THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

París, mascarada olímpica

«Los Juegos Olímpicos son una gran representación de la fuerza de un país: Francia. Lo que pasa es que ya no es verdad»

Opinión
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París, mascarada olímpica

JJOO de París 2024. | Ilustración de Alejandra Svriz

Los Juegos de París, como todos los Juegos Olímpicos, son una demostración de fuerza y salud que una cultura o una época se hacen a sí mismas. Mediante el Edicto de Tesalónica, en 380, el emperador Teodosio prohibió toda celebración pagana, incluida esta cita deportiva. Hoy los atletas se cobran su venganza en un París que vive unos
juegos en máxima alerta terrorista
. La violencia es un corazón negro que late en las entrañas del odio, el odio es una consecuencia de nuestro legado histórico. Son muy hermosos y deseables, unos Juegos Olímpicos. Pero son, ante todo y por encima de todo, una gran representación de la fuerza de un país: Francia. Lo que pasa es que ya no es verdad.

«Francia quiere ser una grandiosa metáfora del progreso universal y a mí eso me gusta, solo que no me lo creo»


Francia quiere ser una grandiosa metáfora del progreso universal y a mí eso me gusta, solo que no me lo creo. Son los juegos multiculturales y hay belleza en las razas, pero también fundamentalismos, medievalismos salvajes, paganismo moderno, supremacismo identitario, etc. Ahora asistimos a la muerte del mito de la Ilustración. La muerte se pasea en su barcaza por el Sena, capturando el espíritu de Voltaire, robando las enciclopedias y el triunfo de la razón. Lo que pasa es que cualquier desarrollo de la razón es temporal y reversible, convive con estallidos de irracionalidad. Lo que deseamos contiene su opuesto y cuanto más nos esforzamos por la razón más nos dirigimos a la sinrazón o bien al racionalismo agresivo. La sinrazón de los juegos es que hoy se celebren cuerpos operados por la frustración, el escepticismo o la desgana de su condición natural. Esos hombres y mujeres de las Olimpíadas no me representan ya.


París celebra el ritual del supremacismo identitario, los juegos florales de la llama neopagana, mientras por el cielo humean cables de trenes fallecientes y la libertad vuelve a significar la sonrisa decapitada de María Antonieta. María Antonieta murió sonriendo, y la mandíbula de aquella hija de reyes permitió a Chateaubriand reconocerla cuando se descubrió la cabeza en las exhumaciones de 1815 (Memorias de Ultratumba). La risa de MA hoy se me aparece como una carcajada vengativa de quien contempla alegre la decadencia de los hijos de la revolución y aún podemos verla en algún hermoso cuerpo olímpico. Solo que no me lo creo.

«Dado que ha triunfado una nueva religión, vamos a disfrutar desde nuestra época de televisor, el gran espectáculo de los reinos paganos»


Lo de ahora es peor, porque nos hemos quedado ya sin culpables, que tanto tranquilizaban la conciencia de Occidente. Dado que ha triunfado una nueva religión, vamos a disfrutar desde nuestra época de televisor, más carnavalesca que intelectual, el gran espectáculo de los reinos paganos. La reina Mab nos ha visitado ayer en París y resurgía de sus aguas, sus luces discurren por las narices de los espectadores dormidos. Quizás también la reina Mab de Mercucio era una drag queen y hoy participaría en la fiesta yanqui de improvisación, un París de Cocacola, mientras el cielo se cubre de nubes negras.

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