy, no anda la cosa muy lejos de aquellos primeros andares.

Laminar con una cuchilla, rollo Goodfellas, al de enfrente si no está en armonía con nuestras ideas, es dispararle en la nuca a la verdad. La verdad es la primera víctima de una masacre, a la que se porculiza mientras la racionalidad se queda patidifunta. Y no es raro que el personal contemple con pasividad la ejecución. Lo más frecuente es que por cada verdad pisoteada, emerja una jauría de falsedades que se refuercen y hagan arraigar la patraña. Así una y otra vez, hasta que la realidad queda desfigurada.

«El material adulterado por la mentira suele ser atractivo»

De vagos se nutre el huerto de los codiciosos. Y, no nos engañemos, descartar la falacia en el siglo de las redes y la bulimia informativa, es un compromiso exigente. Contrario, muchas veces, al sentido común. No resulta sencillo presionar el mute de la latosa vocecilla interna que nos lleva por los caminos del egoísmo y la mala sangre. El material adulterado por la mentira suele ser atractivo. Y el perfume de ventajosas hormonas que nos atrae de él es capaz de hacernos sucumbir a su artificialidad. Bien por vanidad, oportunismo de estómago bien agradecido, histeria o idiotez, nos damos la comilona y defendemos los potenciadores de sabor químicos como si fueran verduritas frescas de la huerta. Todo sea por nuestra comodidad.

La realidad es perniciosamente líquida en el reino de los mítines digitales. Se especula con ella, como con los bitcoins o los apartamentos de 100 metros cuadrados subastados a dos millones de euros en un barrio gentrificado. Las cifras -reinas de esta certeza positivista a la que le besamos los pies- son, además, caprichosas. Los mismos números que demuestran que la brecha de género ha subido, son los mismos que pueden diagnosticar su bajada. Es habitual aprovechar las esquirlas de una verdad parcial si son capaces de corromperla en su conjunto. Dudar del alarmismo o de la prosperidad verbenera se ha convertido en la herramienta multiusos de la ciudadanía. Pero la duda lleva al caos y la desesperación, lo que no ayuda a nada parecido a una democracia. Si es que eso lo que queremos, claro…

Algunos habrán puesto rostro a esta columna desde su inicio. Que si la ardilla Alvise, el perro Sánchez, la fashionaria Yolanda, el calamar Feijóo o el carioco Abascal. Les pido que le den una vuelta. Porque si unos y otros han pensado lo mismo de los contrarios, quizás sea porque frente a todos habrá que levantar la ceja. Por norma, poco importa el signo ideológico, la avaricia del poder entibia la honestidad.

«Sería bueno examinar cuántos de los males que han caído en nuestras vidas, nacen de no mirar la verdad a la cara»

Cuando alguien, deliberadamente, sustituye las cosas; engañando, faltando al respeto al sentido crítico de quienes lo escuchan, hay que abstenerse de todo trato o colaboración. No vale que nos convenga. Hay que enmendar la plana al fullero, sea de los nuestros, de los otros o del sursuncorda. De lo contrario, uno acaba siendo, no inferior a los demás, sino inferior a sí mismo. Porque hay en saberse así; verdugo de la franqueza, un descontento erguido sobre una extraña y siniestra lucidez muy parecida a la complicidad del que consume drogas e invita a los demás a compartir su transgresión. Para no sentirse solo. Para convertir esa desobediencia que, inevitablemente, puede carcomerlo a uno, en una frivolidad por camaradería. Igual con la mentira, que repetida por muchos deja de parecerla.

Sería bueno examinar cuántos de los males que han caído en nuestras vidas, tal que la descarga de un sharknado, nacen de no mirar a la verdad a la cara. Mal que nos barra esa cretina satisfacción de salirnos con la nuestra. Y es que hay una rara sensación de gratitud y alegría cuando se patea el embuste. Tanto más cuando ese gesto de honradez, invita a otros a seguirlo, y con ello se terminan viendo reveladas las costuras del tramposo, ahora desnudo y débil, sin palabra, ni valor. 

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