París, ¿símbolo de qué?
«Si Barcelona 1992 significó la bienvenida de España al club de democracia avanzadas, ¿qué significa París 2024 y su ceremonia de inauguración?»
Eficacia, belleza y modernidad. Así se presentó ante el mundo España a través de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Recuerdo perfectamente que durante la ceremonia de inauguración tuve la sensación, como hijo y nieto de exiliados republicanos en México, de que debería estar ahí, que eso maravilloso que estaba pasando era también mío. La España siempre franquista en la visión dogmática del exilio se había convertido en un imán, en un llamado.
México también había sido capaz de una hazaña semejante, en el lejano 1968, con los mejores Juegos de la historia hasta ese momento y con hitos que aún perduran, como la idea de una Villa Olímpica para la estancia de los atletas, una completa transformación de la ciudad anfitriona, un despliegue arquitectónico brutal en las distintas sedes, una imagen gráfica que aún destaca y una olimpiada cultural que corría paralela a la deportiva. Todo bien, salvo un «pequeño» detalle: el Gobierno había asesinado a jóvenes mexicanos unos días antes de recibir a los jóvenes del mundo. Lo cuenta, mejor que nadie, Oriana Fallaci en Nada y así sea, quien había pedido un descanso de su cobertura de la guerra de Vietnam, la enviaron a unas semanas de paz olímpica y le tocó ser herida en la matanza de Tlatelolco, la mejor crónica del ciclo de violencia que, desde entonces, empaña la vida mexicana.
Octavio Paz había declinado participar en las jornadas poéticas de la olimpiada cultural, pero tras la masacre dijo que se arrepentía y que quería contribuir con un poema, al tiempo que renunciaba a la Embajada de México en la India, único gesto de protesta de un Gobierno que cerró filas tras la masacre:
La limpidez
(quizá valga la pena
escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
no es límpida:
es una rabia
(amarilla y negra
acumulación de bilis en español)
extendida sobre la página.
¿Por qué?
La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
si
una nación entera se avergüenza
es león que se agazapa
para saltar.
(Los empleados
municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios).
Mira ahora,
manchada
antes de haber dicho algo
que valga la pena,
la limpidez.
Si 1968 significó la constatación de la imposibilidad mexicana para ser un país democrático y moderno mientras fuera gobernado por el Partido Revolucionario Institucional, y Barcelona 1992 la rutilante bienvenida de España al pequeño club de democracia avanzadas, ¿qué significa París 2024 y su ceremonia de inauguración? ¿Despeja las dudas de su anunciada decadencia o las confirma? Como diría el poeta Luis Ignacio Helguera: «Ni sí, ni no, ni ni».
Uno
La idea de dejar el estadio, al que solo puedes entrar si tienes poder o dinero, por la ciudad es espléndida. Con un problema: el mundo en estado de alerta no permite a la ciudadanía fuera protagonista. La elite del estadio es mayor que las calles vacías, las cercas y vallas, la omnipresencia de la Policía. Los parisinos (y visitantes) vieron la ceremonia por la tele. La polis fue un set.
Dos
Tengo el sueño infantil de pensar que el fuego eterno de Olimpia es prestado a la ciudad sede y que su recorrido es real y que su mecha permanente, como la del soldado desconocido. Ese sueño está roto. El recorrido de la antorcha fue un montaje, grabado con anterioridad, una excusa para merodear por los tejados de París bajo la dictadura estética de los videojuegos. El galope sobre el Sena y el pebetero levitando en la Plaza de la Concordia son magistrales.
Tres
Pocos placeres en la vida como un viaje en barco por el Sena, así que la inmensa mayoría de los atletas tendrá un recuerdo imborrable del desfile de delegaciones. Sin embargo, la perspectiva del público mundial fue distinta. El desfile de atletas es esperado por cada país. Descubrir que tu realidad, pequeña o grande, forma parte de un todo mayor es parte del llamado «espíritu olímpico». Si encima perteneces a un país con cierta tradición deportiva y puedes reconocer a tus atletas (héroes modernos), la emoción es mayor. Verlos pasar fugazmente en los barcos fue decepcionante. Fueron objetos decorativos, no sujetos protagónicos. Encima, con posibles efectos en la salud. Alguno estará acatarrado tras las tres horas bajo el agua. Muchas barcazas pasaron desapercibidas: humos decorativos y arcos de agua impidieron verlas.
Cuatro
El legado de la Revolución francesa es ambiguo y está sujeto a debate. No es necesario haber leído a Edmund Burke o a Chateaubriand para saberlo. Los excesos y los crímenes cometidos en su nombre relativizan sus indudables avances. Que tu recreación de aquellos momentos sea una posmoderna vindicación de la decapitación de María Antonieta es imperdonable. El paso por la Conciergerie merecía un tratamiento a la altura de su oscuro legado. Mejor hubiera sido un homenaje a la Ilustración o a la Resistencia, hitos de la Francia universal en la que tantos aún creemos.
Cinco
La pieza musical de los trabajadores que restauran Notre Dame y sus instrumentos de trabajo convertidos en instrumentos musicales fue notable. Belleza estética y sentido político. En esos chalecos amarillos sí creo.
Seis
La idea de hacer de los libros y lectura parte de la ceremonia es de agradecer, pero que el legado inmortal de Francia acabe reducido a unas obras inanes sobre el amor es ridículo. No juzgo que los enamorados acaben en un trío entre una mujer y dos hombres, al contrario, lo celebro, pero, ¿quién les dijo que la novela del arribista Bel Ami de Guy de Maupassant es una historia de amor? ¿Y Marguerite Duras, Pierre Loti, Emmanuelle Arsan, Georges Bataille?
Siete
Si la inolvidable Zizi Jeanmaire, en el año de su centenario, hubiese visto el «homenaje» de Lady Gaga a su célebre Mon truc en plumes se vuelve a morir, no de plácida vejez en Suiza sino le da un patatús fatal en pleno escenario.
Ocho
Que los jardines de Versailles sean la sede de la esgrima y la equitación es un acto de justicia poética. Que en la ceremonia inaugural se insinúe que serían del breaking y el skate es una posverdad.
Nueve
El baile con el Colegio de Francia de escenario entre la cantante Aya Nakamura, la estrella de Mali que arrasa en la francofonía, y la orquesta de la Guardia Republicana fue una conjunción armónica de realidades contrapuestas, pero complementarias. El sueño de Aimé Césaire hecho realidad. Chapeau.
«La aparente Última Cena convertida en aquelarre woke no tiene ninguna consecuencia ni ningún valor»
Diez
No me escandalizan las drag queens, ni me molesta Philippe Katerine de Dionisio gay, ni me perturba la modelo transgénero Raya Martigny e incluso me gusta la DJ Barba Butch, a pesar de su feminismo intolerante. Pero, qué fácil es tocar las teclas de la provocación con el pobre cristianismo, derrotado hace siglos. La aparente Última Cena convertida en aquelarre woke no tiene ninguna consecuencia, afortunadamente. Y por lo tanto ningún valor. La pregunta es: ¿harían lo mismo con Mahoma huyendo de la Meca? Por qué no mejor un homenaje a los mártires de Charlie Hebdo y su derecho a la blasfemia ahí donde hacerlo aún es peligroso y por lo tanto necesario. Si lo que se pretendía en realidad, como ha aclarado la organización, era una recreación del motivo renacentista, presente en tantas obras maestras, del «banquete de los dioses» y la fuerza del sexo compartido, digamos que les faltó el valor de lo explícito.
Once
La Torre Eiffel, cuyo priapismo poético nace de su inutilidad efímera, convertida en el húmedo gineceo de la sororité. Ver para creer. Eso sí, brilló con Céline Dion.
Doce
La defensa de las pequeñas identidades (sexuales, religiosas, raciales) con coreografías rabiosamente individuales es el oxímoron que lo resume todo. París sobrevivirá a su desconcierto. Nosotros, no.