THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

La discusión como deber cívico

«Al ciudadano no politizado le importa poco la libertad de prensa. A los medios no solo los lee menos gente, sino que se entiende cada vez menos su función»

Opinión
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La discusión como deber cívico

Tribuna de prensa durante los juicios de Núremberg. | Agencias

En una fiesta reciente, una chica de ascendencia guineana intentaba convencer a un grupo de gente de las bondades de Guinea Ecuatorial. Como ninguno teníamos apenas idea del país, escuchábamos callados. Yo sabía suficiente (aunque poquísimo) como para ser escéptico. Unos días antes, además, había escuchado hablar al escritor y disidente guineano Donato Ndongo en el festival La Mar de Libros, en Los Alcázares. Ndongo tuvo que huir del país tras amenazas de muerte como consecuencia de su trabajo como periodista para la agencia Efe y su papel como opositor. Cuando conté esto, la chica me respondió: «Bueno, habría que ver si lo que escribía era verdad o no».

No lo dijo con maldad ni sectarismo. Nadie de los presentes se sorprendió mucho. En general, en mi experiencia, al ciudadano no politizado ni informado le importa poco la libertad de prensa y no entiende qué hace un periodista jugándose la vida para contar una noticia. Es otra de las consecuencias de la pérdida de poder de los medios de comunicación: no solo los lee cada vez menos gente, sino que se entiende cada vez menos su función. 

Yo respondí con contundencia. Me daba igual si Ndongo contaba mentiras sistemáticamente (algo que sabía que no era cierto); nada podía justificar que hubiera tenido que huir de su país a punta de pistola. En realidad mi posición era fácil y sensata. Con un vistazo rápido a lo que dice, por ejemplo, Amnistía Internacional del país basta para saber que no se trata de una democracia y que está muy lejos de serlo: el presidente Teodoro Obiang lo lleva siendo desde 1979, no hay medios independientes, hay censura, la oposición está perseguida o ilegalizada.

Sin embargo, inmediatamente después de mi comentario me sentí mal. Había roto momentáneamente el buen rollo de la fiesta. Luego se me pasó el arrepentimiento. Mi matiz no era una frivolidad. Guinea no es solo una excolonia española, es también un socio fundamental del Estado español. Si nos preocupa que España venda armas a Israel, que luego se usan en bombardeos sobre Gaza, ¿no nos debería preocupar que un socio tan cercano, y una excolonia nuestra, cometa violaciones de derechos humanos? Pero lo que más me preocupó fue la indiferencia con la que una cuestión tan esencial como la democracia se consideró casi como un capricho, una coquetería mía: en Guinea, decía la chica, si estudiabas y te formabas, te iba bien. Haga como yo y no se meta en política. 

«El intelectual Félix Romeo pensaba que ‘discutir era un modo de respetar al otro’»

En el último episodio de Hotel Jorge Juan, el estupendo podcast de Javier Aznar, el escritor Ismael Grasa hizo una reflexión importante. «Cuando no nos gusta nuestro país por algunas cosas, lo primero que hay que hacer es dejar de sonreír o aceptar cosas que oímos en conversaciones diarias y que en el fondo nos hacen peores. Y decir ‘yo no pienso eso’. A lo mejor crea algo de malestar o desconcierto, pero tú ya has disentido». Como el debate público está muy caldeado en los últimos años, yo suelo hacer lo contrario de lo que dice Grasa. Si escucho una barbaridad política o simplemente algo con lo que discrepo, me callo. ¿Para qué meterse? Creo, en cambio, que Grasa tiene razón.

El escritor defiende ante Javier Aznar el legado de Félix Romeo, gran discutidor e intelectual que falleció demasiado pronto. Romeo nunca se callaba lo que pensaba y, como dice Grasa, veía la permanente discusión como «un ejercicio cívico, porque las ideas le importaban». No era un falso políticamente incorrecto, sino alguien cuya disidencia tenía contenido, es decir, no era una simple provocación. Era heredero de grandes disidentes, de Hitchens a Orwell o Koestler. Este último decía de Orwell que era «implacable consigo mismo, y la extensión de esa implacabilidad [a los demás] era una especie de cumplido». Romeo, como dice Grasa, pensaba que «discutir era un modo de respetar al otro». 

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